Dani Rovira: “Los poderosos no tienen miedo ni vergüenza ni nada”
Dani Rovira (Málaga, 1980) dice que él es “farandulero”. Así que la RAE lo identifica con los actores de comedia y también con los charlatanes, y de este cóctel sólo puede resultar que Rovira es monologuista.
Aunque tampoco le hace ascos a la televisión, ni al cine ni, si se tercia, a escribir un libro: en abril estrenará Ocho apellidos vascos, la nueva comedia de Emilio Martínez-Lázaro; en enero, De boca en boca, en Telecinco; y de momento, escribe microcuentos, que comparte con una legión de seguidores (más de 720.000) en Twitter. “Cada noche le introducía cuidadosamente mariposas por la boca para que, al despertar, ya las pudiera sentir en el estómago” es uno de esos cuentos.
Hasta aquí, lo profesional. Pero luego llega la Navidad, Dani Rovira vuelve a Málaga, llena durante diez noches el Teatro Alameda, y todo lo que recauda lo destina a diez entidades sociales de la ciudad: Málaga Acoge, Al-Farala, Asociación Síndrome de Down, Ángeles Malagueños de la Noche, Sociedad Protectora de Animales y Plantas, Avoi, Amappace, Amigos del Asilo de los Ángeles, JOMAD y Fimabis.
Y el farandulero con un punto exhibicionista que vive de contar su vida sobre un escenario se acuerda de bajar al barro, porque dice que el panorama está como para llorar, pero que él lo que sabe es hacer reír: “Yo el único arma que tengo es la comedia, y me está sirviendo para echar una mano”. ¿Quieres ayudar conmigo? se llama su espectáculo.
¿Por qué lo hace?
Tenía muchas ganas de traer este espectáculo [¿Quieres salir conmigo?] a Málaga. El año pasado tuve la oportunidad de hacer diez actuaciones en diciembre y, cuando estaba prácticamente todo vendido, tuve un momento de reflexión personal: ‘oye, y si…’.
Me reuní con varios amigos e hicimos un estudio sobre las diferentes realidades a las que podríamos echar una mano y qué asociaciones las respaldaban. Buscamos que fueran asociaciones locales, netamente malagueñas, porque las nacionales suelen estar respaldadas por la Junta, por el Gobierno, por subvenciones… Al ser malagueñas, tenía la sensación de que la ayuda iba a ser más directa, y así ha sido.
¿Tiene la sensación de que con esta iniciativa llena un vacío que antes cubría el sector público?
Bueno, como parece que es una lucha perdida pelear contra los sinvergüenzas, los hipócritas y los hijos de la gran puta que nos dominan, yo creo que mi energía está mejor invertida en ayudar a los que están abajo. Sí, en parte siento que estoy haciendo algo que no me corresponde, pero lo hago con todo el placer.
La gran mayoría de las asociaciones recibían un poquito de ayuda y o bien se la han quitado o les han recortado un porcentaje bastante alto, y ahora viven de los socios, de los voluntarios o de la caridad. Además, se está produciendo una cosa muy bonita: muchas asociaciones no se conocían, porque son muy diferentes, y están surgiendo sinergias entre ellas. Por ejemplo, la protectora de animales ha llevado perretes a Amappace [Asociación Malagueña para Personas con Parálisis Cerebral].
¿Y está la cosa para reírse o para llorar?
Está para llorar, pero yo prefiero usar la comedia. Porque la realidad es la que es. Como te la vas a tener que comer con papas, mejor hacerlo con risas.
¿Cuál cree que es el papel del cómico en este contexto?
La comedia es un lubricante de la crítica social: hay cosas muy duras, que si las digo tal cual hacen mucho daño, pero si las dices desde la comedia entran mejor.
Y creo que es el deber del cómico: es el bufón del pueblo, y ese es el que no se tiene que callar absolutamente nada, tiene que ser crítico, ácido, y no se tiene que casar con nadie. Un cómico no puede tener pelos en la lengua, siempre que lo haga con elegancia y no de manera gratuita.
¿Siente ahora la responsabilidad por ser popular?
La fama es un coñazo la mayoría de veces, pero también es una responsabilidad atender a los que se te acercan, porque casi siempre lo hacen con cariño, con más o menos educación o acierto. Si fuera un árbitro o un político, la gente me increparía. Pero tiene una parte agotadora.
Parece que haya que tener un punto exhibicionista para dedicarse a esto...
Supongo que sí. Un punto de ego, de exhibicionismo, seguridad, desinhibición; muchas cosas… Pero como ha sido tan poco a poco… Yo empecé en una tetería con 30, y tenía vocación y la necesidad de contar. El Dani Rovira encima del escenario soy yo, pero como alter ego. Es la parte más descarada de mí. Luego mucha gente me conoce y se cree que yo estoy 24 horas como un mono de feria.
¿El público es más duro cuando no le conoce?
Claro. Lo malo es ir a bares de pueblos perdidos o bares de copas, donde ni anuncian tu actuación, ni hay buen escenario, ni buena luz, ni cobran la entrada… Hay un muchacho con su pareja hablando, y sales y te los tienes que ganar. Claro, son muy hostiles. Y de esas me las he comido durante muchos años. Pero eso es escuela.
¿Se pone límites? ¿Sigue costando reírse de ciertas cosas?
Yo siempre digo: el humor negro es como follar sin condón. Tienes que saber muy bien cómo hacerlo y con quién. Lo mismo da más gustito pero puede tener consecuencias. Pero hoy cualquier cómico se ríe de Rajoy, de Zapatero, del rey… Eso ya no es de valientes. Hoy lo valiente es meterte con el Corte Inglés. Mongolia mola mucho porque no la patrocina nadie, no la subvenciona nadie, vive de marcas muy pequeñitas o de sus propios socios. La censura está ahí, porque las marcas son las que pagan.
¿Los poderosos tienen miedo a que la gente se ría de ellos?
No tienen ni miedo ni vergüenza ni nada. Me parece increíble que duerman. Me consolaría saber que por lo menos no duermen. Creo que no tienen contacto con la realidad. Si hubieran vivido lo que yo viví el año pasado, hubieran ido a las asociaciones a ver cómo funcionan, y no cambian, entonces son robots, autómatas.
Porque a un político lo único que le hace falta es saber de lo que trabaja. El resto es sentido común, humanidad y empatía. Y eso es lo que falta: sentido común, humanidad y empatía. Debería cambiar todo de base. La política es bonita, pero debe ser vocacional. Que un político sólo pueda estar en el poder de cuatro a ocho años y, cuando acabe, ni sueldo vitalicio ni hostias, y el sueldo base, muy base.
Está a punto de estrenar 8 apellidos vascos. ¿Se entiende a los andaluces de Despeñaperros para arriba? 8 apellidos vascos.
La película habla mucho sobre los clichés, sobre todo andaluces y vascos. Pero acerca más las posiciones que las aleja. Yo ya llevo cinco años viviendo en Madrid y viajo por toda España. Entiendo que quien no ha salido en su vida de Andalucía, Cataluña o País Vasco tenga una idea preconcebida por lo que oye, pero no somos tan diferentes.
¡Dicen del catalán que es agarrado! Pero luego yo he tenido novia catalana y mi oficina de representación es catalana, y no he visto gente más generosa y con más sentido del humor que ellos.
La primera vez que actué fuera de Andalucía, en Salamanca, la gente se rio con la primera frase nada más que por el acento. Y a mí al principio me tocó los huevos, porque yo no me he tirado seis meses escribiendo un texto de puta madre, bien escrito, para que luego se rían con el acento. Pero luego dije: 'Coño, si es un plus, ¿por qué no?'
¿Se considera actor o cómico?
Yo me llamo farandulero. Yo empecé siendo cuentacuentos, he hecho café teatro. Muchos años de teatro de impro. Hacer personajes y teatro en un escenario no es nuevo. Como si me dicen mañana que si quiero sacar un disco. Sintiéndome a gusto, que no engaño a la gente, y que lo que hago lo hago con un mínimo de dignidad y profesionalidad… Si se me abre la puerta del cine y tengo la oportunidad de hacer 20 películas, las voy a hacer. Pero el escenario no lo voy a abandonar nunca.
En la serie hace de periodista...
Hago de becario. Estoy muy a gusto con mi personaje. Un becario con 33 tacos. Pura realidad. Lo mismo el becario tiene tres carreras, dos másteres y 17 grados de no sé qué. Es una de mis vocaciones. En la serie vas a cubrir una noticia, y es una revista muy blanquita, y resulta que la noticia tiene algo espinoso, y se refleja la dicotomía entre contar lo que pasa o ser más… Porque dentro del periodismo está el que cuenta lo que está pasando y el que hace una columna sobre lo que está pasando y te cuenta lo que él opina.
Fue usted alumno Erasmus, y parece llevarlo muy a gala.
Me dieron 990 euros para nueve meses. Era un poco simbólico. Pero que lo quiten es otro gesto más para volver atrás. Lo que falta es poner murallas a España y que no entren ni salga cultura o idiomas. España necesita hablar idiomas. Si al fin y al cabo vamos a acabar trabajando fuera, haz becas y que tengamos contacto con Europa. Es vergonzoso.