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Esclavas
La esclavitud existe desde siempre. Es tan antigua como la historia de la humanidad. Personas que se creen en posesión de otras personas. Y de hecho lo han estado y lo están en muchos puntos del mundo. Pese a las prohibiciones explícitas de organismos nacionales e internacionales. Es más, en la declaración Universal de los Derechos Humanos aparece de forma taxativa en el artículo 4:
“Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas”.
Y sin embargo, durante un tiempo, durante miles de años, se ha considerado una práctica asumible por la humanidad. Ofrecía muchos beneficios militares y económicos. No sólo se consideraba posible, razonable, si no que se entendía como irremediable que haya personas que puedan poseer a otras personas.
Se empezó a hablar de la mejora de las condiciones laborales de esta valiosa mano de obra; del arraigo de estirpes completas de esclavos en una familia concreta; de la caridad con la que había que tratarlos. Con condescendencia, con superioridad, como describe la autora Willa Cather, en un libro que escribió en los años cuarenta (Sapphira y la joven esclava) en el que retrataba una clásica familia esclavista de los estados sureños con “negros bien tratados”. “Nosotros no vendemos a nuestra gente”, reprochaba el molinero dueño de la hacienda a su mujer en las primeras páginas del libro.
Hasta que llegó un momento en diferentes puntos del planeta, gracias a la presión de los propios esclavos, pero también gracias a un cambio de corriente ideológica e incluso a la falta de rentabilidad de este tipo de comercio, en el que esta práctica se empezó a ver con otros ojos. Hasta llegar a la abolición.
No es el sitio aquí para hacer un tratado de la esclavitud ni un repaso exhaustivo de su historia, con matices en las diferentes partes del mundo pero con un denominador común: el poder, la posesión, y la creencia de que el esclavo es una raza inferior. Características que bien valen para hablar de otra esclavitud: la prostitución.
La prostitución es tan antigua como la Historia. “El oficio más antiguo del mundo”, se suele decir siempre. Y siempre se ha considerado una práctica asumible por la humanidad; es más, hay más de una narración y más de dos donde se le da un halo de importancia y glamour que no tiene. Ofrece sin duda beneficios: económicos sobre todo para los que mandan, no para las prostitutas. Y por supuesto, ventajas para el poder masculino que es el beneficiario principal de esta práctica.
¿Por qué con la esclavitud la sociedad lo ve con tanta claridad y con la prostitución no? Por más que mejoremos las condiciones de las mujeres que ejercen la prostitución no pueden ser considerada un sector económico y un sector laboral, como no podían serlo tampoco los esclavos. ¿Por qué? Porque la sumisión social de las mujeres frente a los hombres es la base de la prostitución, y esa sumisión es la base de una sociedad donde siempre hemos sido ciudadanas de segunda clase, mentes débiles que deben ser tuteladas. Porque no puede haber una especialidad laboral cuyo objetivo sea dar placer a los hombres, convirtiéndonos, una vez más, en objetos. No somos las trabajadoras, somos la mercancía. Como lo eran los esclavos, comprados y vendidos, bien o mal tratados.
Y si somos mercancía, dejamos de ser personas. Y no hay nada como despojar de humanidad a una persona para poder convertirlo en esclavo. Que se lo digan a los nazis, tal y como lo explica Primo Levi en su trilogía sobre el Holocausto. Aquello lo aprendieron rápido. Por eso hay que pelear por todas y cada una de las mujeres prostituidas, y al mismo tiempo, como dice Rosa Cobo en su artículo Claves para un análisis feminista de la prostitución, poner “en tela de juicio la estructura de subordinación y explotación sexual que subyace a la prostitución”.
La sociedad en la que vivimos llegó a convertir en inaceptable que se esclavizara a las personas. Va siendo hora de que la sociedad no se ponga de perfil en este asunto, no mire los prostíbulos de las carreteras como si fueran parte del paisaje, y tenga claro que también es inaceptable que exista la prostitución. Por eso #soyabolicionista.