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Ejercicio de independencia
El 1 de Octubre crece, día tras día, en el calendario. Ya está a la vuelta de la esquina. Esa “O”, boca abierta, que se traga todo. Luna llena que eclipsa o luna nueva. Puigdemont a un extremo con su no subestimar la fuerza del pueblo catalán, Rajoy al otro amenazando con tener que acabar haciendo lo que no quiere. Tensando. Azuzándonos a unos ciudadanos contra otros.
Conmigo que no cuenten. Aunque lamentaría la separación de Cataluña, he sido siempre partidaria tanto del Estatut de tiempos de Zapatero -contra el que mis vecinos pro PP recogían firmas, prendiendo las chispas de la actual hoguera-, como de un referéndum democrático y con las garantías necesarias para que su resultado sea vinculante. Lamento que hasta hoy, la mucha, muy comprometida e inteligente ciudadanía implicada en lograr esos mínimos estándares no lo haya conseguido. Pero así es. Y, por tanto, no respaldo una consulta cuyo procedimiento y limpieza de resultados no son incuestionables.
Eso no implica abandonar la idea. Sino, al contrario, animar a redoblar los esfuerzos, en Cataluña y el conjunto de España para que alcancemos, juntos, esa cota de civismo: resolver vía negociación, urnas y, si así se decide, a través del cambio del marco legal y constitucional, una discrepancia política.
Es momento, ya tardamos, de demostrarnos a nosotros y al mundo, que los retratados por Goya como dos brutos hundiéndose en el barro en pleno Duelo a garrotazos, los protagonistas de la Guerra Civil -con los bandos, nacional y republicano y, además, este dividido al máximo-, somos capaces de superar discrepancias de forma racional y pacífica.
La independencia, como anhelo, implica en esencia aspirar a una mayoría de edad, a un pensamiento autónomo que no acepta ser pastoreado, que es crítico incluso con aquellos a quienes se es afín, auto-crítico. Yo quiero que España sea una República, federal, que la ley electoral no castigue sistemáticamente las opciones no bipartidistas. No me resigno y, aunque todavía, los muchos que coincidimos no lo hayamos logrado, apuesto por buscar sin desmayo la manera eficaz. Y eso, como herramienta, no como fin. Porque para mí los estados nación y entidades supranacionales son proyectos compartidos por ciudadanos, marcos, que hagan posible que estos se realicen. Por eso me siento tan insatisfecha como ciudadana con Andalucía, España, la Unión Europea, ¡no digamos ya Naciones Unidas!
En vez de cerrarse la brecha entre privilegiados y masa, se agranda. El hambre crece en el mundo por primera vez en una década, la llegada de pateras a España se ha disparado este año -cuadruplicando cifras del pasado-, en el sur donde vivo, hemos tenido este verano días de rescates de 600 personas y otros con cincuenta muertos flotando y ni la Junta -su poderosa presidenta, Susana Díaz, me dijo hace un año, en la entrega del Premio de la APS a la ONG Proem-Aid que a ella no tenía que convencerla de acoger refugiados porque era una convencida-, ni el Gobierno central -el delegado en Sevilla, Antonio Sanz, afirmó en los premios CREA+ de Cruz Roja que el cupo de refugiados era corto y había que acoger a más- han hecho nada en realidad.
En dos semanas habrá pasado el 1-O. Pero, antes, el 26-S, el plazo de dos años de la UE para acoger a los 160.000 refugiados. España tenía que traer a 17.680 y no han llegado ni 2.000. Hay 22 millones de personas en el mundo obligadas a huir -el exterminio rohingya sustituye hoy, como punta del iceberg, a la guerra siria-. Mañana miércoles 20-S, 1000 músicos, en 300 conciertos, en 60 países -aquí, en Barcelona, Madrid, Murcia, Las Palmas y Sevilla- organizados por el movimiento Sofar Sound a beneficio del proyecto #GiveAHome de Amnistía Internacional denunciarán la violación de derechos humanos en vísperas del incumplimiento por los mandatarios europeos del acuerdo que firmaron.
El activismo catalán lleva años demostrando que tiene capacidad para impulsar las reivindicaciones nacionalistas al tiempo que lidera, en España y en Europa, la lucha por los derechos humanos. Pero no está de más, creo, en pleno partido, pisar el balón y alzar la vista al contexto. Porque, en paralelo a la perspectiva interna, importante, compartimos muchos retos transfronterizos, colectivos. Igual que, tristemente, compartimos, Cataluña y España, un defecto muy nuestro -recientemente subrayado por la persecución a periodistas como Évole y políticos como Joan Coscubiela-: que, tanto donde se es más partidario, como donde se es más opuesto a la independencia territorial, la independencia individual siente fatal.