Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
ANDALUCES EMIGRAOS
La aculturación o una flamenca con pelos en las axilas
ANDALUCES EMIGRAOS
El domingo de esta pasada Feria de Abril, la primera a la que he podido acudir en muchos años por estar emigrada, me disponía yo a bailar mi primera sevillana. Muy sonriente subí los brazos para comenzar cuando mi compañera de baile me miró la axila y yo vi cómo se le cambiaba la cara al ver que, no es que se me hubiera olvidado depilarme, es que ahí hay bello del suave, del que tienen los hombres, que solo se consigue abandonando la cuchilla por años.
Debo decir que la muchacha, que era la novia de un amigo a la que acababa de conocer, salvo la sorpresa inicial se recompuso rápidamente, y el resto de sevillanas transcurrieron con toda la normalidad del mundo.
Estas son las cosas que pasan cuando emigras y después de una década viviendo en otro país ya no eres ni de un lado ni del otro. Algo que se conoce como el proceso de aculturación que, según el Instituto Cervantes, es “un proceso de adaptación gradual (...) de una cultura a otra con la cual está en contacto continuo y directo, sin que ello implique, necesariamente, el abandono de los patrones de su cultura de origen”.
Es decir, en mi caso, la aceptación gradual de la cultura con la que estoy en contacto (sur de California) colisionó con la cultura de la que vengo (Andalucía), y el resultado fue una flamenca con pelos en los sobacos, algo nunca visto en la Feria de Abril.
Como nota, no es que en el lugar donde yo vivo todas las mujeres vayan sin depilar, más bien al contrario, pero sí en los ambientes en los que me muevo es cada vez más común y a nadie le extraña demasiado ver a una mujer con pelos en los lugares donde naturalmente nos salen.
Y tampoco es que en Sevilla o en Andalucía no existan mujeres que no se depilan. Sí, existen, y me consta, aunque tengan que ir siempre con los pantalones largos o una chaquetilla corta para disimular y que no se les vea el pelo, porque lo que sí existe es mucha gente que te mira mal si te ve con los pelos, te considera sucia, o poco arreglada, desmerecida de alguna manera.
Esa sevillanía recalcitrante de los mandatos de qué mantón se pone con qué vestido, o qué colores podemos llevar en el Domingo de Ramos, que tan de moda está ahora entre los influencers de Instagram.
Sentí entonces la ilusión de lo nuevo, de un lugar donde no hay catedrales o callejuelas que te recuerden que mucho antes que tú otros anduvieron el mismo camino. Donde todo está por hacer, por descubrir, por caminar
Yo siempre me he sentido un poco fuera de esos valores, y sé que muchos sienten lo mismo que yo. Me gustan nuestras tradiciones, el flamenco, las ferias (no solo la de Sevilla, todas en general), la Semana Santa, las romerías, los carnavales, los patios, los corpus y demás fiestas de guardar. Pero no muero por ninguno de ellos, e igualmente me gustan los festivales de música, el rock de los 70, el reguetón y la cumbia. Siento que lo que tenemos, conocemos y hemos mamao es muy bonito, pero hay mundo más allá de eso, que merece ser conocido, respirado y vivido.
Añádele a eso que, cuando di el paso y me fui a las Américas lo hice muy enfadada con Andalucía (como si una se pudiera enfadar con una región, así). Estaba decepcionada, y no solo porque en 2013 las expectativas profesionales de una periodista recién licenciada en Sevilla eran más bien pésimas, sino con el carácter más bien retrógrado de algunos, que quizás tanta intensidad en la tradición con la mirada puesta en el pasado alimentan de alguna manera.
Con decirte que se me pusieron los pelos de punta dos años después de partir cuando caminé por las calles de San Diego, donde ahora vivo, esas aceras y pavimentos que llevan cuando mucho 50 o 100 años montados. Sentí entonces la ilusión de lo nuevo, de un lugar donde no hay catedrales o callejuelas que te recuerden que mucho antes que tú otros anduvieron el mismo camino. Donde todo está por hacer, por descubrir, por caminar (aunque esto sea solo una ilusión, ha habido humanos en esas tierras californianas muchos años, aunque hayan dejado menos huellas arquitectónicas).
Quizás por eso mi proceso de aculturación fue más rápido o intenso que el de otros emigrantes andaluces, puesto que al estar yo tan enfadada con todo aquello de lo que vengo, había que rellenar y como yo no tengo ni un pelo de tonta, me afané en aprender y desaprender todo lo que pude. Tanto me esforcé que, tras varios meses de trabajar en un periódico en inglés, me costaba hasta hablar el español.
Quiero que mis hijos sepan que las mujeres tenemos pelo naturalmente en todos esos sitios. Y que, quien se los quiera quitar, bien está, pero de que haberlos, haylos, y no son nada de lo que avergonzarse
No ha sido sino ahora, con la llegada de los hijos, que he podido reconectar un poco mejor con mis raíces, por aquello de darles un ancla a ellos, de mostrarles de dónde vienen y todas las cosas bonitas que hay ahí.
Pero es precisamente por esos hijos por los que me mantengo más firme en algunos valores que he aprendido. El feminismo, que ya lo llevaba (o creía yo) cuando me fui, el antirracismo, anticapitalismo y otros ismos que hacen que quiera de alguna manera poner mi granito de arena para desmantelar los sistemas de opresión que nos hacen daño a todos. Uno de mis granitos de arena que considero voy poniendo es esta humilde columna, en la que eldiario.es/andalucía me ha dado la oportunidad de compartir el sentir de otros que como yo hemos traspasado fronteras.
No depilarme es otro de mis granitos de arena. Y lo hago, aunque a veces me de un poco de vergüenza, porque quiero que mis hijos sepan que las mujeres tenemos pelo naturalmente en todos esos sitios. Y que, quien se los quiera quitar, bien está, pero de que haberlos, haylos, y no son nada de lo que avergonzarse.
Así que con todo el arte y salero que tiene esta malagueña-sevillana-nijareña que os escribe, bailé todas las sevillanas que pude en la feria, con pelos en mis axilas. Me paseé por la Alameda con vestido corto y pelos en las piernas. Hasta el que me haya visto en sandalias por Mairena del Aljarafe en estos días de calor se podrá haber fijado que tengo pelos en los dedos de los pies. ¡En los dedos de los pies, digo! Y no pasa absolutamente nada.
Por eso, creo que de este proceso de aculturación que todos los migrantes hemos hecho o estamos haciendo, se pueden aprender cosas, e incluso cambiar los puntos de vista de algunos personajes de medio pelo que andan por ahí sueltos, por muy recalcitrantes que sean.
El domingo de esta pasada Feria de Abril, la primera a la que he podido acudir en muchos años por estar emigrada, me disponía yo a bailar mi primera sevillana. Muy sonriente subí los brazos para comenzar cuando mi compañera de baile me miró la axila y yo vi cómo se le cambiaba la cara al ver que, no es que se me hubiera olvidado depilarme, es que ahí hay bello del suave, del que tienen los hombres, que solo se consigue abandonando la cuchilla por años.
Debo decir que la muchacha, que era la novia de un amigo a la que acababa de conocer, salvo la sorpresa inicial se recompuso rápidamente, y el resto de sevillanas transcurrieron con toda la normalidad del mundo.