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La agricultura sostenible es ya una prioridad
Más de 30.000 millones de insectos, un ejército de trabajadores incansables, han ocupado en los últimos meses 25.000 de las más de 31.000 hectáreas dedicadas al cultivo hortícola en invernadero en las provincias de Almería y Granada. Forman parte de las medidas de control biológico de plagas que desde hace años aplica la industria agrícola de esta zona del Mediterráneo.
La primera aplicación masiva de control biológico en Almería tuvo lugar en 2007. La resistencia de algunas enfermedades y plagas a los pesticidas químicos había mermado la producción y disparado las advertencias por los residuos encontrados en las hortalizas. A los pocos años, el uso de sistemas de control biológico era ya dominante y, lo que es si cabe más importante, la producción se había recuperado.
Mientras la población mundial siga aumentando (a mediados de siglo se superarán los 9.000 millones de habitantes), la producción agrícola debe seguir creciendo. Pero la trayectoria actual de crecimiento de la producción es insostenible
La agricultura es un elemento de desarrollo económico y un eje de articulación social. Sin embargo, tal como señala la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), este protagonismo no viene libre de costes. La agricultura y el uso de las tierras de cultivo, además de generar el 20% de los gases efecto invernadero, también consume el 70% de agua a nivel mundial. Un tercio de toda la producción agrícola global se desperdicia; y, a pesar del aumento constante del rendimiento de los cultivos, cerca de 700 millones de personas pasan hambre.
El valor de la producción agrícola mundial supera los 3.000 billones de dólares al año y en algunos países supone hasta el 40% de su riqueza, según datos del Banco Mundial. Y mientras la población mundial siga aumentando (a mediados de siglo se superarán los 9.000 millones de habitantes), la producción agrícola debe seguir creciendo. Pero la trayectoria actual de crecimiento de la producción es insostenible, sostienen desde la FAO. Y que sea sostenible no es ya una necesidad, sino una prioridad.
Para la ONU, hay cinco retos para la sostenibilidad futura de la agricultura que no podemos dejar de lado:
(1) Frenar la degradación de la tierra y de los recursos naturales al tiempo que se reduce la inseguridad alimentaria
(2) Gestionar mejor los recursos ante un previsible aumento de la competencia
(3) Minimizar el impacto de la agricultura en el cambio climático y, al mismo tiempo, proteger la actividad de los impactos de este fenómeno global
(4) Mejorar el control de enfermedades y otras amenazas naturales ligadas a la globalización de la cadena de producción agrícola
(5) Y reforzar las políticas de gestión de las tierras agrícolas para que integren la conservación de especies y espacios naturales.
Porque para hablar de agricultura sostenible tenemos que hablar de una agricultura respetuosa con el medioambiente, rentable y que genere externalidades sociales en el territorio, como buenas condiciones laborales. Con una sola de las condiciones, no va a ser suficiente.
Las tres patas de la agricultura sostenible -económica, social y ambiental- se han convertido en prioritarias. Urgentes, incluso. La revolución verde no incorporaba la sostenibilidad ambiental ni la social. Solo se centraba en la sostenibilidad económica a pesar de los costes energéticos. El avance tecnológico de los últimos 50 años ha incorporado las otras dos dimensiones.
Al hablar de sostenibilidad, a menudo se enfrentan conceptos como los de producción ecológica e industrial. Pero la agricultura sostenible va más allá. Como su propio nombre indica, engloba todas aquellas prácticas que permiten que la actividad pueda sostenerse en el tiempo. La degradación medioambiental y la contaminación influyen en esta sostenibilidad, pero también lo hacen factores como la variedad genética de las especies, la presencia de enfermedades, la eficiencia energética o el uso del agua.
¿Funciona? ¿Cuánto va a costar?
El agricultor puede ser reticente a las nuevas herramientas. Las dos preguntas que siempre hacen son si funciona y cuánto va a costar. Si se demuestra que funciona, el agricultor es receptivo. Al final son los que más saben del cultivo, son los que se enfrentan a los problemas a diario.
Hay muchos elementos esenciales para la sostenibilidad de la agricultura. La protección y la salud del suelo, la utilización eficiente de los recursos hídricos o el modelaje de los sistemas de riego de cara a adaptarse a los impactos del cambio climático. Y la mejora genética para hacer más rentables los cultivos, de forma clásica o con ingeniería genética.
Este es precisamente uno de los factores más controvertidos en la búsqueda de la sostenibilidad agrícola. El uso de organismos modificados genéticamente o GMO, por sus siglas en inglés, genera reticencias entre los consumidores y no siempre cuenta con el respaldo de los reguladores. En la Unión Europea, por ejemplo, su cultivo y su comercialización están bastante restringidos. Sin embargo, a nivel mundial, algunos productos, como la soja o el maíz, proceden en su gran mayoría del cultivo de variedades modificadas genéticamente.
Lo que no se puede perder de vista es que la agricultura sostenible es la herramienta para conseguir los dos grandes objetivos de la humanidad para la primera mitad del siglo XXI: que cero personas pasen hambre y que las emisiones de gases de efecto invernadero sean cero. Por ahora, queda mucho camino que recorrer.
La meta de la economía sostenible es elevar el nivel de vida de la población sin afectar a los recursos naturales. Lo que implica la formulación de nuevas políticas de desarrollo
Pero es evidente es que la agricultura sostenible no se puede disocial de la economía sostenible, que se basa en un conjunto de estrategias que tienen en cuenta el beneficio financiero, pero también la calidad de vida de las personas y la armonía con la naturaleza. Esta economía se construye sobre principios éticos, bases financieras sólidas e innovación donde el medio ambiente sufra el menor impacto negativo posible. Con este modelo económico, las generaciones futuras podrán desarrollar de la mejor manera sus capacidades, con el aprovechamiento de los recursos naturales valorados y sostenidos en el tiempo, por el trato racional que le da la naturaleza.
La meta principal de la economía sostenible es elevar el nivel de vida de la población sin afectar en gran medida los recursos naturales. Lo que implica la formulación de nuevas políticas de desarrollo que satisfagan sus necesidades económicas, así como las necesidades sociales y medioambientales de la humanidad a corto, medio y largo plazo. Por eso, economía y agricultura sostenibles están íntimamente ligadas en su búsqueda de la gestión eficiente de los recursos y los residuos, con el famoso concepto de economía circular. Gastar lo justo para producir es algo básico en un mundo donde la población necesita cada elemento.
No debemos escatimar esfuerzos para liberar a la humanidad, y sobre todo a nuestros hijos y nietos, de la amenaza de vivir en un planeta irremediablemente deteriorado por las actividades humanas y cuyos recursos no sean nunca más suficientes para sus necesidades.
Más de 30.000 millones de insectos, un ejército de trabajadores incansables, han ocupado en los últimos meses 25.000 de las más de 31.000 hectáreas dedicadas al cultivo hortícola en invernadero en las provincias de Almería y Granada. Forman parte de las medidas de control biológico de plagas que desde hace años aplica la industria agrícola de esta zona del Mediterráneo.
La primera aplicación masiva de control biológico en Almería tuvo lugar en 2007. La resistencia de algunas enfermedades y plagas a los pesticidas químicos había mermado la producción y disparado las advertencias por los residuos encontrados en las hortalizas. A los pocos años, el uso de sistemas de control biológico era ya dominante y, lo que es si cabe más importante, la producción se había recuperado.