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Apadrina a un Elpidio
O mucho me equivoco o la pole position de Elpidio José Silva en el Gran Premio de los justicieros ciudadanos tiene sus horas contadas. El juez que se enfrentó a esa máquina de hundir cajas de ahorros llamada Miguel Blesa está rompiendo con todos los mitos de las estrellas fugaces. En cuestión de pocas semanas y meses, las redes sociales le convirtieron en un protomártir de la democracia víctima de los poderes más oscuros; y en cuestión de pocas semanas y días las mismas redes sociales le han destronado y lo tratan ya como si fuera uno de los habituales de la cafetería de la Guerra de las Galaxias, un Leonardo Dantés con toga y un humor de Don Cicuta y tentetieso.
El que se ha currado su caída al frikismo más irresoluto ha sido él mismo. Vale que al principio algunos pudieran pensar sinceramente que había terminado en el banquillo por enfrentarse a los poderes fácticos del país, pero con escarbar sólo un poco podemos convenir en que en este caso hemos descargado la responsabilidad de saciar nuestra sed de justicia y reparación en un personaje que, por decirlo de una forma más o menos suave, tiene toda la pinta de acabar de participante en Supervivientes o en Mira quien baila.
Elipidio José Silva ha entrado en una espiral de surrealismo ibérico que acongoja. Ya no entro en que haya celebrado unas primarias a cuyo lado Ceacescu era un socialdemócrata sueco o en que su partido haya interiorizado tanto lo de que copiar no es delito que haya terminado por arramplar para sí con parte del programa medioambiental de Equo. Lo que entro, porque sí creo que es importante, es en que con su actitud chusca y absurda ha terminado por dañar a quienes quería ayudar y por ayudar a quienes quería perjudicar.
Si yo fuera quien estuviera en el lugar de Blesa preferiría tener en mi contra a un juez dado a las conspiraciones y los delirios antes que a un juez serio y sin extravagancias que podría empaquetarme por las decisiones que llevaron al rescate de Bankia. Estos últimos se las saben todas, mientras que los primeros se estrellan solos. Basta sólo con darle unos cuantos minutos de gloria en los periódicos para que se tiren de cabeza a una piscina sin agua. No falla.
Ahora Don Elpidio se lanza en busca del voto en las europeas prometiendo un mundo justo en el que los buenos buenísimos reinarán en la tierra y los malos malísimos serán llevados a las hogueras por la voluntad del pueblo soberano. Todo muy de cómic con el guerrero del antifaz haciendo de las suyas. Allá cada cual con su voto, pero sepan que más que su apoyo, lo que busca el señor Silva es que alguien lo apadrine para seguir con sus locuras. Difícil tiene que lo consiga.
O mucho me equivoco o la pole position de Elpidio José Silva en el Gran Premio de los justicieros ciudadanos tiene sus horas contadas. El juez que se enfrentó a esa máquina de hundir cajas de ahorros llamada Miguel Blesa está rompiendo con todos los mitos de las estrellas fugaces. En cuestión de pocas semanas y meses, las redes sociales le convirtieron en un protomártir de la democracia víctima de los poderes más oscuros; y en cuestión de pocas semanas y días las mismas redes sociales le han destronado y lo tratan ya como si fuera uno de los habituales de la cafetería de la Guerra de las Galaxias, un Leonardo Dantés con toga y un humor de Don Cicuta y tentetieso.
El que se ha currado su caída al frikismo más irresoluto ha sido él mismo. Vale que al principio algunos pudieran pensar sinceramente que había terminado en el banquillo por enfrentarse a los poderes fácticos del país, pero con escarbar sólo un poco podemos convenir en que en este caso hemos descargado la responsabilidad de saciar nuestra sed de justicia y reparación en un personaje que, por decirlo de una forma más o menos suave, tiene toda la pinta de acabar de participante en Supervivientes o en Mira quien baila.