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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

La araña teje mientras nos amodorramos

4 de agosto de 2023 22:29 h

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Agradecida a Ramón Lobo, referente de periodismo, de vida y de muerte.

Mi columna la víspera del 23J se tituló “Hay partido, ¡vamos!” y vaya si lo ha habido. Más allá de lo difícil de reeditar el gobierno PSOE+Sumar, está claro que al PP+Vox los votos no les dan. Eso y que ahora la mayoría social, razonablemente aliviada, necesitamos desconectar. Los dimes y diretes de la negociación, los posibles cambios en la financiación autonómica, lo de Junts y Puigdemont, se sigue como un runrún. Casi como en las siestas de los años 80-90 cuando nos arrullaban las gestas en el Tour de Perico e Induráin.

Cansados como estamos, achicharrados (anímica y físicamente por las olas de calor, aunque por suerte este verano aún nos libramos de los incendios mediterráneos), hay riesgo de pasar por alto que, aunque España haya echado el freno al avance fascista por Europa, la araña involucionista, inasequible al desaliento, sigue tejiendo su tela, en verano o invierno, dentro y fuera de nuestras fronteras.

Aquí en España, contra las evidencias científicas, contra el criterio de la UE y contra todo afán de supervivencia, el negacionismo climático de Vox está ya tan dentro del PP como para que sus gobiernos de coalición impulsen políticas a favor de contaminar más a base de aumentar el tráfico de coches y reducir el de bicicletas. No les frena la evidencia de la catástrofe climática que ya sufrimos, ni las cifras que prueban que la contaminación ambiental causa en el mundo más muertes prematuras al año que la suma de guerras, terrorismo, sida, tuberculosis, malaria y adicción a drogas.

La suicida hostilidad a la naturaleza de nuestras derechas no es un caso aislado. El primer ministro británico, el conservador Rishi Sunak, acaba de boicotear el objetivo global de cero emisiones de gases de efecto invernadero en 2050 al aprobar 100 licencias más de extracción y producción de gas y petróleo en el mar del Norte.

Y el ataque al medio ambiente es solo uno de los radios de la pegajosa telaraña.

En Andalucía, donde el PP de Juanma Moreno gobierna con mayoría absoluta, se acaba de aprobar con agostidad y alevosía la subida de precios a todos los servicios escolares (comedor, aula matinal, actividades extraescolares…), mientras en Extremadura la líder del PP, María Guardiola, que tras “tragarse sus palabras” gobierna con Vox, ha puesto al frente de la Sanidad y las Residencias de ancianos públicas a quienes llevan toda su vida de gerifaltes de la privada. Medidas y nombramientos para crear una realidad donde quien menos tiene sufra más.

En dañar a la población necesitada la fascista Georgia Meloni, primera ministra italiana, se ensaña: ahora mismo les está quitando a los dos millones de personas más pobres del país la ayuda con la que subsistían y lo hace avisándoles por SMS.

Ariete fascista: deshumanizar migrantes

Mientras las barbaridades anteriores son algo que la ciudadanía y partidos progresistas, hay otra atrocidad a la que se vuelve la espalda y que no podemos mantener más. Primero, porque es de justicia acabar con ella, pero, además, porque nos jugamos la convivencia democrática global. Me refiero al expolio y opresión de África que empuja a tantos africanos a migrar y también al rechazo y explotación a los que luego sometemos a los inmigrantes.

Estos días saltan a la esfera de la actualidad dos noticias africanas: el golpe de Estado en Níger y el arresto en Senegal del principal opositor, Ousmane Sonko, y la disolución de su partido PASTEF (Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad). En realidad, son dos golpes de Estado: el nigerino a las claras, obra de una Junta militar liderada por el general Abdourrahmane Tiani contra el presidente Mohamed Bazoum; el senegalés, perpetrado sibilinamente, por el presidente Macky Sall contra un Sonko al que lleva años intentando inhabilitar para evitar que le desbanque en las elecciones de febrero de 2024. Pero la comunidad internacional condena solo el de Níger, no el ataque a la democracia en Senegal.

En la mayoría de informaciones se destaca que ambos países son socios estratégicos de la UE y de España en la doble vertiente del control de flujos migratorios y de proveernos de fuentes de energía como el uranio, el petróleo y el gas.

Suele azuzarse el miedo apuntando que el cambio de los actuales dirigentes puede generar una inestabilidad en la que se expandan los grupos terroristas asentados en el Sahel y citando el apoyo de Rusia y sus mercenarios de Wagner a los líderes emergentes africanos, civiles o militares. Pero no se destaca que la aplastante mayoría social de Níger y Senegal, como también ha pasado en los recientes golpes de Burkina Faso, Mali y Guinea Conakry, ni que también la mayoría de analistas afro y afrodescendientes que viven en España, apoyan el derrocamiento de gobernantes como Mohamed Bazoum y Macky Sall, a quienes consideran títeres al servicio del neocolonialismo europeo (sobre todo de Francia) y estadounidense. África se está levantando para exigir la autogestión de sus recursos y el respeto a su dignidad. Y la respuesta Occidental está siendo el chantaje de quitarles los fondos de ayuda al desarrollo.

Con esta coyuntura y con la destrucción climática que no frenamos, claro que crecen y crecerán aún más los flujos migratorios del sur al norte. Otra evidencia científica, esta que no pueden ignorar las izquierdas, es que el neofascismo global viene creciendo desde 2014 a base de estigmatizar a los inmigrantes como el nazismo de Hitler y Mussolini creció en los años 40 cultivando el antisemitismo.

En una vuelta de tuerca descorazonadora, el neofascismo usa como arietes antiinmigrantes a propios hijos de inmigrantes, como en España el pendenciero líder de Vox Ignacio Garriga o en Holanda a la sucesora in pectore del primer ministro Rutte, Dilan YeÅŸilgöz-Zegerius, que nació en Ankara (Turquía) hija de izquierdistas obligados a exilarse, o en Reino Unido al ya citado Rishi Sunak y su ministra del Interior Suella Braveman, hijos, él, de migrantes indios y, ella, de Kenia y Mauricio, y ambos impulsores de la infernal cárcel flotante para inmigrantes atracada en Portland y de una ley radical que viola la legalidad internacional con deportaciones a países terceros como Ruanda.

Pero ante políticas deshumanizadoras, la izquierda no puede ser ni indiferente ni connivente ni cometer parejas violaciones de derechos humanos. Por eso es intolerable el proceder, recién revelado por elDiario.es, de los ministros socialistas Carmen Calvo y Fernando Grande-Marlaska en la pasada legislatura de gobierno PSOE-UP, con la expulsión ilegal de niños marroquíes desde Ceuta.

Si se normalizan y blanquean la indiferencia y el fascismo en las mentes de las gentes, ¿cómo esperar luego que esas mismas personas se ponga en pie y se planten ante el fascismo cuando lleguen las citas electorales?

Violar desde el Estado de derecho los derechos humanos de una persona o colectivo es una ignominia en sí mismo, pero además pone en riesgo de extinción los derechos esenciales de toda la humanidad. Atentos mientras veraneamos; mantengamos siquiera un ojo abierto.

Agradecida a Ramón Lobo, referente de periodismo, de vida y de muerte.

Mi columna la víspera del 23J se tituló “Hay partido, ¡vamos!” y vaya si lo ha habido. Más allá de lo difícil de reeditar el gobierno PSOE+Sumar, está claro que al PP+Vox los votos no les dan. Eso y que ahora la mayoría social, razonablemente aliviada, necesitamos desconectar. Los dimes y diretes de la negociación, los posibles cambios en la financiación autonómica, lo de Junts y Puigdemont, se sigue como un runrún. Casi como en las siestas de los años 80-90 cuando nos arrullaban las gestas en el Tour de Perico e Induráin.