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La asfixia de las explotaciones agropecuarias
La falta de precipitaciones y la escasez de agua embalsada está llevando a los agricultores y ganaderos a una situación extremadamente “crítica” que amenaza, de forma inminente, con llevarse por delante cultivos de muchas explotaciones en Andalucía. De ahí que el sector demande soluciones y una profunda reflexión sobre el modelo de producción.
A pesar de los grandes problemas de “costes”, la situación actual de sequía es de lo más grave y lo más importante para el sector, lo que sitúa en apuros al sector agrario. La falta de lluvia y sequía que no es nueva y lejos de desaparecer, persiste y agrava mucho más la situación respecto al año pasado, por lo que las explotaciones pasan por una campaña agrícola muy compleja y muy dura.
Desde la anterior gran sequía, la de 1992-1995, la capacidad de embalse de nuestro país se mantiene prácticamente inalterada. Sin embargo, el desarrollo de otro tipo de infraestructuras ha sido exponencial. España se ha situado a la cabeza de Europa en trenes de alta velocidad, pasando a 3.762 kilómetros en 2022, por considerarlo una mejora de interés público.
Este año ha llovido un 20% menos que los últimos 25 años, mientras que el agua que ha llegado a los embalses es un 61% inferior
En cambio se olvida de girar la vista al campo para invertir y mejorar sus infraestructuras. De hecho, los fondos Next Generatión y otras posibles vías de financiación se presentan como una oportunidad que se podría aprovechar para incrementar la capacidad de embalse, así como facilitar y potenciar la construcción de balsas de riego a lo largo de los cauces y en las propias explotaciones.
En el actual año hidrológico tan solo ha habido una precipitación de 292 litros por metro cuadrado, lo que supone un 20% menos de la media de los últimos 25 años, mientras que el agua que ha llegado a los embalses ha sido de 773 hm3, es decir, un 61% menos del agua de la media en los últimos 25 años.
La suma de la escasez de agua embalsada, con solo un 22,61% en la regulación general y el 25,39% para el total del Guadalquivir, la falta de precipitaciones y las altas temperaturas han llevado al campo andaluz a una situación “dramática” y generalizada en toda la región y para todos los cultivos. Los cereales de invierno, como el trigo, la cebada, la avena y el centeno y cuyo cultivo se produce entre octubre y febrero, están al límite de la persistencia y abocados a secarse (los que no están ya secos) y a “no ser viables”, mientras que se está reduciendo de forma importante la siembra del girasol, que se debe producir en primavera.
La mayor urgencia reside en el olivar, la joya de la corona del campo andaluz y que se encuentra en una fase clave para la próxima campaña
Por su parte, hortícolas de invierno, como la cebolla y el ajo, están en una situación tan crítica que se ha pedido a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) que se adelante el riego. Si bien se autorizó una pequeña dotación hace unas semanas para la zona de Córdoba, no ha sido así para cultivos en la provincia de Jaén, donde la necesidad es urgente con riesgo de pérdida total de cultivos. También es muy preocupante la situación de los leñosos, principalmente en cítricos y almendros, hasta el punto de que se teme por la propia persistencia de la arboleda, aunque la mayor urgencia reside en el olivar, la joya de la corona del campo andaluz y que se encuentra en una fase clave para la próxima campaña.
Con la dotación de agua prevista por la CHG, los agricultores son conscientes de que cultivos como el algodón, el maíz o el arroz, no van a ser viables, al igual que el tomate de industria, por lo que el sector ya se debate en adecuar una pequeña superficie de cultivo y destinar el resto a barbecho.
Por su parte, la ganadería extensiva también se encuentra en una situación muy crítica debido a la ausencia de pastos, lo que lleva a las explotaciones a alimentar al ganado a base de forraje y pienso, lo cual propicia un importante incremento de los costes, a lo que se suma que en muchas zonas, como la Comarca Los Pedroches al norte de Córdoba, tienen que llevar el agua con cisternas, lo que supone un sobrecoste brutal para las explotaciones que amenaza seriamente su subsistencia.
La campaña pasada se produjeron pérdidas por valor de 2.400 millones de euros en Andalucía, y este año las pérdidas serán muy superiores
No hay zonas mejores o peores, sino peores y mucho peores, la situación es homogénea en toda Andalucía y si la parte occidental está muy castigada, la oriental casi más todavía, algo que también ocurre en la península en su totalidad. La campaña pasada se produjeron pérdidas por valor de 2.400 millones de euros en Andalucía, y este año las pérdidas serán muy superiores.
Desde la CHG han anunciado que la campaña de regadío oficialmente va a acabar, si la situación no cambia de manera ostensible, el 30 de septiembre. En anteriores campañas, durante el mes de octubre, los agricultores tenían una reserva para garantizar los últimos cultivos y los cultivos de arboleda. En la actualidad, existe incertidumbre de que se puedan producir desembalses en octubre.
Hay Organizaciones Profesionales Agrarias que han diseñado un plan para su aplicación que contempla medidas tales como: reducción de módulos del IRPF, la exención del pago del IBI rústico a las fincas afectadas por la sequía, así como el aplazamiento o exención de las cuotas a la seguridad social, que se abran líneas de créditos ICO bonificados para agricultores y ganaderos y que se active el fondo de reserva de la Unión Europea, que se implante la doble tarifa eléctrica para regadíos, adaptar el seguro agrario a las necesidades del sector (línea de compensación de pérdidas por sequía en pastos), ayudas directas adicionales a las ya implementadas para la alimentación del ganado y para el acceso al agua, además de contemplar flexibilizaciones más ambiciosas que faciliten la percepción de las ayudas de la PAC ante un escenario tan complejo para el desarrollo de la actividad agraria como es el que plantea la sequía.
Hay que avanzar hacia métodos de cultivo que se adapten a la nueva situación climática, que consuman menos agua y empleen variedades más resistentes a las sequías
Las consecuencias de la sequía que padecemos son ambientales, como la degradación de la flora y fauna, el deterioro de la calidad de agua potable, la pérdida de vida silvestre y el aumento de los fuegos forestales. Sin olvidar algunas consecuencias sociales y económicas para el ser humano, como es el deterioro de la seguridad alimentaria, el aumento de conflictos y enfermedades, la disminución en la calidad de vida, el impedimento del desarrollo económico, el aumento en los precios de alimentos, la pérdida de la navegabilidad en algunos ríos y canales, y el deterioro del turismo.
En un contexto de sequía crítica y cambio climático, tenemos que avanzar hacia una nueva cultura del agua que establezca las incertidumbres sobre la disponibilidad del agua, gestione los riegos, disminuya la dependencia del agua que tienen las actividades humanas y reconozca el papel de los ecosistemas acuáticos sanos, como herramientas clave que son para dotarnos de bienes y servicios como la biodiversidad, la reserva de recursos hídricos, la depuración de las aguas y la adaptación a los eventos extremos, como son las sequías o las inundaciones.
No olvidemos que el 80% del agua se destina al regadío y que en nuestro país existen, además, cerca de un millón de pozos ilegales que extraen el agua de los acuíferos impunemente, desecando ríos y humedales y acabando con las reservas hídricas de las generaciones futuras o los momentos de sequía.
Estamos ante la peor sequía de la historia, por lo que hay que reducir la huella hídrica en la industria y el sector turístico. Hay que avanzar hacia métodos de cultivo que se adapten a la nueva situación climática, que consuman menos agua y empleen variedades más resistentes a las sequías. Un modelo agrícola más resiliente, que se base en la adaptación al entorno.
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