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Los audios del Sr. Pérez, don Florentino
A puntito de hacerle caso a Manuel Vicent, eso debiera, retirado, sentado a la sombra de un plátano con amigos, conversando de todo menos de política y enfermedades, pero no, la política española es fascinante. Esperaré unos días más.
Tan fascinante que los últimos grandes temas del debate español y mucho español han sido el chuletón de Alberto Garzón, la matria de Yolanda Díaz -Borges no abandonaría el plátano por tamaña chuminá- y para que no nos falte de ná, el aroma ultramarino de Cuba. En esas estamos, no hay más materia gris que nos alumbre cada día, cuando aún huele a temprano, que la que brota vaporizada de las mentes de los sesudos linajudos del poyo acantonados en la corte, sea en las redacciones, en las antesalas pasilleras de los despachos de postín o en los cenáculos crepusculares de Madrid. Aunque mucho hay de teletrabajo tentacular en las tripas del poder.
De nada vale protestar porque no sepamos apenas nada de la violencia criolla contra las libertades en Colombia, ni del reconocimiento del Pentágono de haber adiestrado a los mercenarios asesinos del presidente de Haití, ni de cómo va lo de Abu Dhabi. Tampoco de cómo los pollos del fascismo van creciendo en el este de la Unión Europea con la proyección inquietante en España.
El flujo de información mal emplatada y con frecuencia empanada sobre la corrupción crecida a fuer de conocida en las cloacas del poder tampoco parece importante. Los clanes del Tinte, del Rubio, de los Peralta, parecen un juego menor del Campo de Gibraltar comparados con los clanes que rodean el Ibex 35, el Ministerio del Interior y los aledaños e interiores de la 13 rue de Génova. La geografía canalla de los patriotas de bandera de conveniencia, con patente de corso -sí, porque muchos tienen patente de corso, es decir, permiso del poder para saquearnos-, nos la sabemos de memoria: Suiza, Andorra, Jersey, Luxemburgo, Islas Caimán, Panamá… Ya podríamos hablar del clan de los Villarejo.
Y esto en el peor de los casos pero en el mejor, es decir, con apariencia de ley, las grandes empresas extractivas, en particular las eléctricas, campan a calzón bajado empobreciendo familias y arruinando pequeños empresarios y autónomos.
El amparo deberíamos dejarlo para la política y los jueces pero tampoco. La carcunda ha celebrado con jolgorio la decisión del Tribunal Constitucional de cargarse el estado de alarma. La alegría solo ha menguado en la medida en la que un magistrado decente, Cándido Conde-Pumpido ha sacado el chicote dialéctico para dejar fulminados a sus compañeros magistrados y a los alegres seguidores de la falta de sentido común y de Estado.
Los órganos e instituciones constitucionales cotizan a la baja. La insumisión al poder civil y democrático, cuando no una abierta lawfare, es una constatación diaria. El filibusterismo del principal partido de la oposición -en número- para no renovar el CGPJ, el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional, solo puede significar una cosa, que las mayorías caducas actualmente atrincheradas en la insumisión son favorables a un statu quo que no cuenta con el respaldo democrático de la mayoría de los ciudadanos expresado en las urnas. La actitud de los beneficiarios, jueces, magistrados, juristas de reconocido desprestigio, funcionarios y varios, no son sino la expresión más infame del integrísimo político, el clientelismo, la inmoralidad y la militancia institucional.
Apenas unas palabras del mirlo perdido. Ciudadanos está de Congreso, sin las euforias, los editoriales y encuestas performativas de sus padrinos de antaño. En busca de otra etiqueta, de otro disfraz que no encontrarán ni en la bien surtida tienda de disfraces de Pichardo, en Sevilla.
El Gobierno va lento, a veces flojea de timidez, mientras que la mayoría que lo hizo posible desespera. Lo malo es que esa gente antes ilusionada decida también, adelantándose al tiempo de Manuel Vicent, ponerse debajo de un plátano y que les den.
A puntito de hacerle caso a Manuel Vicent, eso debiera, retirado, sentado a la sombra de un plátano con amigos, conversando de todo menos de política y enfermedades, pero no, la política española es fascinante. Esperaré unos días más.
Tan fascinante que los últimos grandes temas del debate español y mucho español han sido el chuletón de Alberto Garzón, la matria de Yolanda Díaz -Borges no abandonaría el plátano por tamaña chuminá- y para que no nos falte de ná, el aroma ultramarino de Cuba. En esas estamos, no hay más materia gris que nos alumbre cada día, cuando aún huele a temprano, que la que brota vaporizada de las mentes de los sesudos linajudos del poyo acantonados en la corte, sea en las redacciones, en las antesalas pasilleras de los despachos de postín o en los cenáculos crepusculares de Madrid. Aunque mucho hay de teletrabajo tentacular en las tripas del poder.