Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

Sin banderas arrojadizas

El 1-O ha sido tan grave y triste como, sin querer creerlo, veíamos venir. Publiqué hace semanas que el referéndum no cumplía las garantías democráticas y ahora seguiría viendo ilegítima una declaración unilateral de independencia. Incluso pese a la violencia policial y represión del Estado que condeno enérgica. Con espíritu constructivo veo útil:

  • Recordar que llegamos aquí por un ultramontano PP abriendo heridas con su recogida de firmas anti-Estatut, en 2006 y su uso del Constitucional.
  • E invitar a abrir los ojos a cómo en toda España se está aprovechando la cuestión catalana para señalar y acorralar a cuantos no compartimos una idea de país, pre-constitucional, antidemocrática, nostálgica del franquismo. Con un envalentonamiento que no es ajeno al auge de los neofascismos europeos.

En otoño han florecido banderas Rojigualdas en las ventanas. Manifestación de libre expresión, se argumenta. Pero coincide con mensajes de concejales justificando la dictadura, proclamas de “¡España! ¡Una! ¡Grande! ¡Libre” en actos públicos con representación municipal, concentraciones en plazas de Madrid o Sevilla, no sólo con banderas, sino brazos en alto y cánticos del Cara al Sol.

Días atrás estaba con una amiga cuando su hija de 10 años vino y preguntó: “¿Nosotros no amamos a España?” Según nos contó, otra niña le había hablado de la bandera de su familia y la chiquilla, avergonzada, le contestó que ellos fueron “al chino pero estaban muy caras”. Entonces mi amiga, tan triste como yo, respondió: “Al contrario, mi amor, no ponemos banderas porque amamos tanto al país que no queremos alimentar la tensión”.

Yo misma me contengo de colgar una bandera de Andalucía evocadora del hermoso himno que lo es, no por mío, sino por su letra de fraternidad universal, tierra y libertad, hombres con dignidad. Que le costó a su autor, Blas Infante, que lo asesinaran los nacionales. Me refreno de sacar esa bandera arcoiris con la palabra “PAZ” en italiano, “PACE”, porque es de cuando el No a la Guerra de Irak, y no quiero azuzar discordia mientras pido paz. Sin hablar de una republicana porque media España cedió en la Transición pero, como escribe Almudena Grandes, no sólo no se ha valorado, sino que se nos hace ver que vivimos de prestado. Cuando el régimen legal, constitucional, legítimo al que se dio un golpe militar era la República. Conviene recordarlo.

Somos mayoría los prudentes que no estamos ventilando en las ventanas nuestra ideología. Los que consideramos que no se ama un país en abstracto, como cada cual deseamos. Sino a gente concreta, distinta entre sí y de nosotros a quienes queremos, con quienes deseamos convivir y crecer, no hacernos daño.

Yo, como muchos, quisiera que Catalunyaa siguiera completando el país. Porque para mí un Estado es un proyecto compartido por sus ciudadanos y con los catalanes este proyecto es más hermoso e interesante, mejor. Amo a Cataluña porque amo a catalanes que conozco o admiro en la distancia: mi amiga Cristina Tomás y la de mi madre Mar Casado, el filósofo y escritor Rafael Argullol, mis compañeros en Paramount Dani Mateo y Martín Piñol, los músicos de Ojos de Brujo o Pastora, la gran Merce Rodoreda, el maestro Carlos Enrique Bayo con quien trabajé y, ahora en Público, ha destapado la Policía patriótica de las cloacas del Estado, Rocío Niebla barcelonesa-gaíta, Romina Porta catalano-argentina, Raül Torras que tanto ha ayudado en campamentos de refugiados. Quisiera compartir horizonte con ellos. Pero por encima de todo quiero que se realicen, que sus derechos sean respetados y nunca nadie les lastime. En mi nombre no ha sido, amigos. Lamento las cargas del domingo y que os/nos hayan abocado a esto.

¿Aman la España plural los de las banderas de España? ¿Aman a Cataluña? Si la respuesta es no, ¿qué más les da que se queden o se vayan? ¿Es cuestión de dinero, PIB? ¿De orgullo herido? ¿Añoranza del Imperio que se fue perdiendo hasta 1898?

Por encima de los límites territoriales, de las discrepancias ideológicas, los demócratas debemos estar unidos en defender la convivencia pacífica. Secundo al expresidente uruguayo Mujica cuando dice que el compromiso humano debe ser con la especie, o nos salvamos juntos o juntos naufragamos. Y al también uruguayo Drexler que canta:

“No hay una piedra en el mundo/Que valga lo que una vida”.

“Vale más cualquier quimera/Que un trozo de tela triste”.

Superar el cainismo es aún en la Península, no una quimera, pero sí meta pendiente. No renunciemos a ella, no nos rindamos. Está al alcance de la mano, si trabajamos por ello. El camino no es que la mayoría silenciosa deje que confundan su prudencia con consentimiento.

En la izquierda se ha criticado ya este referéndum (Coscubiela, los intelectuales del manifiesto, muchos columnistas, incluida yo). Se necesita, da apuro subrayarlo, que representantes públicos e instituciones impidan caulquier apología del franquismo en su presencia. Pero también que referentes y ciudadanos de derechas rechacen las proclamas falangistas, dictatoriales. Para que, sea cual sea, la articulación del Estado que decidamos, el ordenamiento que nos demos, los millones de personas que juntos vivimos compartamos un espacio-tiempo democrático, civilizado, que permita lo principal: que vivamos sin miedo, libres de desarrollarnos, a gusto, nosotros y nuestros hijos. Todos. No tenemos más remedio que lograrlo.

El 1-O ha sido tan grave y triste como, sin querer creerlo, veíamos venir. Publiqué hace semanas que el referéndum no cumplía las garantías democráticas y ahora seguiría viendo ilegítima una declaración unilateral de independencia. Incluso pese a la violencia policial y represión del Estado que condeno enérgica. Con espíritu constructivo veo útil:

  • Recordar que llegamos aquí por un ultramontano PP abriendo heridas con su recogida de firmas anti-Estatut, en 2006 y su uso del Constitucional.
  • E invitar a abrir los ojos a cómo en toda España se está aprovechando la cuestión catalana para señalar y acorralar a cuantos no compartimos una idea de país, pre-constitucional, antidemocrática, nostálgica del franquismo. Con un envalentonamiento que no es ajeno al auge de los neofascismos europeos.