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El brazo chungo de la ley

Juan Clavero ante el camino vallado origen del conflicto.
22 de octubre de 2024 00:07 h

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Secuencia 1. Interior noche. Un tipo con fachaleco, frente a una mesa de despacho. Desde el otro lado, emerge una voz con frenillo y entre sombras:

VOZ: A ese perroflauta, hay que joderle la vida, como él pretende jodernos la nuestra.

Secuencia 2. Interior tarde. El tipo del fachaleco, sentado a la mesa con un desconocido de aspecto más rudo, pero cordial.

FACHALECO: Los ecologistas están dando mucha leña a mi empresa con eso de que hemos vallado la finca e impedimos el tránsito de animales o de senderistas, menuda gentuza que pone el bosque perdido de bricks de zumos. Yo creo que lo más rápido, limpio y eficaz es lo que te propongo.

DESCONOCIDO: Seguro que sí, pero lo que usted pide tiene un precio.

 

Secuencia 3. Exterior día. Manifestación de Ecologistas en Acción, junto a una finca del Parque Natural del Torcal, a favor de que se respete la servidumbre de paso en los caminos vecinales. Hay pancartas, un megáfono desde el que habla Juan Clavero, el perroflauta: algunas canas asoman ya entre su incombustible pelazo. El desconocido de la secuencia anterior, que va de guay, al terminar la marcha se dirige a él.

DESCONOCIDO: Compañero, ¿puedes bajarme en la furgo hasta el pueblo?

Aunque la palabra compañero le da un cierto repelús, Juan Clavero dice que sí y se aviene al porte. En el camino, el desconocido, en un descuido, deja bajo el asiento una bolsa con costo y con farlopa. Se despiden como si se conocieran de toda la vida. El vehículo de Clavero sigue adelante.

 

Secuencia 4. Exterior tarde. El desconocido se acerca a uno de los últimos teléfonos públicos que quedan en España, marca un número y enmascara su voz.

DESCONOCIDO:

 “Hola, buenas tardes, mire, yo llamaba para informar de que hoy, entre las cuatro y media y las siete de la tarde, va a entrar en el pueblo de Benamahoma una furgoneta Volkswagen blanca con una importante cantidad de droga para ser consumida en las fiestas del Coto de Bornos”.

 

Secuencia 5. El desconocido se toma una birra mientras mira, impaciente, su reloj. Esta vez, extrae su móvil del bolsillo y mensajea a uno de los guardias del pueblo, al que conoce. Sobre la pantalla del móvil, aparece el texto: “Van para ti en 2 minutos. Un coche solo”.

 

Secuencia 6. Una patrulla de la Guardia Civil espera ya al vehículo que conduce Clavero, al que dan el alto. Le piden la documentación y que baje del coche. Empiezan a registrar la furgoneta, pero no encuentran nada. El guardia guasapea a su amigo, el desconocido. Nuevo pantallazo del guardia: “Oye, ¿tú estás seguro? Que no encontramos nada”. Respuesta por escrito: “Detrás del asiento del copiloto, borra esto”. Donde les dijo estaba la manteca: 29 papelinas con 47 gramos de cocaína y ocho posturas de hachís con un peso bruto de cuatro gramos. A Clavero lo esposan y lo llevan al cuartel. Pasa una noche en el calabozo y ocho días de descrédito ante la opinión pública. Fin de la primera parte.

 

Este trailer podría servir para un telefilme, pero en realidad es una película basada en hechos reales, cuyo guión podrían haberlo firmado Rafael Cobo o Benito Zambrano, para esos thrillers suyos tan sureños. El suceso ocurrió en 2017 y la Audiencia de Jerez acaba de dictar sentencia: dos acusados absueltos y otros dos, condenados a un año de prisión por denuncia falsa y multas e indemnizaciones de rebajas de enero. Siete años después, la dilación entre una fecha y otra ha influido a la hora de que ninguno de los autores materiales del complot vaya a pisar la trena.

Sin embargo, póngase por una mijita en el pellejo de Clavero, o en el de cualquier activista de eso que ahora llamamos sociedad civil. Al líder de Ecologistas en Acción, le salvó su prestigio personal, su intachable hoja de servicios a la comunidad y lo burdo de la trama. Ahora, asiste al desenlace judicial con una mezcla de alivio porque se reconoce oficialmente que nada tuvo que ver con aquel pufo, pero atónito por lo barato que sale jugar a ser Vito Corleone en este país de Luis Roldán, de Jesús Gil y de la Gurtel, que en paz descansen.

Los voluntarios de la simple ciudadanía también han dado a menudo con sus huesos en un juzgado de instrucción, por causas que parecieran cogidas con pinzas o fruto de un ardid de la Fundación Torquemada para la pervivencia de la Inquisición

Se habla mucho del lawfare contra la clase política, pero los voluntarios de la simple ciudadanía también han dado a menudo con sus huesos en un juzgado de instrucción, por causas que parecieran cogidas con pinzas o fruto de un ardid de la Fundación Torquemada para la pervivencia de la Inquisición. Y esto viene de lejos, franquismo aparte: en el verano de 1982, apenas meses antes de la primera victoria del PSOE, 80 pacifistas terminaron en la cárcel de Algeciras por representar el estallido de las bombas de Hiroshima y Nagasaki en las calles de La Línea, a riesgo de estropear el buen ambiente del trofeo de fútbol que se disputaba allí. Y llega hasta hoy: la Ley Mordaza que, a trancas y barrancas pretenden liquidar ahora, más tarde que temprano, también ha puesto grilletes a periodistas, indignados en pie de paz, o campistas politizados.

La judicatura se encoge de hombros: sólo aplicamos la norma, la veracidad de los testimonios y la carga de las pruebas. Conozco a jueces y a juezas de una pieza, de cualquier tendencia o ideología, pero también a quienes hacen de su toga un sayo y se convierten en el brazo chungo de la ley, transmitiendo un claro mensaje subliminal que puede lastrar más a la democracia que los tanques de Milans del Bosch por las calles de Valencia: niño, deja ya de joder con la pelota de los derechos y libertades; sólo quien no se mueva no sale en la foto de comisaría con sus huellas dactilares; no te metas en nada, jipi tocapelotas.

Quienes creemos firmemente en la separación de poderes, lejos del bolivarismo o del castrismo, lejos también del implacable Supremo de los Estados Unidos y más cerca de quienes le enmiendan la plana, en Italia, a la señora Meloni, también ansíamos un Estado en el que la magistratura no sea juez y parte y en el que podamos mandarla, si hace falta, a hacer puñetas, sin recelar que alguien nos meta algo mucho peor que droga en el coche: el miedo en el cuerpo.

 

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