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El camino al éxito, según los premiados por el No-Nobel de Economía

26 de octubre de 2024 21:17 h

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La Academia Sueca ha concedido a los profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos, Daron Acemoglu y Simon Johnson, y al de la Universidad de Chicago, James A. Robinson, el Premio Nobel de Economía de este año. Sin duda alguna son grandes investigadores y su prestigio va más allá del ámbito académico, siendo especialmente conocido por el público el libro titulado Por qué fracasan los países.

Sus investigaciones se centran en la formación de las instituciones y en cómo países que son aparentemente similares siguen trayectorias de crecimiento económico muy diferentes. Este es el tema central y la propia academia destaca que “el 20% de los países más ricos del mundo son 30 veces más ricos que el 20% más pobre. La brecha de ingresos entre los más ricos y los más pobres también es persistente; aunque los países pobres han ganado en riqueza, no están alcanzando a los más prósperos”.

Un concepto clave para entender la explicación teórica de esas divergencias está en lo que ellos denominan instituciones extractivas e inclusivas. Las primeras benefician económicamente a una pequeña élite que también ejerce el poder político, y que están motivadas para mantener el statu quo. Por su parte, las instituciones inclusivas reparten mejor la riqueza porque el poder económico y político están menos concentrado, lo que favorece los acuerdos que benefician al conjunto de la sociedad, propiciando el aumento de la riqueza.

Las instituciones claves son la garantía de los derechos de propiedad y los contratos, las oportunidades de invertir y mantener el control de su dinero, el control de la inflación y el intercambio abierto de divisas. Para que existan esas instituciones económicas, se necesuran instituciones políticas que propicien su consolidación. 

Los autores consideran ejemplos de naciones con instituciones inclusivas y modelo de éxito a Japón, Canadá, Estados Unidos y los países de Europa Occidental

Como ejemplo, el jurado resaltó el trabajo de los galardonados en relación a la evolución de la ciudad de Nogales que está dividida por la frontera entre México y Estados Unidos, donde el lado estadounidense es más próspero, en términos de renta per cápita, formación, empleo y derechos políticos. “De manera que la diferencia decisiva no es la geografía ni la cultura, sino las instituciones”, explicó la academia. “La introducción de instituciones inclusivas crearían beneficios a largo plazo para todos, pero las instituciones extractivas son las que proveen ganancias a corto plazo para los que están en el poder”, declaró el jurado.

Los autores consideran ejemplos de naciones con instituciones inclusivas y modelo de éxito a Japón, Canadá, Estados Unidos y los países de Europa Occidental. Por otra parte, China y Rusia son países con instituciones de tipo extractivo, donde el gobierno se protege de las innovaciones a través de la burocracia o estratagemas como impuestos muy altos, porque la “creatividad empresarial” podría llevar a un cuestionamiento del statu quo de la élite que está en el poder, y también limitan el florecimiento de la sociedad civil. En el caso extremo, los países fallidos son aquellos en los que predomina la corrupción como forma de organización política y económica, como por ejemplo Angola. Sin duda, yo prefiero vivir en los países con “instituciones inclusivas”.

Sin embargo, desde mi punto de vista, esta concesión del Premio Nobel presenta dos limitaciones. La primera de ellas es que Nobel creo el premio para diferentes ramas del saber, incluyendo sólo la Física, Química, Medicina o Fisiologia, Literatura y Paz, con el fin de premiar “a quienes, durante el año anterior, hayan conferido el mayor beneficio a la humanidad.” Posteriormente se creó el “Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel”. Como apuntaba el también premiado No-Nobel y economista Friedrich Hayek, él nunca habría aconsejado la creación del premio, ya que “el premio Nobel le otorga a una persona una autoridad que, en economía, ningún hombre debería poseer”.

Toda receta económica tiene detrás una forma concreta de entender y ver el mundo

Estoy absolutamente de acuerdo con este autor en este aspecto. La economía es una ciencia social, en la que por supuesto se pueden y se hacen avances científicos, pero no está exenta de juicios de valor, y la concesión del premio es un respaldo mediático a una propuesta frente a otras, con implicaciones prácticas. Como ejemplo, Robinson argumentaba que la población campesina colombiana debía olvidarse de reclamar el reparto de la propiedad latifundista, un factor determinante de la gran desigualdad existente, e irse a la ciudad a recibir formación. Toda receta económica tiene detrás una forma concreta de entender y ver el mundo. 

La segunda limitación, desde mi punto de vista, reside en el hecho de considerar que el crecimiento del PIB es la medida del éxito de una sociedad, y por tanto, defienden las instituciones que lo fomentan a través del mercado, dando por sentado que esto conlleva una prosperidad para todos. Sin embargo, el éxito de una sociedad del siglo XXI debería medirse por la capacidad de vivir dentro de los límites ambientales y expresamente por una población sin carencias, características necesarias de una sociedad próspera o “floreciente”, según la terminología de la economista Kate Raworth. Por tanto, las instituciones que pueden favorecer el camino para fomentar sociedades prosperas o “florecientes” son otras muy diferentes a las que se centran en el crecimiento económico como fin último de una sociedad.

La Academia Sueca ha concedido a los profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Estados Unidos, Daron Acemoglu y Simon Johnson, y al de la Universidad de Chicago, James A. Robinson, el Premio Nobel de Economía de este año. Sin duda alguna son grandes investigadores y su prestigio va más allá del ámbito académico, siendo especialmente conocido por el público el libro titulado Por qué fracasan los países.

Sus investigaciones se centran en la formación de las instituciones y en cómo países que son aparentemente similares siguen trayectorias de crecimiento económico muy diferentes. Este es el tema central y la propia academia destaca que “el 20% de los países más ricos del mundo son 30 veces más ricos que el 20% más pobre. La brecha de ingresos entre los más ricos y los más pobres también es persistente; aunque los países pobres han ganado en riqueza, no están alcanzando a los más prósperos”.