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La carta que esperaba

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La semana pasada me llegó una carta que esperaba desde hace tiempo. A pesar de que aguardaba el blanco sobre con letras negras, su remitente me estampó: Servicio de Inmigración y Ciudadanía de los Estados Unidos (United States Citizenship and Immigration Services); USCIS por sus siglas en inglés, la migra para los amigos. 

Con manos temblorosas, despegué el sobre cerrado y saqué el papel verde. Lo tuve que leer varias veces, la migra no hace nada sencillo, ni siquiera sus mensajes. Dentro de mí había una voz interior que me decía, “ya está, ya te han encontrado. Ya saben que no perteneces”.

Sacudí la cabeza para echar al lado los pensamientos intrusivos y seguir leyendo. No, no me quieren echar, simplemente me escriben para informarme de que el 22 de octubre tengo cita para examinarme de cultura estadounidense y, si apruebo, conseguir la naturalización, o sea se, la ciudadanía estadounidense. 

Como yo dentro de unas semanas (si apruebo mi examen, claro), 878.500 inmigrantes se convirtieron en ciudadanos estadounidenses en 2023, según el Instituto de Política Migratoria (Migration Policy Institute). Cerca del millón de personas que culminaron esta batalla migratoria llena de obstáculos. 

A pesar de que solo el 10% de los 4,7 millones de inmigrantes en Estados Unidos somos de origen europeo, de los cuales calculan el 2%, unos 126.000 españoles, los que venimos de Europa tenemos más posibilidades de convertirnos en ciudadanos que quienes emigran de otros continentes. 

Ha habido un factor que ha sido decisivo para mí en dar el paso y agarrar la bandera americana: los residentes permanentes no tenemos derecho al voto. Y este año, por lo que sea, me ha parecido importante poder ejercer este derecho

Entre los emigrantes europeos en Estados Unidos, los españoles y los franceses somos los que menos elegimos realizar el trámite de la naturalización, con un 45% y 53% respectivamente de los residentes permanentes que terminan siendo ciudadanos con todos los derechos. 

Y no me extraña que a la mayoría de los inmigrantes españoles no les interese realizar el trámite de la ciudadanía, ya que se puede vivir igual de bien con una visa permanente, la tan traída y llevada Green Card, que cualquier ciudadano de a pie. 

Los residentes permanentes tenemos casi todos los mismos derechos que los ciudadanos estadounidenses. Desde acceso a la (escasa) seguridad social y beneficios sociales, a poder viajar y vivir donde queramos dentro del país. En realidad, siendo sincera, yo podría haberme hecho ciudadana hace cinco años y no lo he hecho, aparte de por la apatía que me dan los trámites burocráticos, por simple falta de interés. 

Aunque hay ciertas cosas que son más fáciles para los ciudadanos estadounidenses. Por ejemplo, los trámites en la frontera son más rápidos para los que tienen el pasaporte con el águila estampada en la portada. ¡Ah, y un detalle! A los residentes permanentes, si cometemos un crimen, se reservan el derecho a echarnos a nuestros respectivos países. 

Para mí el día que sacuda la bandera de las barras y las estrellas será un día triste porque significará que estoy un poco más cerca de no deshacer el camino, de no volver a mi tierra

Pero ha habido un factor que ha sido decisivo para mí en dar el paso y agarrar la bandera americana: los residentes permanentes no tenemos derecho al voto. Y este año, por lo que sea, me ha parecido importante poder ejercer este derecho, que después vienen los lamentos. 

Dejo la carta de la migra encima de la mesa y respiro mi alivio. No felicidad, ni siquiera satisfacción o alegría de estar tan cerca de esa naturalización que para muchos es un sueño. Porque la realidad es que para mí nunca lo ha sido. Si alguien me hubiera dicho hace nueve años cuando aterricé por primera vez en Los Ángeles que casi una década después estaría preparándome para entonar el “Oh say can you see”, no me lo hubiera creído. 

No, para mí el día que sacuda la bandera de las barras y las estrellas será un día triste porque significará que estoy un poco más cerca de no deshacer el camino, de no volver a mi tierra, sino para vacaciones y ver a la familia. Porque ese día, aunque la distancia sea la misma, estaré un poco más lejos de mi querida Andalucía. 

La semana pasada me llegó una carta que esperaba desde hace tiempo. A pesar de que aguardaba el blanco sobre con letras negras, su remitente me estampó: Servicio de Inmigración y Ciudadanía de los Estados Unidos (United States Citizenship and Immigration Services); USCIS por sus siglas en inglés, la migra para los amigos. 

Con manos temblorosas, despegué el sobre cerrado y saqué el papel verde. Lo tuve que leer varias veces, la migra no hace nada sencillo, ni siquiera sus mensajes. Dentro de mí había una voz interior que me decía, “ya está, ya te han encontrado. Ya saben que no perteneces”.