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Casarse con Vox
Moreno Bonilla ha huido del discurso del adelanto electoral con la misma velocidad que los dibujitos animados salen expelidos para atrás de las aguas gélidas a las que se habían lanzado sin saberlo. Como propulsado por un resorte. Un visto y no visto. De repente no tiene prisa ninguna por llamar a las urnas y hace planes a largo plazo. Su entorno confiesa sin disimulo que los pormenores de la formación de gobierno de su partido en Castilla-León, previsiblemente con Vox --una avenencia que se va a retransmitir a tiempo real en todas las pantallas---, le perjudica. Resulta que la impronta de un ejecutivo conjunto con la ultraderecha vociferante no combina para nada con el traje de moderado cabal que viste el personaje Juanma, tan primorosamente perfilado. Es un telón de fondo deslucido en plena campaña. Menudo descubrimiento. La reacción para deshacer el aviso de la inminente convocatoria difundido por los canales mediáticos, que se cimentaba en el inexistente bloqueo de la gestión por una pinza ficcionada, ha sido fulminante, y no exenta de cierta comicidad: ha dado para una nutrida colección de chistes.
La cuestión es si esta súbita operación de retirada a paso ligero, que roza la categoría de estampida, se produce demasiado tarde, y si servirá para convencer de que el PP camina a una distancia sideral de Vox. Porque de eso se trata: en el centro andalucista, que es lo que ahora vende y aconsejan los sondeos, no cabe el estrambote de retórica identitaria. Es mucho lo que han de desandar. A la banalización de la ultraderecha no se llega de golpe. Se empieza por transigir con la tosquedad ideológica por razones de conveniencia y, en el proceso, el cuerpo se va acomodando hasta alcanzar la sensación de regularidad. En la historia hallamos sobrados ejemplos de cómo la costumbre es capaz de desactivar alarmas y prevenciones y lograr que lo que era inaceptable acabe por percibirse como habitual y cotidiano. En Andalucía el trabajo de normalización de la extrema derecha es atribuible en su mayor parte a Moreno. Cuando se vio en disposición de ser presidente de la Junta (con un porcentaje de votos realmente exiguo) merced a la alianza de Ciudadanos y el pacto con Vox, volcó su poder de persuasión en presentar a los ultras como razonables, una opción política cualquiera dentro del sistema.
Ahí están las voluntariosas traducciones libres que los populares han hecho de los postulados sexistas, xenófobos, anticonstitucionales y antieuropeístas de Vox.
En los tres años que ha gobernado con su apoyo, la labor divulgativa del presidente Moreno ha sido fabulosa, con frecuentes elogios y defensas encendidas, en algunas ocasiones en plan caballero andante. Los ha ayudado con su pátina de tipo corriente a entreverarse en el paisaje político, les ha regalado el papel de garantes de la estabilidad e incluso les ha permitido ser protagonistas de la tan publicitada reforma fiscal, pese a que demasiadas veces Vox ha sobrepasado los límites democráticos, cuyo punto culminante, a mi juicio, fue mandar a tomar por culo a la presidenta de la Cámara. Sin olvidar el escrache de Rocío Monasterio a un centro de niños migrantes. Más que a las hemerotecas, surtidas por versiones opuestas de los periódicos, siempre recomiendo acudir al diario de sesiones de los parlamentos, una fuente inagotable que nos devuelve a la realidad de los cambios de criterio sobrevenidos y los barquinazos. Ahí están las voluntariosas traducciones libres que los populares han hecho de los postulados sexistas, xenófobos, anticonstitucionales y antieuropeístas de Vox, así como los intentos de tapar y revestir de normalidad las inagotables letanías de exabruptos.
Un sector del PP andaluz y muchos de sus partidarios han interiorizado que gobernar con Vox es inevitable, y para algunos, deseable. Basta con echar un vistazo a las redes y leer determinadas tribunas de opinión. La trivialización sostenida ha sido exitosa. Apenas advierten, por ejemplo, el peligro de la deshumanización de los migrantes, a quienes muestran como una especie diferente, siguiendo un procedimiento parecido al que describió la filósofa alemana Hannah Arendt para los judíos, causantes de todos los males. O el enorme perjuicio que el antifeminismo y la guerra contra la educación en igualdad supone para combatir la violencia machista o los comportamientos gregarios homófobos. No lo ven, o piensan que es fácil de controlar. Moreno Bonilla aceptó a Vox como una segunda novia, pero a Juanma, el personaje, no le viene bien que pase a ser la primera, y mucho menos oír hablar de planes de boda. Los norteamericanos usan una expresión, originaria del mundo mafioso, para definir los vínculos automáticos que se crean al coquetear con alguien del lado oscuro o inconveniente: married to the mob (casado con todos), que dio nombre a una comedia de Michelle Pfeiffer en los ochenta. Mantener relaciones con Vox es lo que tiene, que cuesta despegarse.
Moreno Bonilla ha huido del discurso del adelanto electoral con la misma velocidad que los dibujitos animados salen expelidos para atrás de las aguas gélidas a las que se habían lanzado sin saberlo. Como propulsado por un resorte. Un visto y no visto. De repente no tiene prisa ninguna por llamar a las urnas y hace planes a largo plazo. Su entorno confiesa sin disimulo que los pormenores de la formación de gobierno de su partido en Castilla-León, previsiblemente con Vox --una avenencia que se va a retransmitir a tiempo real en todas las pantallas---, le perjudica. Resulta que la impronta de un ejecutivo conjunto con la ultraderecha vociferante no combina para nada con el traje de moderado cabal que viste el personaje Juanma, tan primorosamente perfilado. Es un telón de fondo deslucido en plena campaña. Menudo descubrimiento. La reacción para deshacer el aviso de la inminente convocatoria difundido por los canales mediáticos, que se cimentaba en el inexistente bloqueo de la gestión por una pinza ficcionada, ha sido fulminante, y no exenta de cierta comicidad: ha dado para una nutrida colección de chistes.
La cuestión es si esta súbita operación de retirada a paso ligero, que roza la categoría de estampida, se produce demasiado tarde, y si servirá para convencer de que el PP camina a una distancia sideral de Vox. Porque de eso se trata: en el centro andalucista, que es lo que ahora vende y aconsejan los sondeos, no cabe el estrambote de retórica identitaria. Es mucho lo que han de desandar. A la banalización de la ultraderecha no se llega de golpe. Se empieza por transigir con la tosquedad ideológica por razones de conveniencia y, en el proceso, el cuerpo se va acomodando hasta alcanzar la sensación de regularidad. En la historia hallamos sobrados ejemplos de cómo la costumbre es capaz de desactivar alarmas y prevenciones y lograr que lo que era inaceptable acabe por percibirse como habitual y cotidiano. En Andalucía el trabajo de normalización de la extrema derecha es atribuible en su mayor parte a Moreno. Cuando se vio en disposición de ser presidente de la Junta (con un porcentaje de votos realmente exiguo) merced a la alianza de Ciudadanos y el pacto con Vox, volcó su poder de persuasión en presentar a los ultras como razonables, una opción política cualquiera dentro del sistema.