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Cataluña, Hamlet y unas cuantas calaveras

Los españoles siempre hemos llevado muy dentro de nosotros un seleccionador de fútbol y un presidente del Gobierno. Ahora nos toca demostrarlo. Del Bosque sigue sin encontrar un once titular para La Roja y Rajoy ha demostrado que no tiene ni la menor idea de qué hacer con Cataluña y que sigue sin encontrar una vía de salida ni en los consejos del gurú Arriola ni en las páginas de sus grandes periódicos de referencia, el Marca y el As.

Como lo de Del Bosque está en buenas manos, vamos a centrarnos en Rajoy. Lo primero, una confesión: por una vez, le entiendo. El que esté libre de toda duda sobre Cataluña, que tire la primera solución. Yo, lo reconozco, tengo más dudas que Hamlet ante una calavera y le tengo muy poca fe a los apocalípticos de turno que ofrecen todo tipo de soluciones simples a problemas cuya complejidad se me ha terminado por escapar.

En el asunto de Cataluña, me chirría casi todo.

Me chirría que la Fiscalía se ponga a perseguir una consulta popular en la que han participado más de dos millones de personas, pero también me chirría que algunos aplaudan y definan como democrática una astracanada propia de las películas de Torrente, con urnas de cartón, censos de la Rúe del Percebe número 13 y unos cuantos señores delirantes de Esquerra haciendo el recuento de los votos.

Me chirría que Artur Mas siga con el disfraz de Braveheart y nadie le haya avisado de que no estamos en un carnaval, pero también me chirría que tengamos un presidente del Gobierno en la Moncloa con menos capacidad para el diálogo que DarthVader antes de la batalla final.

Y, por supuesto, me chirría que entre unos y otros nos obliguen a hablar de Cataluña, luego de Cataluña y más tarde de Cataluña con la de problemas de paro, crisis y corrupción que sufre este país. Por resumirlo en seis palabras: no se puede ser más jartible.

¿Soluciones? Sobran predicadores y faltan desatascadores, así que bienvenidos sean los que tienen alguna solución más o menos realista a uno de los peores atolladeros de nuestra historia más reciente.

Dos millones de catalanes quieren pegarle una patada a España, otros cuatro se han negado a participar en un simulacro tropical y el resto de los españoles se divide entre los que quieren buscar una salida al conflicto sea como sea y los que mandarían a Artur Mas a Laponia sin billete de vuelta.

Es un tópico, pero de los sólidos: ahora toca la política, y con mayúsculas. Sin tacticismos ni mesianismos. Y con propuestas verosímiles que vayan más allá de las frases grandilocuentes y permitan un encaje de Cataluña en España…que no suponga un agravio para las demás regiones. Si para eso hay que reformar la Constitución, que se emprenda el proceso. Sin miedos y sin más prevenciones de las precisas.

¿Se puede lograr cuando hay dos millones de catalanes que lo único que quieren es darnos una patada donde más nos duele? No lo sé, pero desde luego hay que intentarlo. Aunque sólo sea por los otros cinco millones de catalanes que no quieren inmolarse en el fuego que les han preparado unos dirigentes secesionistas tan enfebrecidos que aún no han tenido tiempo para bajarse de su delirium tremens.

Los españoles siempre hemos llevado muy dentro de nosotros un seleccionador de fútbol y un presidente del Gobierno. Ahora nos toca demostrarlo. Del Bosque sigue sin encontrar un once titular para La Roja y Rajoy ha demostrado que no tiene ni la menor idea de qué hacer con Cataluña y que sigue sin encontrar una vía de salida ni en los consejos del gurú Arriola ni en las páginas de sus grandes periódicos de referencia, el Marca y el As.

Como lo de Del Bosque está en buenas manos, vamos a centrarnos en Rajoy. Lo primero, una confesión: por una vez, le entiendo. El que esté libre de toda duda sobre Cataluña, que tire la primera solución. Yo, lo reconozco, tengo más dudas que Hamlet ante una calavera y le tengo muy poca fe a los apocalípticos de turno que ofrecen todo tipo de soluciones simples a problemas cuya complejidad se me ha terminado por escapar.