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Choque a hierro de la izquierda pacifista
Podemos y Sumar tienen un conflicto. Hondo y enconado. Se venía viendo, pero ha quedado ya diáfano, el 2 de abril, al faltar los dirigentes de Podemos al lanzamiento de Yolanda Díaz como candidata de Sumar y con la batería posterior de reproches cruzados. Sucede que cuando un conflicto no se ataja a tiempo se hincha y da la impresión de que solo puede explotar. En esa estamos. Porque, ¿cómo se desescala la pugna entre, de un lado, Yolanda Díaz y de otro Ione Belarra e Irene Montero, para que ellas y a quienes representan vuelvan a remar juntos?
Las próximas generales serán, según se apunta, en diciembre. Quedan ocho meses para evitar que a la izquierda del PSOE haya dos papeletas, algo que preocupa, con razón, a la ciudadanía progresista porque la ley D’Hondt penaliza la división, resta escaños.
Por más ridículo que estos días hayan hecho Vox con Tamames y el PP con su predicadora evangélica y con las acusaciones de Feijóo al presidente Sánchez de despreciar la cultura china por no inaugurar una exposición de Guerreros de Xi'an en Alicante justo cuando Pedro Sánchez departía en Pekín con Xi Jinping, este 2023 puede acabar con Feijóo de presidente y Abascal de vicepresidente.
Eso pondría a España en línea con la Italia de la primera ministra neofascista Meloni, con la Francia con gran riesgo de que la ultraderechista Le Pen releve al presidente Macron y con la Finlandia donde la primera ministra socialista Sanna Marin acaba de perder con 43 escaños frente a los ultraderechistas que han sacado 46 y los conservadores con 48.
Abruma el nivel de hostilidad entre Sumar y Podemos en el actual panorama de ascenso de la ultraderecha en Europa y ante la evidencia de que, en España, o se reedita el pacto PSOE-UP o gobernarán Feijóo y Abascal.
Ante este ascenso reaccionario que, en España, frenaría en seco los avances sociales logrados por el gobierno de PSOE-UP, abruma el grado de enfrentamiento de las izquierdas a la izquierda del PSOE.
Abate que no sea un debate sobre legítimas discrepancias sino un choque a hierro (“a jierro”, decimos en el sur) donde saltan chispas incluso de animadversión personal, partiendo de la cúspide dirigente y llegando a ráfagas de mensajes hostiles entre partidarios de unas y otros en las redes sociales y en los comentarios de lectores y lectoras de periódico como este.
En todos los grupos ideológicos, en todas las organizaciones políticas, de España y del mundo, hay discrepancias, solo que cada cual se esfuerza en gestionarlas del modo más ventajoso para, con todo, ganar y llevar sus proyectos del papel a la realidad.
Entre los muchísimos logros de Unidas Podemos desde que Podemos emergió con los cinco eurodiputados de 2014 no es menor el haber logrado que el PSOE dejara de verlos como el aceite con quien el agua no puede mezclarse para que ahora Pedro Sánchez insista en cada ocasión que tiene en decir que quiere prolongar la alianza en la próxima legislatura. Lo hace porque lo necesita, claro, forzado por el electorado, tirando de pragmatismo… pero asumiendo que ello le obligará a ceder en diversos puntos ante un socio con menos votos.
Diálogo vendo y para mí no tengo
Podemos y Sumar tienen muchas menos diferencias programáticas e ideológicas que Unidas Podemos y el PSOE, que siguen, sin embargo, gobernando juntos y dicen querer seguir haciéndolo a futuro pese a sus diferencias en temas como la cuestión del Sáhara Occidental, la matanza de Melilla, la vivienda o la ley mordaza. Por encima de todo, Podemos y Sumar comparten su prioridad por la justicia social y la convicción de que esta pasa por cambiar la fiscalidad porque, como bien ha explicado estos días Yolanda Díaz en El País, “es incomprensible que una peluquería tribute al 17,5% mientras una gran corporación bursátil cotizando en Bolsa lo hace al 3,9% (…) y que las nóminas de las y los trabajadores aporten el 85% de recaudación del IRPF”.
Entonces, ¿cómo es que el acuerdo entre Sumar y Podemos, antes o después de las municipales y autonómicas del 28 de mayo, parece ya imposible? Me refiero a un pacto de verdad, sincero, creíble.
Las puyas hirientes, las miradas desafiantes hacen que cunda la desesperanza. Sin embargo, de pronto se abre paso una duda: ¿no creemos nosotros, no promulga Podemos, la propia Belarra, que incluso un conflicto tan brutal como la guerra de Rusia en Ucrania que arrasa vidas, mutila, exilia, hace sufrir y siembra odio, debe y puede pararse con negociación y diplomacia?
¿Creemos en serio en el poder de la palabra y la cesión? ¿O estamos ante un triste ejemplo de “consejos vendo y para mí no tengo”?
Si no creemos, si la izquierda a la izquierda del PSOE no cree que pueda arreglarse con diálogo su “psicopatología de las pequeñas diferencias” –como la diagnostica, certero, Josep Ramoneda–, ¿con qué legitimidad va a predicar la reconciliación pacífica en conflictos como el ruso-ucraniano o el de Israel y Palestina?
No es coherente por parte de la izquierda de Podemos-Sumar pregonar el diálogo, la cesión y el pacto ante conflictos como el de Rusia y Ucrania o Israel y Palestina y a la vez ser incapaz de resolver sus mínimas divergencias con esas mismas herramientas.
Negociar no es buenismo estéril, ni utopismo ingenuo. Funciona. La tensión en el seno de Cataluña y con España, que en 2017 era máxima, ha llegado a la actual recuperación del clima de convivencia gracias a la negociación y al pacto.
¿Y qué decir de la reconciliación en la sociedad vasca? En Euskadi se reconocen aún en el vecindario, en las oficinas, y el mercado quienes en las décadas de existencia de ETA sufrieron los asesinatos y secuestros y quienes, en cambio, protegían y justificaban a los terroristas. Su convivencia pacífica es una gran lección. Como la que desde la Transición a ahora siguen danto tantos republicanos y antifranquistas que todavía hoy se topan con delatores y torturadores. Si heridas tan profundísimas cicatrizan con talante democrático, ¿cómo no van a hacerlo meras diferencias de criterio, de estrategia o de legítima aspiración de mayor cuota de representación y poder?
Sinceramente dudo que Podemos sea tan ciego como para pensar que solo él tiene la razón mientras que todos los unidos en torno a Sumar están equivocados. Ojo que hablamos de colectivos tan variados y distintos como IU y PCE, Más País y Más Madrid, Compromís, En Comú, Equo, Alianza Verde, la Chunta Aragonesista, Proyecto Drago, Iniciativa del Pueblo Andaluz, Batzarre y el Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía de Ceuta… junto, además, a referentes individuales que apoyaron a Sumar el 2 de abril en Magariños como la ex socialista y pionera en la lucha trans Carla Antonelli, la escritora exiliada nicarangüense Gioconda Belli, la pensadora y ensayista Remedios Zafra. Y tampoco me creo que Yolanda Díaz piense en serio que un Sumar sin Podemos “no sería un fracaso”.
Para mí que unas y otros saben que van a tener que acabar frenando, pero apuran un metro más, un segundo más para ganar, por rivalidad. Como pilotos en un circuito que acaba en un muro. Solo que cuando pisen el freno quizá los coches lleven ya demasiada inercia, no puedan parar a tiempo. Entonces, si eso pasa, nos estrellarán. Nos estrellaremos. No es desde luego lo que yo quiero.
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