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Fuera de clase
Pablo Iglesias tiene tarea. El Podemos madrileño es una máquina mediática. Hábil esgrima en la dialéctica, dominio de la liturgia del mitin, sabe esquilmar los recursos del atril consciente del código de comunicación en juego. Teresa Rodríguez no. Esa es la tarea de Pablo, sea o no de su familia. Enseñarle las reglas del juego.
En el debate de este martes, sus carencias, desde la benevolencia, pueden ser llamadas frescura pero, desde la objetividad, es falta de oficio. Igual que cuando prepara una clase recordará el CAP, ahora el código de comunicación debe saber que es otro.
Mandar callar, solicitar atención, no muestra bisoñez, muestra incapacidad de generarla, la atención. Si usara bien los recursos del atril, nadie miraría el móvil. Ordenar silencio, en un parlamento casi silente, requiere un visionado urgente de intervenciones en el parlamento británico. El “salga usted fuera de clase” aquí está fuera de lugar.
Tarea, también, en el qué del discurso. Su mantra discursivo es “los políticos no son de fiar”. La política ha comprado el discurso de la corrupción a granel, ella sola se ha colocado la diana a la espalda.
¿Alguien recuerda un sólo perdón o una sola medida anticorrupción en el sector financiero? Mientras las páginas salmón hablan de éxito, de beneficios, las de política lo hacen de corrupción. La economía decidió traspasar a la corrupción la responsabilidad de la crisis. Y ahora parece que toda la política ha cogido ese traspaso. Que la política no sirve es ahora la mayor amenaza. Este es el discurso nuevo. Este es, por lo visto, el discurso esperanzador.
Y entonces, ¿cuál es la solución? Según Podemos la solución está en los funcionarios. ¡Qué paradoja!. Quienes quieren cambiar el sistema quieren contar con aquellos que son su armazón. Un armazón cuyo sistema de selección es aprobar un examen. Mientras, en la realidad, pedimos a los futuros trabajadores que renueven su empleabilidad continuamente, que se reciclen, que se sigan formando, Podemos nos pide que confiemos en quienes periclitan su posición sobre una prueba escrita hace diez o veinte años. Nos gastamos miles de millones de euros en incentivar, en estimular, en apoyar a los emprendedores, porque sabemos que de ellos depende la salida de la crisis; sin embargo, sólo podemos confiar en el funcionario fijo de un estado administrativo fan de Larra.
Y debemos confiar en ellos, porque al contrario que en la política, parece que la honestidad en la acción funcionarial es genética. Pero, desgraciadamente, no es así.
O eso es lo que se concluye de algunos de los últimos casos que están siendo objeto de investigación judicial, ya que son funcionarios algunas de las personas del Ayuntamiento de Sevilla implicadas en la Operación Enredadera, o algunos de los detenidos en Valencia, o los militares del caso de droga en el Sebastián Elcano, o algunos de los comisarios de policía investigados en Madrid, o algunos notarios e incluso algún interventor. Todos son funcionarios del Estado. Todos.
Esto es querer cambiar un sistema sobre la base de una casta cuya élite es la misma desde la Restauración. El discurso de Rodríguez quiere cambiar el sistema con el sistema; todo un reto, porque de cambiar el acceso a la función pública, ni siquiera hablamos.
La solución para la política no son los funcionarios.
Eso es tan antiguo que incluso un grupo de profesores universitarios, con plazas ganadas en las reconocidas por abiertas y trasparentes oposiciones universitarias, saben de eso si estudiaron las tesis de Weber. Pablo tiene tarea.
Nos miramos en series danesas como Borgen, americanas como el Ala Oeste o esa infantil de House of Cards, cuando nuestra realidad esta pringada del imaginario del Montalbano de Camilleri. La Cataluña del 3%, la Valencia que se creyó su papel en Entre Naranjos de Blasco Ibáñez, el Madrid habitual plató de cualquier novela de Juan Madrid, un Presidente del Gobierno, a la sazón registrador de la propiedad, es decir, funcionario, que manda a un preso un mensaje: “sé fuerte”. ¿Queda algo más?
¿Qué nos queda? Pues que la política sea capaz de recuperar su espacio.
Es culpable de muchas cosas, deshonestas también, pero sobre todo, de dejarse culpabilizar en solitario y no ofertar vindicaciones transformadoras sino mea culpas que hacen reír al Ibex 35. El descrédito de la política deviene más de no hacer nada frente a quienes generan la crisis que de sus otros errores. Es la política la que facilita que los ciudadanos voten a un partido como Podemos, para que trasforme la realidad. Para elegir funcionarios hay otros caminos que no son las urnas.
Hay tanto que cambiar, la batalla es tan importante, que lo mínimo que se puede pedir es conocimiento del medio. Igual que un profesor sabe cómo afrontar la explicación de una unidad o los recursos utilizables más atractivos, un servidor público, como lo son también los parlamentarios (Rodríguez lo es) debieran saberlo. Seguro que hay mucha gente esperando que lo haga bien. Pablo tiene tarea.
Pablo Iglesias tiene tarea. El Podemos madrileño es una máquina mediática. Hábil esgrima en la dialéctica, dominio de la liturgia del mitin, sabe esquilmar los recursos del atril consciente del código de comunicación en juego. Teresa Rodríguez no. Esa es la tarea de Pablo, sea o no de su familia. Enseñarle las reglas del juego.
En el debate de este martes, sus carencias, desde la benevolencia, pueden ser llamadas frescura pero, desde la objetividad, es falta de oficio. Igual que cuando prepara una clase recordará el CAP, ahora el código de comunicación debe saber que es otro.