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Crónicas del Centro Andaluz de las Letras

20 de diciembre de 2022 19:48 h

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Será porque en estas fechas -quizá por apurar hasta el último maravedí de los presupuestos exiguos del Centro Andaluz de las Letras (CAL)- me tocaba acudir a leer a algún pueblo de Almería, o de Huelva, o de Córdoba, por lo que en estos días he comenzado a recordar anécdotas que, a mí y a otros muchos escritores andaluces, nos han sucedido por esos caminos, rumbo a lo que llamábamos las misiones pedagógicas. Tales misiones pedagógicas (las llamábamos así en un guiño nostálgico a las que impulsó la Institución Libre de Enseñanza durante la Segunda República) se denominaban oficialmente Circuito Literario Andaluz y tienen -o tenían- por objetivo acercar a los pueblos de Andalucía la obra de autores andaluces contemporáneos, en la viva voz y presencia de los mismos. 

Una vez, camino de Riotinto, una pasajera del autobús me contó la historia más fantástica jamás oída, y mi charla de aquella tarde no tuvo más remedio que versar del realismo mágico andaluz. En otra ocasión, también en Navidad, la lectura se demoró por un pucherazo en un sorteo de un paseo en camello por aquellos montes. En otra, en Alcaudete (Jaén), el bibliotecario del pueblo tuvo la genial idea de organizar el recital en el hogar del pensionista de la localidad, donde hacen vida muchas mujeres y hombres mayores. Les pregunté a aquellos honorables ancianos si eran entendidos en poesía. Me dijeron que no. Algunas ni sabían leer. Sin embargo, cuando comencé a declamar un romancillo, me dijeron que ese se lo sabían, y cuando les referí las coplas de su carnaval, se hincharon a cantar una tras otra. Después me dictaron unas preciosas rimas de santería para curar verrugas y la erisipela, y a continuación me hicieron algunos recitados de los que metían en sus cantes Marchena o Vallejo. Una mujer cerró con una nana de las que tocara al piano García Lorca. Fue una anténtica lección de poesía compartida. Aquella noche, esas mujeres y hombres se fueron a la cama sabiendo que eran los últimos tesoreros de un bagaje literario andaluz valiosísimo. Archiconocida entre los escritores andaluces es esa anécdota de un poeta -no daré el nombre- que llegó a la biblioteca de un pueblo y dijo: “Vengo a la lectura”, y el bibliotecario le enseñó el cuartillo del contador de la luz. 

Seguro que el candidato, ese que buscan “con un perfil completamente diferente” al de la señora Díaz Pérez, propondrá un ciclo en el que grandes autores de la literatura contemporánea estén más cerca aún, piel con piel prácticamente, con el público

Escuché con muchísima atención la entrevista que Arturo Bernal, consejero del ramo de muchas flores (Turismo, Deportes y Cultura), concedió a Jesús Vigorra tras el cese de Eva Díaz Pérez. Me maravilló escucharle decir que su propósito era hacer “una gestión mucho más capilar, y que no centre sus esfuerzos en la ciudad de la sede principal”, y hacer extensiva la actividad del CAL “a otras zonas de Andalucía, más allá de Córdoba y Sevilla”. Lo celebro. Capilar ya era, así que supongo que su propósito será aumentar la frecuencia de actividad en más pueblos y aldeas. El programa Letras Capitales llegaba además a todas las capitales de provincia. Gracias a él, hemos podido disfrutar de autores nacionales de primera línea. Mi bibliotecaria me cuenta que me echó de menos en la última visita de Manuel Vilas a Sevilla, organizado por el CAL en dicho ciclo. “Me pilló fuera de la ciudad”, le respondo, y le pregunto por la próxima actividad del ciclo. Regreso a mi casa con su silencio. Seguro que el candidato, ese que buscan “con un perfil completamente diferente” al de la señora Díaz Pérez, propondrá un ciclo en el que grandes autores de la literatura contemporánea estén más cerca aún, piel con piel prácticamente, con el público. 

La Escuela de Escritores Noveles, en Mollina (Málaga), ha cambiado la vida a muchas chicas y chicos que soñaban con escribir y creían que nadie les iba a dar el impulso que necesitaban

También hablaba el consejero en dicha entrevista, que escuché tomando buena nota, que pretendía “incorporar a nuevos creadores, es decir, un poco la literatura contemporánea”. No se me ocurre de dónde los pueden sacar, pues el CAL tiene un vastísimo conocimiento de las escritoras y escritores contemporáneos que crean desde Andalucía. No se me olvidará jamás la feliz reunión de Antequera, en el 2012, en la que autores como José Manuel Caballero Bonald, Juana Castro, Felipe Benítez Reyes, Ana Rosetti, Eva Díaz Pérez y otros tantos hasta llegar a ochenta, incluidos (por vídeo) Emilio Lledó y Pablo García Baena, nos sentamos a debatir sobre el presente y el futuro de la literatura andaluza. Quizá no es mala cosa -voy dando ideas, y gratis- dar la palabra los artífices de las letras actuales, en su riqueza y pluralidad, que son quienes conocen el paño. Sobre los “nuevos creadores”, más que buscarlos, conviene crear las condiciones propicias para que surjan. En esta línea, apunto otra iniciativa que durante años ha llevado a cabo el Centro Andaluz de las Letras: la Escuela de Escritores Noveles. Esa escuela, en Mollina (Málaga) ha cambiado la vida a muchas chicas y chicos que soñaban con escribir y creían que nadie les iba a dar el impulso que necesitaban. De ahí han surgido autoras y autores que ya están publicando y obteniendo importantes reconocimientos literarios a nivel nacional. 

Y hablando de la proyección a nivel nacional e internacional, en esta crónica no puedo olvidar que, en distintos puntos de Nueva York, a través de una aplicación se puede escuchar la voz de un selecto surtido de autores andaluces. Ni puedo dejar atrás el viaje que unos jóvenes autores y autoras de cada provincia andaluza, con el capitán Rafael de Cózar a la cabeza de la expedición, hicieron a Colliure, para llevarle al bueno de don Antonio hasta la sepultura un arrayán de su patio de Sevilla, y dejar constancia de que su ejemplo y memoria permanece vivo en los poetas andaluces de ahora. Fue Machado precisamente quien nos enseñó que, en los peores casos, confundimos lo novedoso con lo original, que cambiar no siempre es para mejor y que no hay nada que sea absolutamente impeorable. El consejero explicó que buscaban para director de la institución “otro perfil completamente diferente” y que “no se puede obtener resultados distintos si no hacemos las cosas de otra manera”. Buscar a alguien “completamente diferente” no es buena idea; el antónimo de Eva Díaz Pérez -ya se ha dicho- es incultura. En las letras, si no se mira hacia atrás, e incluso se rescata del olvido a quienes injustamente no están en el canon, no se puede tirar hacia adelante. Toda ruptura e innovación parte de haber leído a quienes, desde hace siglos, son pura vanguardia. 

Deducimos, por tanto, que la inversión será sustancialmente superior; tanto como el talento, conocimiento y capacidad de trabajo de su nuevo director

Desconozco los entresijos de la institución, sin duda siempre mejorable, pero no quiero dejar de apreciar la función social y cultural que la gente que compone el Centro Andaluz de las Letras (gestores y técnicos) ha llevado a cabo en Andalucía, las más de las veces con presupuestos apurados. Pero el consejero ha dicho: “Tenemos claro qué queremos hacer con el Centro Andaluz de las Letras”. Suponemos que hacerlo mejor que en las etapas en las que ha estado liderado por Díaz Pérez, Téllez, Neira, Martín de Vayas. Deducimos, por tanto, que la inversión será sustancialmente superior; tanto como el talento, conocimiento y capacidad de trabajo de su nuevo director, y que estará al servicio de un programa de calidad, plural, indagador, exigente, con firmes bases intelectuales, que llegue hasta el último rincón de Andalucía y se extienda también hacia España y la Humanidad. Deseandito.  

Será porque en estas fechas -quizá por apurar hasta el último maravedí de los presupuestos exiguos del Centro Andaluz de las Letras (CAL)- me tocaba acudir a leer a algún pueblo de Almería, o de Huelva, o de Córdoba, por lo que en estos días he comenzado a recordar anécdotas que, a mí y a otros muchos escritores andaluces, nos han sucedido por esos caminos, rumbo a lo que llamábamos las misiones pedagógicas. Tales misiones pedagógicas (las llamábamos así en un guiño nostálgico a las que impulsó la Institución Libre de Enseñanza durante la Segunda República) se denominaban oficialmente Circuito Literario Andaluz y tienen -o tenían- por objetivo acercar a los pueblos de Andalucía la obra de autores andaluces contemporáneos, en la viva voz y presencia de los mismos. 

Una vez, camino de Riotinto, una pasajera del autobús me contó la historia más fantástica jamás oída, y mi charla de aquella tarde no tuvo más remedio que versar del realismo mágico andaluz. En otra ocasión, también en Navidad, la lectura se demoró por un pucherazo en un sorteo de un paseo en camello por aquellos montes. En otra, en Alcaudete (Jaén), el bibliotecario del pueblo tuvo la genial idea de organizar el recital en el hogar del pensionista de la localidad, donde hacen vida muchas mujeres y hombres mayores. Les pregunté a aquellos honorables ancianos si eran entendidos en poesía. Me dijeron que no. Algunas ni sabían leer. Sin embargo, cuando comencé a declamar un romancillo, me dijeron que ese se lo sabían, y cuando les referí las coplas de su carnaval, se hincharon a cantar una tras otra. Después me dictaron unas preciosas rimas de santería para curar verrugas y la erisipela, y a continuación me hicieron algunos recitados de los que metían en sus cantes Marchena o Vallejo. Una mujer cerró con una nana de las que tocara al piano García Lorca. Fue una anténtica lección de poesía compartida. Aquella noche, esas mujeres y hombres se fueron a la cama sabiendo que eran los últimos tesoreros de un bagaje literario andaluz valiosísimo. Archiconocida entre los escritores andaluces es esa anécdota de un poeta -no daré el nombre- que llegó a la biblioteca de un pueblo y dijo: “Vengo a la lectura”, y el bibliotecario le enseñó el cuartillo del contador de la luz.