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Andalucía como espantajo
La doble ración de debate entre los cuatro candidatos a la presidencia del Gobierno acabó en empacho. Suele pasar cuando te lo comes todo de golpe, que sienta mal, y en lugar de disipar indecisos, lo más probable es que brotaran algunos nuevos. Ya se verá. Salvo Cataluña, la España de las comunidades estuvo ausente, y Andalucía apareció como decorado teatral; una vez más, el marco folclórico de la refriega, como aquellos de cartón piedra de las películas donde los protagonistas dirimían sus diferencias tentándose la faca. Es una cruz.
El dúo mal avenido de Casado y Rivera no dejó de descerrajar cifras desquiciadas de fraudes de todo pelaje, mientras Sánchez, mirando a cámara, citó a Andalucía como ejemplo de lo que ocurrirá si dan los números para un pacto con la extrema derecha. Le faltó la música de “Psicosis”. Todo muy de pasada, pues ninguno parecía saber de qué diablos le hablaba el otro. La cuestión es que a ambos bloques les sirvió como espantajo, un prodigio de versatilidad que en realidad revela el desconocimiento y la frivolidad con la que nuestros próceres apuntan invariablemente a esta tierra.
Tipismo a lo bandolero
Si iban a darse con Andalucía en la cabeza, ya podían haberse aplicado un poquito, en lugar de abundar en la leyenda del territorio ignoto y pintoresco donde es creíble una cosa y la contraria. Como siempre, demostraron no tener la menor idea ni ganas de tenerla. Para que los andaluces salgamos así, mejor estar desaparecidos, igual que el medio ambiente, que si es para hacer de tarascada siempre hay tiempo de quedarse fuera del plató. Que se busquen otros figurantes.
Como en toda situación sangrante, suele ser preciso un aliado cómplice entre los propios afectados, parafraseando a Simone de Beauvoir. En la previa del último de los debates, el nuevo Gobierno andaluz decidió echar una mano a su equipo, así que Moreno Bonilla y Marín se montaron su espectáculo electoral en San Telmo. Una versión mimosa (compartieron atril muy sincronizados) del 'Fantasma de la Ópera' -pero sin el fantasma, claro-, donde aportaron perlas renovadas para mantener viva la imagen distorsionada de Andalucía en el exterior, empecinados en echar leña al estereotipo aunque un día de estos se le vuelva en contra.
Si hemos escuchado que nuestros niños son analfabetos, que en la escuela se arrastran por los suelos o que somos capaces de convertirnos en gallinas con tal de que nos ceben con subvenciones, pertréchense con orejeras para protegerse de lo venidero. “Es como si cada día hubieran tirado [por la ventana de San Telmo] sacos llenos de billetes de 500 euros”, dijo Moreno Bonilla, sin alterar el gesto, de sus antecesores en la misma sede gubernamental. Ahí queda para que lo recojan los líderes foráneos que hablan de oídas cuando requieran enjaezar sus argumentarios con un toque de tipismo a lo bandolero.
Una cuestión de reputación
Alguna vez tendrán que poner freno. Debe de haber otra forma de hacer política que no sea por el procedimiento expeditivo de dilapidar la reputación de Andalucía a cañonazos. Ya tienen el poder y lo razonable es que se concentren en gestionarlo, y no pasarse los días forjando la artillería pesada que se lo lleva todo por delante, también el talento de los creadores, los avances científicos, la vanguardia en tantas cosas.
Si ya resulta doloroso padecer el prejuicio histórico hacia Andalucía, que se ha traducido a lo largo de los años en una rica antología de vituperios, astracanadas y topicazos, el nuevo papel de bruja para todo es ya insoportable. Lo que nos faltaba: ahora encima... espantajo.