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En defensa de los intereses de otros
El truco de los poderosos para sacar rédito a la política es conseguir que la gente no se oriente según sus intereses y, en consecuencia, busque opciones que los defiendan; que adquiera la falaz convicción de que juega en la misma liga que los poderosos y que los intereses de estos son también los suyos. Ahora lo meten en el saco de la guerra cultural, pero en realidad es una emboscada de gran astucia para que el ciudadano ande preocupado por problemas ajenos (cuando no ficticios) mientras pierde la conciencia de los propios. Que, por ejemplo, transija con la obscena supresión de los impuestos a los muy ricos efectuada por Ayuso y Moreno en Madrid y Andalucía --y el paulatino desmontaje de la sanidad pública universal-- y, sin embargo, estalle de indignación por una supuesta ofensa del espectro de ETA, o viva en permanente ansiedad por la amenaza de tropezar con una familia de okupas en la sala de estar.
En el engatusamiento participan muchos actores de todos los palos, exige tocar piezas variadas y ser tenaz. Hay sobrada tradición. Ya supimos de los pormenores de la falta de límites en la técnica de hacer lobby cuando se desvelaron las presiones de Uber a políticos para implantarse en las principales ciudades del mundo. Casi una película de espías. No obstante, en un plano más elemental, sin adentrarse en semejantes cañerías, hemos de admitir que el primer cooperador necesario son los medios de comunicación, rebotados en redes. Sin ellos no penetraría de forma tan certera el discurso fenomenal-libertario de las cañas y las sudaderas cuquis (en la vertiente positiva) ni el de la ciénaga biliosa de maldiciones y escupitajos (en la negativa) con el que se mantiene distraída a la concurrencia, al tiempo que se le hace creer que lo que le conviene, un poner, a Tamara Falcó está en línea con las necesidades de cualquiera.
Ahí lo llevan: Madrid ha declinado recaudar cerca de 1.000 millones (tan necesarios en esta época) para que 18.000 personas con rentas superiores a los dos millones no pagasen patrimonio
Embelesados con la tontuna del conteo de los viajes en Falcón y el pretendido despilfarro, que siempre es de izquierdas y nunca de derechas, --sin olvidar la polémicas majadera de turno, como la de que el ministro Garzón se ha comido una loncha de jamón en una feria--, se ha logrado entreverar en el cuerpo social que la subida de las pensiones y del salario mínimo, así como la rebaja del IVA en energías y ayudas en combustibles, son asuntos que no atañen a la gran mayoría. Sin embargo, la excepción de tributos a las capas altas, que al común de los contribuyentes les pasó de largo, igual que la caravana de coches de Bienvenido Mister Marshall lo hizo por Villar del Río, es una medida merecedora de un recibimiento de hojas de palma por parte del populacho. Ahí lo llevan: Madrid ha declinado recaudar cerca de 1.000 millones (tan necesarios en esta época) para que 18.000 personas con rentas superiores a los dos millones no pagasen patrimonio.
Acabamos de saber que en la negrura de la pandemia, cuando la economía española se contrajo un 10,8% y los pequeños ahorradores vieron menguar sus inversiones, el número de ricos en España (por encima de los seis millones de euros) alcanzó su máximo histórico. 295 más que en el ejercicio anterior. En una década los millonarios se han duplicado, y la mancha de aceite de los más pobres se ha ido extendiendo. Cabe preguntarse cómo es posible que vayan en aumento los que se dejan marear con la engañifa de la cultura del éxito y la mil veces desmontada meritocracia. ¿En qué momento caló que la intervención pública es innecesaria y hasta contraproducente? ¿Cuál fue el proceso que devino en la conclusión cuñada de que los sindicatos y las luchas colectivas están desfasadas?
¿En qué momento caló que la intervención pública es innecesaria y hasta contraproducente? ¿Cuál fue el proceso que devino en la conclusión cuñada de que los sindicatos y las luchas colectivas están desfasadas?
Yo al menos me hago esas preguntas. Y parece ser que el FMI y la OCDE (sin que sirva de precedente) en parte coinciden conmigo, pues hace tiempo que abogaron por elevar tributos a las grandes fortunas y aplicar el impuesto de sucesiones para que la desigualdad afloje el galope. Habrá que reconocer que la táctica de moldear la forma de pensar de la población cosecha resultados: a diario contemplamos aquí y allá, no solo en España (fíjense en el delirio Filipinas, o en el rumbo inquietante de Italia), cómo un nutrido grupo de ciudadanos escoge autoperjudicarse y hacer apología del éxtasis neoliberal que beneficia a otros. Reitero para que no se me tache de corporativismo: los medios y sus realidades paralelas según postor tienen mucho que ver. El embuste y las noticias falsas se han normalizado, ya ni asombran. Es sistémico.
El truco de los poderosos para sacar rédito a la política es conseguir que la gente no se oriente según sus intereses y, en consecuencia, busque opciones que los defiendan; que adquiera la falaz convicción de que juega en la misma liga que los poderosos y que los intereses de estos son también los suyos. Ahora lo meten en el saco de la guerra cultural, pero en realidad es una emboscada de gran astucia para que el ciudadano ande preocupado por problemas ajenos (cuando no ficticios) mientras pierde la conciencia de los propios. Que, por ejemplo, transija con la obscena supresión de los impuestos a los muy ricos efectuada por Ayuso y Moreno en Madrid y Andalucía --y el paulatino desmontaje de la sanidad pública universal-- y, sin embargo, estalle de indignación por una supuesta ofensa del espectro de ETA, o viva en permanente ansiedad por la amenaza de tropezar con una familia de okupas en la sala de estar.
En el engatusamiento participan muchos actores de todos los palos, exige tocar piezas variadas y ser tenaz. Hay sobrada tradición. Ya supimos de los pormenores de la falta de límites en la técnica de hacer lobby cuando se desvelaron las presiones de Uber a políticos para implantarse en las principales ciudades del mundo. Casi una película de espías. No obstante, en un plano más elemental, sin adentrarse en semejantes cañerías, hemos de admitir que el primer cooperador necesario son los medios de comunicación, rebotados en redes. Sin ellos no penetraría de forma tan certera el discurso fenomenal-libertario de las cañas y las sudaderas cuquis (en la vertiente positiva) ni el de la ciénaga biliosa de maldiciones y escupitajos (en la negativa) con el que se mantiene distraída a la concurrencia, al tiempo que se le hace creer que lo que le conviene, un poner, a Tamara Falcó está en línea con las necesidades de cualquiera.