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Nosotros ante la deriva destructiva mundial

13 de octubre de 2023 22:21 h

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Espanta y paraliza la masacre israelí en marcha sobre indefensos palestinos en Gaza tras el horror terrorista de Hamás sobre inocentes israelíes. Mucha gente, la mayoría, desconecta cuando la realidad reportada se hace insoportable. Y esta nueva guerra Israel-Palestina es el último mazazo, por ahora, en la deriva autodestructiva global que nos tiene asustados, empequeñecidos, convencidos de una impotencia que, aunque es falsa, conviene y por eso nos la inducen las fuerzas retrógradas globales para manipularnos a su conveniencia.

El miedo y el derrotismo son reacciones lógicas. ¿Pero en qué ayudan a las víctimas palestinas e israelíes o al resto de las sociedades civiles del planeta? ¿En qué nos ayuda a nosotros, la gente?

No se ha llegado de pronto, ni de forma inexplicable a este recrudecimiento en Oriente Medio. Que los atentados de Hamás sean injustificables no implica que el apartheid de décadas contra las y los palestinos no hiciera prever un escenario así. Como ocurre siempre, el hecho de que la comunidad internacional –hasta hoy liderada por potencias europeas, occidentales, blancas, cristianas– dé la espalda a problemas que ella misma ha creado por sus intereses –como es el caso– jamás resuelve los conflictos, al contrario, los enquista y agrava.

Las y los palestinos no iban a aceptar su lento exterminio ante nuestra indiferencia sin ofrecer resistencia. Yo recuerdo, porque tenía 19 años, cuando el acuerdo para crear dos Estados, vecinos y en paz, estuvo al alcance de la mano. Entonces, ese 1995, un ultraderechista israelí asesinó a su primer ministro Isaac Rabin. Menos de 10 años después también murió en extrañas circunstancias su homólogo palestino Yasir Arafat. Esa es la historia que dejamos que nos escribieran. Pero es falso que no pueda ser de otro modo.

La actual escalada bélica entre Israel y Palestina siembra devastación y dolor con la destrucción de tantas personas, de golpe o lentamente, gente como nuestra conciudadana Islam Hamdam que nacida en Gaza ha vivido en Valencia desde sus 5 años hasta que hace solo cinco volvió a su tierra natal, se enamoró y tuvo allí dos niños a los que no tiene ni agua con que prepararle sus biberones mientras el Gobierno de España, que ha repatriado a españoles no residentes en Israel, no actúa de forma análoga ni con ella ni con los demás españoles en Gaza. Pero otro perverso efecto simultáneo es acongojar a la ciudadanía global, inocularnos la convicción de impotencia y fracaso.

Debemos darnos cuenta de lo falso y conveniente que es ese relato al que llevamos sometidos tantos años. El mismo relato que nos impone que para revertir el calentamiento global ya vamos tarde, que es demasiado caro, una pretensión snob y buenista. El mismo mantra que nos insiste en que es una utopía irrealizable firmar un nuevo contrato social Norte-Sur, que al fin sea justo, por el que los occidentales-europeos blancos dejemos de expoliar África y de imponerle gobiernos títeres de forma que las y los africanos no se vean forzados a migrar, y si lo hacen por su voluntad –porque tienen tanto derecho como nosotros– sea en aviones y no en mortíferas pateras.

Resulta que son boberías naifs todo lo ajustado a la ley internacional, a los derechos humanos, a las garantías que la humanidad creó tras la II Guerra Mundial para impedir repetir la bestial degradación del nazismo/fascismo y el riesgo de desaparición de la especie tras los bombardeos nucleares de EEUU sobre Hiroshima y Nagasaki. Y, en cambio, lo lógico e inevitable es mantener la loca carrera actual al enfrentamiento entre los pueblos, el aumento insoportable del calor y las sequías, el deshielo de los polos por el que océanos crecidos engullen costas e islas.

Aunque ya ahora los colegios canarios cancelen sus clases por el peligro del bochorno para el alumnado, aunque se estén disparando las zonas inhabitables del mundo. Lo que debemos aceptar sumisamente es el empeoramiento de la vida de la gente en todos los continentes, hasta en los nuestros norteños y blancos, aún privilegiados.

Es clamorosa la falta de liderazgo como lo apuntó aquí días atrás el profesor Juan Laborda en La decadencia de nuestras democracias. Nadie está promoviendo escapar a tiempo, ya, de este callejón sin salida en el que sabemos porque es obvio que la colisión, seguramente letal, es el final.

Izquierda con complejo de inferioridad

La derecha vocea y se rebela contra lo que llama “la supuesta superioridad moral de la izquierda”. Sin embargo, la izquierda política y yo diría que hasta la social parecemos víctimas de un inexplicable complejo de inferioridad. ¿Cómo se explica que estas semanas mientras en las islas Canarias se vive el mayor repunte desde 2004 de pateras africanas, por razones políticas en Senegal vinculadas al neocolonialismo europeo que poco se destapan, los mandatarios de la UE hayan radicalizado su discurso antiinmigrantes en la cumbre justo de Granada, justo bajo presidencia española de la UE, justo organizada por el gobierno en funciones que se supone progresista de PSOE-UP?

El neofascismo que es uno de los cuatro jinetes del apocalipsis actual junto a la escalada bélica planetaria, a la destrucción medioambiental, y a la injusticia ultracapitalista que impulsa la migración del Sur al Norte, está ganando la batalla del relato.

El neofascismo que es uno de los cuatro jinetes del apocalipsis actual junto a la escalada bélica planetaria, a la destrucción medioambiental, y a la injusticia ultracapitalista que impulsa la migración del Sur al Norte, está ganando la batalla del relato al imponer que no hay otra forma de hacer las cosas que la suya, la salvaje. Con el respaldo clave de financiadores y voceros mediáticos el neofascismo ha conseguido ascender a estadistas, en el poder o a las puertas, a la panda del grotesco ex presidente estadounidense Trump que tantas opciones tiene de regresar: la italiana Meloni, el húngaro Orban, el polaco Morawiecki, el eslovaco Fico, la francesa Le Pen, el argentino Milei, nuestro castizo Abascal…

Peor que eso es que han impuesto sus tesis negacionistas del desastre climático (llevando a la UE a retrasar la reducción de emisiones de CO2 algo que ha hecho también Reino Unido) y sus prácticas estigmatizadoras de los inmigrantes entre líderes de la derecha tradicional como el británico Sunak, el francés Macron, la presidenta de la UE Von der Leyen.

Y más todavía, entre gobiernos socialdemócratas como el de Alemania que acaba de reforzar sus fronteras contra los inmigrantes, el de Dinamarca que los deporta a países como Ruanda y el de España que sigue sin apoyar la verdad, justicia y reparación para las víctimas del Tarajal y la masacre de Melilla, que no impulsa regularizar a los inmigrantes magrebíes y subsaharianos que llevan décadas explotados en invernaderos de Almería o Huelva como sí ha regularizado, en cambio, a los ucranianos rubios, blancos, cristianos y que avala una política migratoria europea que todos sabemos que no solo pervierte la legalidad internacional y viola derechos humanos sino que es y seguirá siendo un fracaso.

Pulso progresista para liderar alternativas

Este es el panorama cuando, aquí en España, en plenas negociaciones centradas en el tira y afloja por la amnistía con los independentistas catalanes para investir al gobierno progresista PSOE-Sumar, se ha celebrado en Madrid, con la intervención de la líder de Sumar, Yolanda Díaz, la cumbre de los europarlamentarios más izquierdistas, los del grupo The Left al que pertenecen Podemos e IU. Y en esa reunión se he declarado que “la izquierda europea toma como ejemplo al gobierno de coalición para orientar su estrategia de las elecciones” al Europarlamento del 9 de junio 2024.

De un lado tiene lógica, dada la escasez de izquierdas en los gobiernos de Europa. Pero, de otro, ¿acaso este gobierno progresista que sí ha logrado avances laborales y sociales está decidido a dar el definitivo salto adelante para salirnos del paradigma reaccionario que, cual asesina tela de araña, nos tiene atrapados?

Lo deseo como la que más. Pero quiero verlo y de momento espero. El PSOE no lo abandera pero tampoco los grupos progresistas bajo el paraguas de Sumar están planteando en la negociación para reeditar gobierno que exigen contrapartidas de derechos humanos, medioambientales, antifascistas y antibelicistas. Como si creyeran, igual convencidos de que lo creemos nosotros, que esas bellas palabras y buenas ideas, en el fondo están vacías, no pesan, no son nada. Cuando es justo lo contrario. Si nos rendimos y bajamos los brazos, será el fin, se habrá acabado. Las utopías, tan estratégicamente desprestigiadas, son las que han conjurado, hasta ahora, el total desastre y germinado avances.

Espanta y paraliza la masacre israelí en marcha sobre indefensos palestinos en Gaza tras el horror terrorista de Hamás sobre inocentes israelíes. Mucha gente, la mayoría, desconecta cuando la realidad reportada se hace insoportable. Y esta nueva guerra Israel-Palestina es el último mazazo, por ahora, en la deriva autodestructiva global que nos tiene asustados, empequeñecidos, convencidos de una impotencia que, aunque es falsa, conviene y por eso nos la inducen las fuerzas retrógradas globales para manipularnos a su conveniencia.

El miedo y el derrotismo son reacciones lógicas. ¿Pero en qué ayudan a las víctimas palestinas e israelíes o al resto de las sociedades civiles del planeta? ¿En qué nos ayuda a nosotros, la gente?