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Un destrozo trascendental
La mercadotecnia es capaz de conseguir hitos inverosímiles. Todo lo domina: los negocios, la vida cotidiana, la política. Lo mismo te persuade de que no puedes vivir sin algo que jamás has echado de menos, que confiere juicio y respetabilidad a ideologías de funestas evocaciones que van contra los derechos elementales. En Andalucía la extrema derecha se ha integrado plácidamente en el sistema de gobierno, y ya no hay alarma ni sobresalto, sino la asunción natural de lo regresivo como un coste lógico y necesario. Hace un par de años nadie lo habría predicho. Ahora lo que se destaca es la estabilidad, sin reparar en lo mucho que esa estabilidad se está llevando por delante: en cada proyecto de presupuestos de la nueva Junta saltan por los aires varios logros forjados durante lustros. No son detalles nimios, no son cosillas prescindibles, son grandes cosas, pese a que a algunos no les importen.
Desde que PP y Ciudadanos gobiernan con el apoyo de Vox, grosso modo, los menores inmigrantes (a los que se inscribe de forma preventiva como maleantes en potencia) están bajo sospecha, como lo están las víctimas de la violencia machista y quienes se ocupan de ellas; van a meter la caza y los toros en las aulas; el llamado pin parental agraciará a los padres de familia de orden con la potestad de esquivar la educación en igualdad o sexual --con la falta que hace-- si ellos en su suprema sabiduría la estiman inmoral; volveremos a glosar la gestas del imperio español con códigos de la Enciclopedia Álvarez; y las mujeres que quieran abortar serán tratadas como descarriadas que no saben lo que hacen y a las que hay que llevar por el buen camino. Los analistas de los presupuestos sostienen que el impacto en dinero es pequeño, unos 15 millones de euros, pero a mí el destrozo me parece trascendental.
Ciertamente resulta prodigioso embutir esta ingente cantidad de pensamiento retrógrado en unas cuantas partidas. Y me he dejado atrás el rosario de exabruptos sobre quienes buscan los restos de sus familiares en la cunetas, la apología arrogante del franquismo, la condena despreciativa de la conservación ambiental y, en definitiva, la esforzada lucha --por el procedimiento de horadar en el detalle-- para desmantelar el Estado del bienestar, por poner otros ejemplos a vuelapluma. Está visto que el ingenio y el cinismo que han desplegado sus socios es una combinación muy eficaz para impregnar de doctrina reaccionaria la acción de Gobierno con tan solo unos euros de nada. Así se consigue aparentar que se altera poco, cuando en realidad es el rumbo el que se ha trastornado por completo, sin pararse a reflexionar sobre los problemas de convivencia que acarreará la normalización de la extrema derecha.
Vox no ha cambiado: es una formación autoritaria cuyos mensajes apuntan como obuses siempre en guardia al corazón del sistema. Ni se ha atemperado ni se ha suavizado (basta con poner la oreja), son sus coaligados quienes se han travestido por ellos. Lo que sea para simular sensatez, tranquilidad, cordura, y salvaguardar la estabilidad, su estabilidad, remedando a Fausto con tal de mantenerse en el poder. Mientras en el punto de mira de los de Abascal estén las mujeres, les trae sin cuidado. Entra dentro de la “estricta lógica política”, dicen. Es verdad que los temas que atañen a la mitad de la población históricamente han sido relegados como si se tratara de una minoría, y en esta ocasión ocurre lo de siempre. No obstante, la involución, después del trabajo y empeño de varias generaciones, adquiere el tamaño de un cataclismo. “La violencia no tiene género”, proclaman en contra de los datos contrastados; está claro que sí tiene un partido.
La ultraderecha sigue siendo peligrosa, igual de peligrosa que antes de conseguir determinar el Gobierno de Andalucía, aunque no desprenda olor a azufre ni se abra paso a golpe de tridente. Su agenda es la misma agenda tóxica que vigoriza la xenofobia y la homofobia, desdeña a los más débiles y promueve el retorno a una educación confesional. Tengo subrayado en Un hombre (Noguer, 1979), de la periodista italiana Oriana Fallaci, un párrafo que suelo releer cuando me flaquea la perspectiva y empiezo a bajar la guardia: “La costumbre es la más infame de las enfermedades porque nos lleva a aceptar cualquier desgracia (...) Por costumbre se vive junto a personas odiosas, se aprende a llevar cadenas, a padecer injusticias y a sufrir (...) La costumbre es el más despiadado de los venenos porque penetra en nosotros lenta y silenciosamente, y crece poco a poco nutriéndose de nuestra inconsciencia (...)”.
La mercadotecnia es capaz de conseguir hitos inverosímiles. Todo lo domina: los negocios, la vida cotidiana, la política. Lo mismo te persuade de que no puedes vivir sin algo que jamás has echado de menos, que confiere juicio y respetabilidad a ideologías de funestas evocaciones que van contra los derechos elementales. En Andalucía la extrema derecha se ha integrado plácidamente en el sistema de gobierno, y ya no hay alarma ni sobresalto, sino la asunción natural de lo regresivo como un coste lógico y necesario. Hace un par de años nadie lo habría predicho. Ahora lo que se destaca es la estabilidad, sin reparar en lo mucho que esa estabilidad se está llevando por delante: en cada proyecto de presupuestos de la nueva Junta saltan por los aires varios logros forjados durante lustros. No son detalles nimios, no son cosillas prescindibles, son grandes cosas, pese a que a algunos no les importen.
Desde que PP y Ciudadanos gobiernan con el apoyo de Vox, grosso modo, los menores inmigrantes (a los que se inscribe de forma preventiva como maleantes en potencia) están bajo sospecha, como lo están las víctimas de la violencia machista y quienes se ocupan de ellas; van a meter la caza y los toros en las aulas; el llamado pin parental agraciará a los padres de familia de orden con la potestad de esquivar la educación en igualdad o sexual --con la falta que hace-- si ellos en su suprema sabiduría la estiman inmoral; volveremos a glosar la gestas del imperio español con códigos de la Enciclopedia Álvarez; y las mujeres que quieran abortar serán tratadas como descarriadas que no saben lo que hacen y a las que hay que llevar por el buen camino. Los analistas de los presupuestos sostienen que el impacto en dinero es pequeño, unos 15 millones de euros, pero a mí el destrozo me parece trascendental.