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Los dobles de Los Chichos
Mientras ustedes se asaban en alguna de nuestras ciudades de Andalucía, yo visitaba a la familia en Gijón, donde en los últimos tiempos debo pasar temporadas intermitentes. En Málaga ascendían los temperaturas y aquí mirábamos al cielo a ver si la lluvia nos respetaba para disfrutar, ya que estábamos, del pedazo concierto que Los Chichos ofrecieron en el festival Metrópolis, y que se enmarca en su gira de despedida. Ya quisiera Taylor Swift tener la mitad de hits que estos pipiolos que solo llevan medio siglo en el escenario.
Cincuenta años a cuesta de carrera, sí, sobrellevan los sobrevivientes del trío original, los hermanos González Gabarre, a los que ahora se suma el hijo de uno de ellos. Es lógico, entonces, que el cuerpo ya no les aguante, pero les puede más el ansia de satisfacer a su entregado público. ¿Saben cómo resolvieron en Gijón este dilema? A mitad de concierto se tomaron un descanso de unos veinte minutos, pero, para que la fiesta no decayera, su lugar fue ocupado… por unos dobles. Dos componentes de su extraordinaria banda se pusieron a los micros y siguieron cantando un tema tras otro.
¿Se imaginan la posibilidad de contar con algo así en sus propias vidas? Disponer de unos Milli Vanilli con mucha más energía de la que, quizás, le quede a usted a media tarde para que ellos canten los temas que aún le faltan del repertorio: llevar a la niña al baloncesto, al pequeño al pediatra, relevar a un hermano en la habitación del hospital donde convalece mamá, rematar la tarea de la oficina que te has tenido que llevar a casa, la clase de fitness que no te quieres saltar pero para la que no encuentras fuerzas, los papeles pendientes de la nueva hipoteca, que con el timo del Euroíbor se disparó el año pasado, la ITV, que siempre pilla a traspiés, la cena, que no dio tiempo a hacer la compra, y confiar en que lleguemos más descansados al sábado, que hay manifestación por Palestina. ¿Se imaginan? Un rato cada día nuestros Milli Vanilli se hacen cargo de una buena tanda de esas cuestiones, porque la fiesta no puede parar, y mientras nosotros reposamos con una novela en el sofá.
En el fondo no necesitamos a ningún a Milli Vanilli en el escenario de nuestras vidas y peleas. ¿Saben por qué? Porque al final no estamos solos, somos tantas y tantos que podemos seguir cantando y bailando, así que no se preocupen y, si tienen la oportunidad, aprovechen el verano y desconecten cuanto puedan
El caso es que no podemos, que la vida no es una actuación que nos permita delegar en nuestra gente de confianza, porque ellas y ellos, claro, también están sobre su propio escenario. ¿Se figuran que los franceses se hubieran tomado uno de esos respiros en estas últimas semanas y ahora tuvieran un primer ministro fascista? Supongo que conocen el atentado que sufrieron Bob Marley y sus acompañantes a finales de 1976. Fueron tiroteados en Kingston en vísperas del festival Smile Jamaica por la reconciliación nacional. Dos días después, como estaba previsto, Marley se subía en el escenario: “La gente que está tratando de hacer este mundo peor no se toma ni un día libre, ¿cómo podría tomarlo yo?”, declaró entonces. Más que épicas, a mi me suenan a palabras de resignación, y eso que él tuvo la oportunidad de instalarse en Londres para esquivar más balas jamaicanas.
Es cierto: los propagadores de bulos no se toman días libres y acceden al Parlamento Europeo, los xenófobos del PP no se permiten un descanso en su lucha con los de Vox, los desahucios a causa de alquileres imposibles se multiplican mientras gobierno central, autonómicos y municipales se pasan la pelota unos a otros y la patronal se revuelve solo con oír la reducción de la jornada laboral de modo que, al menos un par de horas a la semana, nos hagamos la ilusión de que contamos con unos dobles como los de Los Chichos.
Estas, sin embargo, no quieren sonar a palabras épicas ni resignadas porque el revés de la extrema derecha en Francia, o las movilizaciones por la vivienda que están abriendo un nuevo ciclo en España, significan algo: en el fondo no necesitamos a ningún a Milli Vanilli en el escenario de nuestras vidas y peleas. ¿Saben por qué? Porque al final no estamos solos, somos tantas y tantos que podemos seguir cantando y bailando, así que no se preocupen y, si tienen la oportunidad, aprovechen el verano y desconecten cuanto puedan.
Mientras ustedes se asaban en alguna de nuestras ciudades de Andalucía, yo visitaba a la familia en Gijón, donde en los últimos tiempos debo pasar temporadas intermitentes. En Málaga ascendían los temperaturas y aquí mirábamos al cielo a ver si la lluvia nos respetaba para disfrutar, ya que estábamos, del pedazo concierto que Los Chichos ofrecieron en el festival Metrópolis, y que se enmarca en su gira de despedida. Ya quisiera Taylor Swift tener la mitad de hits que estos pipiolos que solo llevan medio siglo en el escenario.
Cincuenta años a cuesta de carrera, sí, sobrellevan los sobrevivientes del trío original, los hermanos González Gabarre, a los que ahora se suma el hijo de uno de ellos. Es lógico, entonces, que el cuerpo ya no les aguante, pero les puede más el ansia de satisfacer a su entregado público. ¿Saben cómo resolvieron en Gijón este dilema? A mitad de concierto se tomaron un descanso de unos veinte minutos, pero, para que la fiesta no decayera, su lugar fue ocupado… por unos dobles. Dos componentes de su extraordinaria banda se pusieron a los micros y siguieron cantando un tema tras otro.