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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Don Quijote de Las Ramblas

En Cataluña se trata de convencer, no de vencer, pero tampoco estaría de más que todos pudiesen jugar en igualdad de condiciones y en el mismo marco mental.

Propagandas y eslóganes aparte, aquí no está claro quién es David y quién es Goliath. De hecho, podrían intercambiarse los roles. Ni Cataluña es ese pequeño pueblo oprimido por los invasores que se zafa de sus cadenas castellanas ni el resto de España es un molino de viento que lanza sus aspas contra héroes que se parapetan en las barricadas de Sant Jaume armados sólo de su dignidad y de su coraje.

No, Artur Mas no es un Don Quijote luchando en Las Ramblas contra unos gigantes envueltos en rojigualdas. Eso tal vez valga para las futuras películas y libros que retraten de manera hagiográfica este alzamiento nacional de las esteladas catalanas, pero para la realidad vale nada o casi nada.

La ley fría frente a los sentimientos. El Derecho Constitucional frente al corazón. ¿Un poco torticera la argumentación, no? Esto no va de escudarse en cartas megamagnas frente a la épica del nacimiento de una nación propia. Esto va de no dejarse manipular por una propaganda delirante que identifica a España con los males de la recesión y a la independencia con un vergel donde el trabajo manará de las fuentes y la riqueza brotará de algún sitio entre Suiza y Andorra.

No es fácil luchar contra esta épica. Las emociones son más atractivas que las razones y si además vienen aderezadas por una mística alimentada por una prensa catalana que ha caminado entre el hooliganismo machacón de los medios públicos y la tibieza de los que han sobrevivido gracias a las subvenciones del Gran Timonel de las esteladas, esas emociones se convierten en imbatibles en el nuevo imaginario nacional.

Imbatibles, pero también causantes de una frustración casi insoportable. ¿Cómo se da marcha atrás cuando se ha prometido el nirvana de un mundo feliz sin paro ni españoles? ¿Cómo se aviene uno a negociar ahora reivindicaciones tan prosaicas y exentas de romanticismo como pedir un tren lanzadera para el aeropuerto de Barcelona o que TV3 mantenga todos sus canales? ¿Para eso tantas esteladas? ¿Para eso tantas alusiones a lo que dice la calle como si esto fuera una primavera árabe en plena Ciudad Condal?

No es fácil. Esto no va a morir por inanición. El aventurerismo ciego de los herederos de Pujol se puede terminar pagando todavía mucho más. Toca abrir otra puerta y toca buscar otro encaje. Pero ya les anticipo: de fácil tiene poco. Dos no conviven si uno no quiere. Sobre todo si ese uno sigue instalado en una insensatez permanente.

En Cataluña se trata de convencer, no de vencer, pero tampoco estaría de más que todos pudiesen jugar en igualdad de condiciones y en el mismo marco mental.

Propagandas y eslóganes aparte, aquí no está claro quién es David y quién es Goliath. De hecho, podrían intercambiarse los roles. Ni Cataluña es ese pequeño pueblo oprimido por los invasores que se zafa de sus cadenas castellanas ni el resto de España es un molino de viento que lanza sus aspas contra héroes que se parapetan en las barricadas de Sant Jaume armados sólo de su dignidad y de su coraje.