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Claro y contundentemente complicado

Si el objetivo para provocar nuevas elecciones era que el pueblo fuera más claro y se expresara con contundencia, el pueblo ha hablado y el primero en ser severamente amonestado ha sido Pedro Sánchez. No le ha dado todo o más poder como quería, y lo pone de nuevo a trabajar para conseguir consensos necesarios para un Gobierno progresista. Toda la izquierda en general ha sufrido el reproche del electorado: el bloque progresista ha vencido, sí, pero no con la suficiencia necesaria para garantizar un Gobierno progresista fácil y muchísimo menos para neutralizar el auge preocupante de la extrema derecha.

El deterioro de la palabra política ha sido tan grave en los meses recientes que los politólogos, opinadores y tertulianos ya nos hemos lanzado, con el cuerpo aún caliente, a retorcer el discurso y ver sillones por doquier. El primer afán de los protagonistas debería ser, por consiguiente, dejarnos sin argumentos, y hasta sin aliento, propiciando una reflexión y luego un acuerdo que nos deje sin razones a todos nosotros, tan fracasados como ellos mismos en ayudar a un Gobierno serio y estable.

El PSOE ha perdido escaños y la mayoría absoluta en el Senado; Unidas Podemos ha sufrido igualmente un notable deterioro electoral. La conclusión debe ser sencilla: empezar, no desde cero, sino desde donde los han puesto los ciudadanos después de una experiencia irresponsable que, entre otras cosas –la más trascendente y peligrosa– nos ha traído a las puertas del abismo democrático con un avance de la extrema derecha muy destacable.

No es que toda la culpa del ascenso de Vox la tenga la irresponsabilidad de la izquierda, pero sí es cierto que se veía venir tras el baño de complicidades de las derechas españolas con la extrema derecha desde las bodas de la Plaza de Colón. La izquierda ha reaccionado como ausente y con actitudes pueriles y personalistas para formar alianzas o para deshacerlas; entre otras, la del líder regional de Más Madrid.

Aunque Pablo Casado se vea feliz y Albert Rivera se haga el triste, es la derecha la que más sufre el zarpazo de la extrema derecha. Pero es la justa justa respuesta a haber sido ellos y nadie más quienes abrieron la autopista de la penetración de Vox en las instituciones, empezando por Andalucía. Y allí precisamente es donde Ciudadanos ha sufrido el peor de los descalabros. Sus escasos tres escaños suponen una moción de censura a su política de convivencia y connivencia con la extrema derecha en el Gobierno de Andalucía. El propio secretario general, José Manuel Villegas, ha perdido su escaño por Almería. La mirada enajenada del vicepresidente de la Junta, Juan Marín, no puede ser otra que compartir responsabilidades o pensarse seriamente el abandono de los terciopelos de San Telmo.

El Gobierno de Moreno Bonilla no es ajeno con sus blanduras y justificaciones al avance de Vox, con sus blanduras y justificaciones, si no complicidades, con las tesis ultraderechistas. Devorar a Ciudadanos les ha ido bien pero su ensimismamiento puede llevarlos a ser devorados por la extrema derecha a su vez. Los resultados de Moreno no lo habilitan para el asalto a Génova. Tendrá que esperar.

Emergencia constitucional

Ninguna de las posibilidades para la investidura puede ignorar, por tanto, el tablero de pactos territoriales con la extrema derecha. Pedro Sánchez no puede navegar en esas aguas pero tampoco pretender un Gobierno monocolor con la fuerza perdida y el escenario creado con la convocatoria electoral. Pablo Iglesias tampoco puede actuar como si no fuera hoy un partido más débil. No hay lugar para geometrías variables ni para adhesiones incondicionales invocando la lista más votada.

La peligrosa situación creada debería provocar responsabilidades, pero ni para eso hay tiempo. Mejor alcanzar consensos para un Gobierno multicolor donde puedan expresarse de manera equilibrada todas las sensibilidades que lo contengan. Lo contrario es volver a lo mismo, no comprender la claridad y la contundencia de los votantes y no entender que nos encontramos frente a una emergencia constitucional de la que un Gobierno progresista estaría en mejores condiciones de sacarnos.

A pesar de los desoladores resultados, la ciudadanía ha dado otra oportunidad a Pedro Sánchez y a los que se sitúan en condiciones de propiciar ese acuerdo. Esa nueva oportunidad no es gratis. Exige reciprocidad para con el pueblo. El peligro está al acecho y nadie comprendería que una nueva insensatez les diera otra oportunidad. No cabe duda de que la aprovecharían.

Si el objetivo para provocar nuevas elecciones era que el pueblo fuera más claro y se expresara con contundencia, el pueblo ha hablado y el primero en ser severamente amonestado ha sido Pedro Sánchez. No le ha dado todo o más poder como quería, y lo pone de nuevo a trabajar para conseguir consensos necesarios para un Gobierno progresista. Toda la izquierda en general ha sufrido el reproche del electorado: el bloque progresista ha vencido, sí, pero no con la suficiencia necesaria para garantizar un Gobierno progresista fácil y muchísimo menos para neutralizar el auge preocupante de la extrema derecha.

El deterioro de la palabra política ha sido tan grave en los meses recientes que los politólogos, opinadores y tertulianos ya nos hemos lanzado, con el cuerpo aún caliente, a retorcer el discurso y ver sillones por doquier. El primer afán de los protagonistas debería ser, por consiguiente, dejarnos sin argumentos, y hasta sin aliento, propiciando una reflexión y luego un acuerdo que nos deje sin razones a todos nosotros, tan fracasados como ellos mismos en ayudar a un Gobierno serio y estable.