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El PSOE saca el rastrillo
En casi todas las campañas el PSOE de Andalucía ha invocado el voto del miedo, al grito de “¡que viene la derecha!”, para tratar de amarrar a sus votantes, a los que intenta colocar en el dilema de “o yo o el caos”. El dirigente que mejor llegaba al electorado con ese mensaje siempre fue Alfonso Guerra, hoy ausente, como muchos otros, de la campaña andaluza.
A Guerra le bastaba decir “la derecha acecha detrás de las matas” para hacerse entender. O inventarse cosas de los dirigentes del PP del tipo: “me han dicho que lleva el bolso lleno de cruces gamadas”. La gente, sobre todo la de los pueblos, se reía mucho, pero también le daba vueltas a la cabeza.
Desde hace algunos años eso no cuela, entre otras cosas porque el Partido Popular ha gobernado desde 1995 en todas las capitales andaluzas y los municipios más poblados de la comunidad, aunque su penetración en las zonas rurales, donde la memoria histórica pesa mucho, no ha ido al mismo ritmo.
El PP ganó en el cómputo total de votos en Andalucía en las elecciones municipales y generales de 2011; y en las autonómicas de 2012, aunque sin aliados que lo apuntalasen. Y, además, ya no sólo están los dos grandes partidos, sino otros a la izquierda y a la derecha del PSOE, a los que las encuestas les dan en torno al 20% de los votos.
Ahora, la candidata socialista a la reelección a la presidencia de la Junta, Susana Díaz, ha recurrido a la amenaza del voto a la extrema derecha de Vox, dando por hecho que obtendrá representación en el Parlamento andaluz y que ese escaño o escaños se sumarán a los de Partido Popular y Ciudadanos “para bloquear Andalucía”.
Lo hizo por primera vez el pasado lunes en el debate de RTVE con Juanma Moreno (PP), Teresa Rodríguez (Adelante Andalucía) y Juan Marín (Ciudadanos), y desde entonces lo ha vuelto a repetir en todos sus actos y no parará hasta el final. El mensaje de Vox (escraches aparte, como el intento de repartir chorizos a los altos cargos de la Junta enjuiciados en el caso ERE) se cuela así en los telediarios pese a no tener asignado minutaje electoral por sus exiguos 18.422 votos (0,46%) logrados en las últimas elecciones.
En el PSOE ha habido un debate de si se debía o no alimentar “a quien tú sabes”. Estaban los que apostaban por seguir la campaña por sevillanas, con esa letra que dice que “estoy feliz, plenamente feliz”, mantener el perfil romo y no arriesgar para no cometer errores. Y estaban, por el contrario, los que defendían un viraje hacia la campaña “del rastrillo”, en palabras de un dirigente. Han ganado estos últimos.
La campaña del rastrillo consiste en “llevarse todo lo que se pueda”, arañar votos de todos los lados, movilizar a los durmientes, y sacar “el colmillo para aprovechar toda la carne” electoral, aprovechando “el morbo mediático” de Vox. Así lo describe con franqueza una de las fuentes consultadas.
Tres maneras de ver la estrategia
A algunos dirigentes socialistas este cambio brusco de estrategia no les gusta nada. “Dar protagonismo a una organización de ese perfil, que no está ahora en el Parlamento, que no sabes si va a estar o no, sólo se puede deber a dos cosas. O porque tienes miedo de que se dé esa suma de las formaciones de derechas o porque crees que te beneficias de la división del voto de derechas”, afirma de una de las fuentes consultadas.
Este interlocutor advierte que el voto a la ultraderecha, después de 36 años y medio de gobiernos socialistas, es un “voto de los desesperados, un voto transversal, que toca a todo el mundo, al de la derecha, pero también al del PSOE”.
Otros dirigentes aplauden el cambio: “Hasta el pasado lunes, la campaña de Susana Díaz era la del somormujo [un ave que vuela poco y puede mantener por mucho tiempo la cabeza sumergida bajo el agua], de besos y abrazos. Hace bien en virar. El electorado de la derecha está más movilizado por el efecto de la triple competencia entre PP, Ciudadanos y Vox, y el único elemento para agitar a la izquierda es el de advertir sobre una posible triple alianza”.
Un tercer grupo de dirigentes consultados cree que el quiebro de estrategia es normal en la recta final de la campaña, porque es cuando entran más dudas sobre el resultado. “Lo que está haciendo el PSOE es un cálculo meramente electoral, aunque peligroso. Cuando abres la caja de los truenos, nunca sabes qué va a deparar. A corto plazo, espolear a Vox te puede dar una alegría, pero a largo, un disgusto, porque algo que no existía consolida posiciones”.
En el PSOE reconocen que, hasta ahora, donde más han “agitado la vara” ha sido en las ciudades medias, las llamadas agrociudades, y en los pueblos del interior. En esos municipios, que Susana Díaz recorrió durante la larga precampaña, es donde está el votante más fidelizado del PSOE.
El trabajo de los militantes socialistas en esas zonas no sale en los informativos, pero puede ser igual o más eficaz que el de su candidata. El PSOE tiene alrededor de 800 agrupaciones repartidas por todo el territorio y cuenta con unos 45.000 afiliados. Van barrio a barrio, puerta a puerta, casa a casa, avanzando metro a metro como si de la batalla de Stalingrado se tratara, llevando propaganda electoral, explicando lo que han hecho y, también, el sobre y la papeleta con el voto al PSOE. Ahí está el muro que nunca ha logrado derribar la derecha andaluza y del que depende el que la bajada de votos del PSOE sea digna (hasta alegre y feliz) o muy preocupante.
En casi todas las campañas el PSOE de Andalucía ha invocado el voto del miedo, al grito de “¡que viene la derecha!”, para tratar de amarrar a sus votantes, a los que intenta colocar en el dilema de “o yo o el caos”. El dirigente que mejor llegaba al electorado con ese mensaje siempre fue Alfonso Guerra, hoy ausente, como muchos otros, de la campaña andaluza.
A Guerra le bastaba decir “la derecha acecha detrás de las matas” para hacerse entender. O inventarse cosas de los dirigentes del PP del tipo: “me han dicho que lleva el bolso lleno de cruces gamadas”. La gente, sobre todo la de los pueblos, se reía mucho, pero también le daba vueltas a la cabeza.