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El indio apache pierde las plumas
El PSOE está a punto de perder, salvo carambola, la Junta de Andalucía, una institución integrada por el Parlamento, la presidencia de la Junta y el Consejo de Gobierno. Durante 36 años y siete meses, los socialistas han tenido controladas esas tres patas porque los andaluces han querido que así fuera. La noche del 2-D, hace menos de 72 horas, los andaluces dijeron que ya está bien y apostaron por el cambio político.
El 49,99% del electorado avaló a partidos que van del centro derecha a la extrema derecha: 1.804.884 votos fueron para PP, Ciudadanos y Vox. Juntos suman 59 escaños, y con independencia de sus programas electorales y su ideología, todos ellos comparten un punto común y principal: la necesidad de la alternancia.
Por primera vez en la historia del Parlamento andaluz, las fuerzas de izquierda suman menos. PSOE y Adelante Andalucía han juntado 1.593.283 votos, el 44,1% y 50 escaños, nueve menos que las derechas.
Hasta ahí los datos brutos (tal vez demasiado brutos). El PSOE andaluz, que ha ganado las elecciones con el peor resultado de su historia (se ha dejado 402.512 votos, 7,3 puntos y 14 escaños), está como un boxeador noqueado. No sabe qué ha pasado, ni por qué. Tampoco sabe qué es lo que tiene que hacer.
El indio apache ha perdido las plumas. Y eso no es lo peor. También, el olfato, la vista y el oído. Esos tres sentidos le permitían al PSOE andaluz anticiparse antes que nadie a lo que estaba pasando en Andalucía, a oler el humo a kilómetros de distancia, a prever la llegada de la caballería con sólo pegar la oreja a tierra y a ver desde lejos si eran mil o 400.000 y si venían o no en son de paz.
La pérdida de los superpoderes
Y esta pérdida se ha producido con el liderazgo de una persona que presume de enterarse de “todo lo que pasa desde Pulpí a Ayamonte” y a la que los suyos consideran dotada de superpoderes, que igual encandila a los jefazos del Ibex 35 que a los vecinos de una populosa barriada. Ya lo dijo la secretaria general del PSOE de Sevilla, Verónica Pérez: “Susana Díaz tiene una capacidad de trabajo sobrehumana”. Tanta que la Ellísima, como la llaman en algunos círculos, está a un paso de dejar sin empleo a muchos que, por desgracia, no tenían otro anterior. Un drama y una gran preocupación.
La presidenta de la Junta de Andalucía en funciones y secretaria general del PSOE de Andalucía, además de perder los superpoderes, ha olvidado las matemáticas. Considera que los 395.978 votos cosechados por Vox en las elecciones andaluzas no son una señal de que la gente quiere cambio y no deben contabilizarse en el cómputo total. “Si quita los [votos] de la extrema derecha es evidente que hay una mayoría de izquierdas; si los incluye, está naturalizando a la extrema derecha”, dijo el pasado lunes rodeada de los miembros de la ejecutiva regional y de los ocho secretarios generales provinciales, todos ellos muy convencidos de la evidencia.
De esa reunión no salió ningún análisis autocrítico. Según la cúpula de los socialistas andaluces, las razones de la pérdida de la hegemonía de la izquierda están en la abstención; en la política de Pedro Sánchez con los políticos independentistas catalanes; en Vox; en Adelante Andalucía por no sumar más; en la forma de “explicar” la agenda social. De seguir por estos derroteros, impropios de un partido tan profesional, Díaz terminará por culpar de los resultados a las vecinas de su barrio que le decían por la calle: “Susana, tú no te metas con nadie”.
“¡No lo sé!”
El PSOE sólo se dio cuenta de que la abstención le iba a machacar a primeras horas de la mañana del día de votación, cuando el fuego estaba bajo sus pies. Durante la campaña, nadie advirtió que las personas que asistían a sus mítines parecieran que llevaran allí sentadas desde 1982. El PSOE de Susana Díaz se ha creído su propia propaganda institucional, sin ver ni oler ni escuchar el enorme enfado social en torno a las mesas camilla de las casas desde hace muchos meses, más de dos años. Los electores llevan desde 2012, cuando ella llegó a la Junta, diciéndoles a los socialistas que los querían cada vez menos. Y es la segunda vez que el PSOE de Susana Díaz no sabe lo que le pasa al PSOE. Ya le ocurrió en las primarias.
“¡No lo sé!”, decían un poco desesperados varios dirigentes socialistas a la pregunta de por qué no se han dado cuenta. Y sobre todo desde cuándo no se dan cuenta. “La gestión es mejor que la de 2015”, comentó a la defensiva un dirigente con silla en la ejecutiva regional y sin sillón en el Parlamento. Evidente.
Ante las turbulencias internas, varios dirigentes socialistas consultados creen que Díaz debe tomarse unos días de luto y oxigenarse, algo que no hizo tras su estrepitoso fracaso en las primarias frente a Pedro Sánchez. “Cuando entierras a tu padre no es lo mismo ir después a tomar unas copas con tus hermanos que irte a casa a guardar la ropa del muerto. Tiene que digerir los resultados y superar el estado de shock, pero lo que están haciendo es lo antiguo, encerrarse en lo orgánico y reafirmarse en todo lo hecho”, asegura un dirigente andaluz, muy crítico con el equipo de Susana Díaz. “Hay un poder omnímodo de Susana Díaz, y sus entornos son de ‘sí, bwana’. Antes, en el partido, había gente dedicada a pensar y llamaba la atención cuando había que hacerlo”.
Lo peor, la presión
Estas críticas irán a más, aunque está por ver si se escucharán el próximo lunes en el comité director del PSOE andaluz, el máximo órgano de decisión entre congresos, controlado férreamente por los susanistas. Las fuentes consultadas creen que debe ser la propia Susana Díaz la que pilote una nueva transición en el PSOE, con cambios de equipo y de discurso. También consideran un error que desde la dirección federal le metan presión. “Es lo peor que pueden hacer, porque su respuesta puede ser la contraria”, advierten.
“Ahora mismo todo es muy precipitado. Pero lo que vaya a suceder en el partido a corto y medio plazo es ella la que lo tiene que manejar. Esto se resuelve dimitiendo, pero en sus manos está el facilitar las cosas y aceptar cuanto antes que el frente constitucional que propone no va a salir. La derecha lleva 36 años esperando este momento y el que va a gobernar es el de la vaca”, asegura un dirigente que tampoco tiene escaño. También evidente.