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Es la hora de la democracia

“Yo con Franco trabajaba ocho horas, mi señora estaba en casa y nos daba para vivir. Ahora trabajo 12, mi señora también trabaja y nos cuesta llegar a fin de mes. Le digo una cosa. A mí la democracia esta no me está convenciendo mucho”. Esta conversación no fue este domingo, jornada electoral, ni durante la campaña. Ni siquiera a la vuelta de verano. Fue a principios de 2018, y se me quedó en la memoria. La he comentado, la he contado. Y hoy vuelve con fuerza.

Tendrán que pasar días para analizar fríamente quiénes o qué tiene la culpa de que un partido de ultraderecha haya entrado en un parlamento democrático. Si ha sido la excesiva atención de los medios, si ha sido la llamada de alerta de partidos como el PSOE a los que otras fuerzas acusaban de hacerles la campaña a Vox; si todo empezó cuando el CIS transformó una fuerza política residual en un partido con posibilidades; si aumentó las mismas el escoramiento a la derecha del líder nacional del PP que ha comprado y defendido muchos de sus postulados. Si España y sus autonomías no pueden permanecer ajenas a la corriente ultraderechista que está llegando al resto de Europa y del mundo.

O quizás, o también, al final, haya que mirar a ese taxista que, ya hace medio año creía que la democracia no le estaba dando respuestas, o al menos, no las suficientes. Probablemente crea que ha encontrado las contestaciones que buscaba en un partido como Vox. “Hace falta mano dura para arreglar las cosas”, me decía entonces.

La realidad es la que es, tozuda siempre, y ya están en un parlamento autonómico, el andaluz. Precisamente una fuerza política que defiende la destrucción de las autonomías y la recentralización total del Estado. A eso lo llamo yo minar el sistema desde dentro que, por otro lado, no es la primera vez que lo vemos. La memoria y el recuerdo de la Historia escasean cuando más se las necesita.

Es la primera vez que una fuerza de extrema derecha entra en un órgano representativo en democracia. Y con 12 diputados, sin posibilidad alguna de gobernar pero sí de influir, han acaparado la mayor parte del protagonismo de esta jornada electoral. Esto implica que su programa, el mismo para Andalucía que para el resto de España, entra. Entra el discurso anti ley violencia de género, entra en la cámara parlamentaria y se escuchará en los debates. En un país en el que solo en 2018 han sido asesinadas por sus parejas y exparejas 36 mujeres de las que 10 lo han hecho en Andalucía. Implica que hablaremos de la “persecución efectiva de las denuncias falsas”, esas que los datos, también tozudos, colocan en un 0,001%.

O que maneja un discurso excluyente enfocado a “España para los españoles” en un territorio como el andaluz donde la población extranjera empadronada es mayor del 7% (618.791). Se cuela en un parlamento autonómico la derogación de la ley de memoria histórica y el homenaje “a todas las víctimas que, desde diferentes perspectivas históricas, lucharon por España”, cuando se aprobó sin votos en contra una ley andaluza.

Entra en un parlamento autonómico una fuerza política que defiende la destrucción de las autonomías, la desaparición de las televisiones autonómicas o de la figura del defensor del Pueblo. Esencialmente a una cámara hija de la descentralización entra un partido que propugna una recentralización del poder, menos impuestos y más mano dura con la inmigración (un discurso que, por otra parte, se ha escuchado a más partidos durante la campaña). Pero entra con 12 diputados y el resto de fuerzas políticas tendrán que lidiar con ellos durante toda una legislatura.

Así que hoy empieza un reto para la democracia. Demostrarle a ese taxista que la democracia es su mayor aliada, para su libertad, para sus hijos e hijas. Que la descentralización del poder no es un capricho, sino una forma de dispersarlo, de equilibrarlo. Que los que deciden cerca lo harán mejor que los que están lejos. Demostrar que tenemos una democracia joven, con pegas, inexperta si se compara con otras, pero voluntariosa, y que tiene capacidad para defenderse a sí misma de amenazas. Demostrar que las armas de la democracia son la conversación y el acuerdo, por difícil que sea, y no la exclusión y los argumentos fáciles. Demostrar y convencer.

Es la hora.

“Yo con Franco trabajaba ocho horas, mi señora estaba en casa y nos daba para vivir. Ahora trabajo 12, mi señora también trabaja y nos cuesta llegar a fin de mes. Le digo una cosa. A mí la democracia esta no me está convenciendo mucho”. Esta conversación no fue este domingo, jornada electoral, ni durante la campaña. Ni siquiera a la vuelta de verano. Fue a principios de 2018, y se me quedó en la memoria. La he comentado, la he contado. Y hoy vuelve con fuerza.

Tendrán que pasar días para analizar fríamente quiénes o qué tiene la culpa de que un partido de ultraderecha haya entrado en un parlamento democrático. Si ha sido la excesiva atención de los medios, si ha sido la llamada de alerta de partidos como el PSOE a los que otras fuerzas acusaban de hacerles la campaña a Vox; si todo empezó cuando el CIS transformó una fuerza política residual en un partido con posibilidades; si aumentó las mismas el escoramiento a la derecha del líder nacional del PP que ha comprado y defendido muchos de sus postulados. Si España y sus autonomías no pueden permanecer ajenas a la corriente ultraderechista que está llegando al resto de Europa y del mundo.