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Subestimar al adversario
Subestimar a un adversario político es algo que ocurre con demasiada frecuencia.Y no suele traer nada bueno. “Estos no son Le Pen”, decía un alto dirigente del PP andaluz cuando se le preguntaba por Vox. Lo hacía justo después del acuerdo firmado con los de Abascal para propiciar la investidura como presidente de la Junta de Andalucía de Juan Manuel Moreno Bonilla.
De hecho, ponía de ejemplo el modo en el que se había negociado. Ese día en el que el partido de extrema derecha lanzó en las redes un documento de exigencias que el PP no tardó en calificar de “intolerable” pero sin levantarse de la mesa de negociación, para después cerrar un acuerdo más difuso, en el que se habían eliminado notables peticiones polémicas como la supresión de la ley contra la violencia de género, pero manteniendo otras más ambiguas como la relacionada con la Ley de Memoria Histórica. Los populares habían logrado “domar” a Vox, transmitían entonces para lanzar un mensaje de tranquilidad. Y además “no son Le Pen”, “son votantes de los nuestros que se nos escapan por la derecha”.
La sensación general que parecía querer el cogobierno entre Ciudadanos y PP era, para los primeros, que ellos no tenían nada que ver con lo que pactasen los populares y por tanto nada que ver con Vox. Los segundos, que la cuestión estaba controlada y que los que les llaman “la derechita cobarde” en realidad son más perros ladradores que mordedores. Querían hacer creer a la ciudadanía que Vox en realidad ni pincha ni corta.
La agenda de Vox
Sin embargo, el partido liderado por Abascal será extremo pero desde luego no es tonto. De momento, en Andalucía han sabido reconocer cuál es su fuerza real para presionar y para negociar. De hecho, no parecen haber querido ganar debates si no polemizar, embarrar, y marcar la agenda. Y lo han logrado.
Si no, asómense a la vida política y parlamentaria andaluza y verán de qué temas se ha estado hablando: de los “chiringuitos” de la violencia de género, un término que usa Vox para calificar la labor de las personas que se dedican a luchar contra la violencia machista; o de los “buscadores de huesos” en relación con la eliminación de la Ley de Memoria Histórica. En el primer caso, pidiendo una insólita lista negra de nombres que la ley de protección de datos no ha permitido remitirles. En el segundo, trayendo a la sede parlamentaria un relato de la historia de la Guerra Civil y la dictadura esencialmente heredero del franquismo.
Lo grave de ello es que, pese a que no le han dado la razón (siempre), Serrano y los suyos han logrado que la conversación política en Andalucía discurra dentro del marco mental de Vox. Los partidos de Gobierno han tenido que contestar, han tenido que rechazar o han matizado sus discursos en función de Vox. Han hablado de tauromaquia, de la Semana Santa en supuesto riesgo (no deben de haber venido a Sevilla en estas fechas nunca), de la falsa invasión de los inmigrantes…
Porque al final, al socio de investidura había que decirle algunas cosas pero tampoco se le puede cabrear tanto como para que no apruebe los presupuestos. Porque nada, no hay iniciativa que pueda salir sin ellos. Y porque, si el equilibrio de fuerzas cambia, Vox va a morder más que ladrar aquí en el sur.
Ahora llega la cita del 28A y Vox permanece atento. Sus expectativas para el Congreso son altísimas. Y de hecho Casado, justo a dos días de la votación, ya no ve al partido extremo como socio para “reeditar el pacto de Andalucía” si no como socio de Gobierno dado el peso que le auguran las encuestas. Vox no estaba tan controlado como querían hacernos creer los líderes del PP. Los mensajes radicales que ha comprado Pablo Casado en temas tan delicados como la inmigración, el aborto, o la violencia de género (a la que denominó violencia doméstica, por ejemplo) parece que no logran atraer a ese votante que se le escapa si no que lo alimenta y lo hace crecer. Votantes de menores rentas y /o con menos nivel formativo están siendo atraídos por el encanto verde, por la épica de una imagen de España plagada de falsedades.
Si Vox da un puñetazo sobre la mesa entrando en tromba en el Congreso ¿seguirá diciendo el PP que está todo bajo control, que son ellos los que manejan el cotarro? ¿Qué hará Ciudadanos? ¿Entrará en un Gobierno con Vox? ¿Apoyaría una investidura del PP más los de Abascal? ¿No tendría el centro derecha español que plantearse sacar a Vox de la ecuación? ¿No tendrían los partidos de izquierda que estar dispuestos a ceder con tal de evitar un escenario de poder con este partido? ¿Hacemos caso a Moreno, que relativiza la fuerza de la extrema derecha y compara a Vox con un “melón sin catar”, o a la prensa internacional que es partidaria de evitar darles juego?
Porque los de Abascal “no serán Le Pen”, pero Le Pen les felicita cuando ganan. No es la primera vez que subestimar al contrario no ha traído nada bueno: Trump, Bolsonaro... Y la historia, tozuda, se empeña en darnos lecciones. Como aquella en la que los políticos conservadores de la Alemania de Weimar también subestimaron a aquel partido que prometía una Alemania gloriosa y una nueva vida a varias generaciones de personas desesperadas, azotadas por la crisis y a las que la política de entonces no había escuchado lo suficiente como para darles una respuesta válida. También entonces pensaron que simplemente les ayudaría a mantener el poder y que iban a controlarlos. Pero, como la historia cuenta, no fue así.