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¡Flechazo estival entre Isabel Rodríguez y Francisco de la Torre!
El idilio entre el PSOE y el PP en materia de vivienda ha vuelto a vivir un bellísimo episodio en estos días, uno de esos tan parecidos a los que se prodigan en políticas migratorias. Y es que nada más bonito que los amores de verano. En esta ocasión se han puesto ojitos melosos Isabel Rodríguez, ministra de La Segunda Vivienda, como ya se apoda a esta multipropietaria, y Francisco de la Torre, el alcalde neoliberal de Málaga. Su cortejo, bien disfrazado de disputas, como corresponde a dos amantes que se tantean, no ha tardado en hacerse viral.
Primero fue ella, que para eso es más joven y tiene el feminismo por bandera. Aprovechó su participación en un foro celebrado en la propia Málaga para dar una respuesta llena de eufemismos sobre si la ciudad, siguiendo el ejemplo de Barcelona, debería prohibir los pisos turísticos. De su larga parrafada, ella misma decidió que lo más reseñable, lo que merecía destacar en su cuenta personal de X, era que la verdadera tragedia de la inaudita carestía de la vivienda en Málaga consistía en que a este paso los turistas se iban a quedar sin camareros que “nos” sirvieran los espetos. Ay, qué delator ese “nos”.
Todo un drama, en efecto, ese que estamos atravesando los malagueños que vemos cómo peligran los espetos de la ministra. Afortunadamente, nuestro Paco de la Torre, siempre al quite, y como buen seductor experimentado, la tranquilizaba unos días más tarde en primera plana del principal diario de la provincia: “Irse a vivir fuera de Málaga tiene una importancia relativa”. Que no se preocupe Isabel, que para que ella se tome sus espetos en los chiringuitos de El Palo no hace falta solucionar el gravísimo problema de la vivienda en Málaga, porque esos camareros, “esas personas [...] pueden vivir en Rincón de la Victoria o en Villanueva del Rosario”. Eso decía el alcalde, que reside a menos de diez minutos a pie del Ayuntamiento y el mes pasado veía cómo 15.000 personas clamaban contra un modelo que nos está expulsando de la ciudad. Asunto solucionado: nos vamos a vivir a cualquier lado en el que no tengamos ningún tipo de arraigo para que los turistas se queden con nuestras casas, nos metemos los kilómetros que haga falta al día para ir a trabajar, y luego les servimos los espetos.
Afortunadamente, nuestro Paco de la Torre, siempre al quite, y como buen seductor experimentado, la tranquilizaba unos días más tarde en primera plana del principal diario de la provincia: "Irse a vivir fuera de Málaga tiene una importancia relativa"
Si de algo no se puede acusar a ninguno de estos dos tortolitos es de hipocresía. El alcalde nunca ha ocultado su militancia en el bando del neoliberalismo salvaje y la nostalgia franquista. Por su parte, ya desde la misma toma de posesión del cargo, la ministra dejó claro en qué equipo jugaba: el de los rentistas como ella, a los que, anunció, iba a “proteger”, lo que pasaba por postergar medidas para las rebajas en los alquileres. No en vano, como rentista parasitaria (disculpen el eufemismo), y con siete propiedades inmobiliarias en su Ciudad Real natal, sabe perfectamente lo que es hacer caja con bienes improductivos.
Lo que la ministra ha venido a decir, aunque su posición de privilegio ni siquiera le permite ver, es que la vivienda debe garantizarse en Málaga para mantenernos a sus vecinos como siervos de quienes, como ella, puedan costearse visitarnos de turistas. Esa mirada de señorita con ínfulas sociales es idéntica a la de Francisco de la Torre, a quien a estas alturas de su carrera (81 años en cargos políticos desde la Dictadura) no le hace falta andarse con paños calientes: los siervos a la periferia, porque el derecho a la ciudad es una cuestión de clase, en concreto de la clase a la que pertenecen ambos.
El problema de la vivienda en España es tan acuciante que la única manera de abordarlo con eficacia es mediante una política de parte. Y ya hemos visto de qué parte está su principal encargada. Y eso es lo peor, que este, en realidad, no es solo un romance verano.
El idilio entre el PSOE y el PP en materia de vivienda ha vuelto a vivir un bellísimo episodio en estos días, uno de esos tan parecidos a los que se prodigan en políticas migratorias. Y es que nada más bonito que los amores de verano. En esta ocasión se han puesto ojitos melosos Isabel Rodríguez, ministra de La Segunda Vivienda, como ya se apoda a esta multipropietaria, y Francisco de la Torre, el alcalde neoliberal de Málaga. Su cortejo, bien disfrazado de disputas, como corresponde a dos amantes que se tantean, no ha tardado en hacerse viral.
Primero fue ella, que para eso es más joven y tiene el feminismo por bandera. Aprovechó su participación en un foro celebrado en la propia Málaga para dar una respuesta llena de eufemismos sobre si la ciudad, siguiendo el ejemplo de Barcelona, debería prohibir los pisos turísticos. De su larga parrafada, ella misma decidió que lo más reseñable, lo que merecía destacar en su cuenta personal de X, era que la verdadera tragedia de la inaudita carestía de la vivienda en Málaga consistía en que a este paso los turistas se iban a quedar sin camareros que “nos” sirvieran los espetos. Ay, qué delator ese “nos”.