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Flores de supermercado
Verán, estaba dándole vueltas a qué escribir en esta columna mientras siento que mi cabeza está a punto de estallar. Dudo. Podría escribir sobre “el tema” de principios de la semana, podría hablar de cómo se me revuelven las tripas cada vez que sale a la luz un nuevo caso de abuso, acoso, violencia contra las mujeres. Apuntar la pesadez de esa exigencia de la víctima perfecta, porque si no está traumatizada, si se fue con él, si habla demasiado, si le gustan tanto las cámaras, no será tan víctima. Añadir lo absurdo que me parece centrar el debate en lo judicial y lo delictivo como si lo ético no valiera nada. Y es que en todos los sectores, en todas las empresas, en todos los trabajos, en todos los partidos, en todos lados, todo el tiempo, siempre. Qué cansancio, qué cansancio.
Podría también hablarles de la tristeza y el desasosiego ante las consecuencias catastróficas del paso de la DANA y de cómo no logro entender a aquellos que siguen negando el cambio climático. O peor, sí que puedo. Puedo ver que la razón por la que niegan la evidencia científica son sus propios intereses económicos, anteponer el beneficio rápido e individualista al cuidado de la comunidad, del planeta. Qué tristeza.
A veces una entra en las redes buscando información, saber de los demás, leer puntos de vista, pero estos lugares se han convertido en un universo paralelo de polarización, de insultos, de odio. Y entonces la desesperanza la invade, porque puede pensar que eso es el mundo, y si eso es lo que hay, estamos abocados al desastre.
Y sin embargo, en los peores momentos, también podemos ver lo mejor. Las trabajadoras de una residencia salvan la vida de más de cien ancianos subiéndolos dos pisos a pulso, una mujer es arrastrada por la corriente cuando de repente un brazo desconocido la agarra y la saca, un hombre rompe una puerta para salvar a unos niños atrapados, una señora abraza a su perro mientras es rescatada por los bomberos, miles de personas acuden con cubos, palas y escobas a las zonas afectadas, un grupo de inmigrantes cocina para sus vecinos, personas que ofrecen sus casas, su ayuda, su escucha, su abrazo. Y me acuerdo de eso que decía Machado de que en España lo mejor es el pueblo.
El pesimismo no es una opción, el derrotismo nos lleva a la inacción y no podemos permitírnoslo, necesitamos una implicación activa de cada uno de nosotros, porque el futuro no será, el futuro lo construiremos, y será como nosotros queramos que sea
Por mi trabajo, he tenido la oportunidad de entrevistar a filósofos y pensadores que admiro. Preguntados por qué nos deparará el futuro, todos han coincidido en algo. El pesimismo no es una opción, el derrotismo nos lleva a la inacción y no podemos permitírnoslo, necesitamos una implicación activa de cada uno de nosotros, porque el futuro no será, el futuro lo construiremos, y será como nosotros queramos que sea.
Y como tiendo a poner mi mirada en esas cosas pequeñas que parecen ser insignificantes ante los grandes acontecimientos, ante la tristeza me refugio en el buenos días que le doy al revisor del tren del cercanías: “buenos días”, “buenos días”. En la conversación del ascensor y “ya venimos de vuelta, ¿no?, vaya día, bueno, que vaya bien!”, en lo ridículamente útil que me siento recogiéndole los paquetes de Amazon a mi vecino cuando no está en casa. “¡Muchas gracias, Laura! Me llamó el mensajero y no me daba tiempo a llegar ¿Cómo va todo?”. “Todo bien, no te preocupes, para eso estamos”.
Vuelvo a mi puesto de trabajo, a mis ojos pegados a la pantalla y los dedos que teclean, a mi cuerpo que se queja. Mi madre me manda una foto al móvil de la nueva flor que le ha salido al ibisco del balcón. Sonrío y le mando un corazón. “Te quiero mucho, mamá”. “Y yo a ti, hija, cuídate”.
Hace días que ceno leche con avena porque no me ha dado tiempo a hacer la compra. “No puedo más”, me digo. Me pongo una sudadera y bajo al supermercado. Estoy angustiada y desanimada por este sistema de trabajo enfermo, por la política, por las guerras, por las vidas perdidas, por el machismo, por la vivienda, por la crisis climática, por la existencia en modo supervivencia. Pero en el supermercado hoy hay flores porque se acerca el día de los difuntos. Junto a las manzanas, los huevos y la leche, coloco en el carro un bonito ramo de crisantemos blancos.
Me gusta cuando paso por la caja y la cajera sonríe al verlos. “¡Qué bonitos! Estos han llegado hoy”. “Sí, ¿verdad? Qué bonitos”. Le sonrío mientras guardo la compra en la bolsa a toda prisa para no hacer esperar al siguiente. Camino de vuelta a casa con mis crisantemos y siento que quizá estos pequeños actos de rebelión contra la desesperanza son algo importante. Que a veces la asfixia se combate con unos buenos días a un desconocido, con una conversación de ascensor, con una caricia a un perro, con un pequeño favor a un vecino, con un “cuídate, hija”, o con unas flores de supermercado.
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