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Iconos del poder
No se puede decir que el saldo de la acción del nuevo Gobierno andaluz sea abultado. Más bien al contrario: lo primero ha sido verter bolsas de hielo sobre las promesas de campaña y propinar un empujón al proyecto de Presupuestos más allá del denso ciclo electoral. La oposición argumenta que es porque eluden retratarse antes de llegar a las urnas. El Ejecutivo responde que es porque la prioridad es revisar la famosa herencia recibida, a lo que se ve, agazapada en incontables cajones, prestos a abrirse oportunamente justo cuando se denuncie un incumplimiento. Me temo que no va a haber Junta suficiente para tanto cajón.
En lo que sí ha sido diligente el flamante gabinete es en referenciar los símbolos del poder en Andalucía. Desde esa primera, y efectiva, foto delante de la fachada del Palacio de San Telmo -solía ser intramuros -, hasta el lleno el lunes pasado de los premios de El Público de Canal Sur, con el presidente, dos consejeros, dos viceconsejeros y otros dos delegados, una panoplia completa de autoridades. Sin olvidar el acto del 28-F en el Teatro de la Maestranza, transmutado, para dar el toque personal, en una suerte de gala televisiva de enigmática catalogación.
En política los iconos siempre han sido importantes. Ahí está, por ejemplo, la competición obsesiva por atestar de devotos militantes Vista Alegre, la plaza-emblema de la etapa boyante del PSOE, marco, por cierto, de la última cruzada de Vox. O en el plano local, el velódromo de Dos Hermanas, enclave tradicional de la hegemonía socialista, al que Javier Arenas adjudicó cualidades sobrenaturales tras celebrar allí un mitin multitudinario, pues llegó a bautizar la gesta como 'el espíritu de Dos Hermanas'. Incluso se habilitó un sitio en la red para mantener el vigor del espíritu que, para decepción de sus creadores, resultó exorcizado en los comicios de 2012.
Pero sin duda el paroxismo se alcanzó cuando se acarrearon autobuses, con Mariano Rajoy de banderín de enganche, hasta Alcalá de los Gazules -un pequeño pueblo encastrado en el Parque Natural de los Alcornocales-, con el único fin de abarrotar un aforo pírrico de apenas 1.500 personas. Todo porque era referente del socialismo gaditano, que primaba entonces en la Junta. En esto los partidos imitan a aquellos pueblos primitivos que creían que al devorar los órganos vitales del enemigo, la fuerza antes temida pasaría a formar parte de sus atributos, y de paso le robarían el alma, el ánimo y la moral.
Es preciso, no obstante, felicitarse de que el Gobierno de Juan Manuel Moreno Bonilla haya optado por asumir, con una naturalidad y premura pareja, los iconos del poder de Andalucía, especialmente a lo que a San Telmo se refiere. Da dolor de cabeza solo imaginar que a Moreno se le hubiese ocurrido seguir la senda de Arenas, quien se negó hasta el final de sus expectativas a clavar la bandera del ejecutivo imaginario que tenía en la cabeza en el edificio histórico. “Yo no me quiero sentar en este palacio”, dijo, “ejemplo de despilfarro de los gobiernos del PSOE”.
Su intención era ubicar la sede presidencial en la Casa Rosa y destinar San Telmo a museo, iniciativa que causó estupor en el mundo cultural, sobre todo porque nadie, ni él mismo, sabían de qué. Y si era peliagudo pensar cómo dotar de contenido los vetustos muros de un inmueble de 21.711 metros cuadrados, aún resultaba más intrincado planear con qué se iba a mantener. En plena crisis, Juan Ignacio Zoido, que estaba de alcalde de Sevilla y era el ejecutor del plan, tuvo la idea de explotar turísticamente los jardines con conciertos, sin especificar modalidad. Muy inquietante después de ver cómo había salpicado de churrerías y puestecillos el casco antiguo.
A lo que habría que haber sumado, para más enredar, el trasiego de funcionarios que tal operación hubiera supuesto, que ya es suficiente con los cambios de nomenclaturas y departamentos cada vez que se estrena ejecutivo, aun del mismo color.
Pero no es cuestión de relajarse mucho. El peligro siempre está al acecho, doblemente si entra en juego la demagogia. Hace poco más de un año, Ciudadanos calificó los jardines que quedan en San Telmo -la mayoría, como se sabe, pasó al disfrute público del Parque de María Luisa en los albores del siglo XX- nada menos que de “joya prohibida” a los vecinos. En el fragor, hubo quien añadió que se trataba precisamente de “la parte más valiosa” de lo que legara a la ciudad la hermana de Isabel II.
Entretiene pensar en el desencanto que habrá inundado a estos exagerados aduladores al pasear ahora por los jardines de la presidencia de la Junta. Una desilusión del mismo tamaño de sus hipérboles, pues buena parte de lo que allí hay es nuevo: se construyó, replantó y reurbanizó muy recientemente bajo la batuta del arquitecto Vázquez Consuegra, toda vez que lo que halló del primigenio jardín eran unos pocos árboles y un espacio desertizado que se usaba para aparcar.
Es lo que tienen los iconos del poder, que cuando se está expectante se fantasea mucho y luego vienen los chascos.
No se puede decir que el saldo de la acción del nuevo Gobierno andaluz sea abultado. Más bien al contrario: lo primero ha sido verter bolsas de hielo sobre las promesas de campaña y propinar un empujón al proyecto de Presupuestos más allá del denso ciclo electoral. La oposición argumenta que es porque eluden retratarse antes de llegar a las urnas. El Ejecutivo responde que es porque la prioridad es revisar la famosa herencia recibida, a lo que se ve, agazapada en incontables cajones, prestos a abrirse oportunamente justo cuando se denuncie un incumplimiento. Me temo que no va a haber Junta suficiente para tanto cajón.
En lo que sí ha sido diligente el flamante gabinete es en referenciar los símbolos del poder en Andalucía. Desde esa primera, y efectiva, foto delante de la fachada del Palacio de San Telmo -solía ser intramuros -, hasta el lleno el lunes pasado de los premios de El Público de Canal Sur, con el presidente, dos consejeros, dos viceconsejeros y otros dos delegados, una panoplia completa de autoridades. Sin olvidar el acto del 28-F en el Teatro de la Maestranza, transmutado, para dar el toque personal, en una suerte de gala televisiva de enigmática catalogación.