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Una gran oportunidad para debatir

Pablo Iglesias se ha equivocado gravemente, no sólo porque haya escogido el formato inadecuado para plantear su debate sobre el periodismo y su crucial papel en la democracia. Ni siquiera el formato lo disculpa. Si quiere ser presidente o algo, todos los formatos cuentan, hasta el académico; incluso para los expresidentes es así, cuando los sometemos a nuestras críticas por la trascendencia de su alta magistratura antaño ejercida. Pero eso no quiere decir que el debate no sea pertinente y quizá urgente. Los periodistas tienen razón cuando reclaman y presumen de su papel en una democracia sana, pero no cuando pretenden ser un cuerpo ajeno, elevado, no sometido también a la crítica democrática.

El debate se ha abierto no obstante, es mérito del error paulino, muy a pesar de la resistencia corporativa de la prensa salida en tromba a los pocos segundos de producirse el desgraciado incidente. Ya se discute si se debe producir el debate desde dentro o no; de acuerdo, que empiecen ellos, si quieren y pueden, pero el debate es de todos. Es como si para hablar de la justicia hubiera que tener el grado de derecho, o el de medicina para otro sobre la salud. No les gusta, reaccionan mal ante las críticas, cuando de ellas hacen su profesión. No les gusta que Reuter Digital Report afirme que es la prensa española la de menos credibilidad en Europa.

El medio en el que trabaja el periodista aludido en la soflama de Iglesias sacó al día siguiente pecho con una sobreinterpretación doliente del daño sufrido por la prensa y su libertad, apropiándose del dolor ajeno de tantos y tantos profesionales de la información que viven la precariedad y la inseguridad de verse quizá, acechando, víctimas de un ERE por venir. Pero su impostura no es lo peor, es su hipocresía y falacia dolorosa; en las mismas páginas, un columnista, citando a otro, todos del mismo medio, la emprendía a garrotazos contra otros medios de comunicación con acusaciones graves de manipulación y servilismo al poder o a sus aspirantes. No tardaron mucho, el estropicio a la honestidad del periodismo daba la razón a Iglesias en lo profundo de su provocación al debate.

Es la precariedad el principal enemigo de la libertad de prensa, la de los trabajadores y la de los medios, entregados a su patronos, porque tienen letras que pagar, o a sus salvadores societarios. Porque tienen cuentas que salvar, según los casos. También los periodistas sobrecogedores que no es lo mismo que los periodistas sobrecogidos ante la injusticia, distinción gramatical sagazmente servida por Cela. Porque quede una cosa clara, como en todo, hay periodistas y periodistas, de izquierda y de derecha.

Licitud obvia, como si se dice de sus empresas, pero también periodistas y medios decentes, desde su coherencia ideológica, y medios y periodistas indecentes. Luego están sus asociaciones aquejadas de la grave enfermedad de la endogamia. Levy-Strauss escribió sobre esta costumbre, que sus protagonistas en la historia de la humanidad no están aquí para contarlo, se extinguieron.

En un país donde el poder se ha reído de los periodistas, y se le ha reído sus gracias al poder, resulta incómoda, al menos, la actitud de muchos periodistas y sus asociaciones. También cuando se han producido destituciones y despidos por razones políticas e ideológicas; es sabida, pero no publicada, la presión ejercida contra medios y periodistas por el poder, alguna sin pudor a la luz del día y de las ondas. Hay listas negras de periodistas, listas rojas y listas azules, y listas raras, como diría Borges, como la retahíla de firmas, en agradecimiento, desde la cárcel, por el presunto Granados. No quiero ni imaginar que pasaría si Maduro publicara una lista de agradecimiento a periodistas afines. Qué dolor.

Otra cosa son los propios medios. No ha extrañado la conducta ilícita ejercida, de momento presunta, por Ausbanc, pero no lo ha hecho porque algunos medios la practican, de manera similar, desde décadas, sin que, al parecer, se haya considerado por los más puros como un ataque directo a una, a veces, moribunda libertad de prensa. Por no hablar de la Ley mordaza, aceptada sin pudor también por muchos dolientes periodistas. Cada día salen nuevos indicios de presiones, redacciones paralelas abigarradas de periodistas, no de médicos ni abogados, en medios públicos de comunicación en una vulneración grave de la libertad evocada. No he citado nombres de medios ni de periodistas, eso es un error Pablo Iglesias, me creas, o me crean ustedes o no. Un profundo error.

Pablo Iglesias se ha equivocado gravemente, no sólo porque haya escogido el formato inadecuado para plantear su debate sobre el periodismo y su crucial papel en la democracia. Ni siquiera el formato lo disculpa. Si quiere ser presidente o algo, todos los formatos cuentan, hasta el académico; incluso para los expresidentes es así, cuando los sometemos a nuestras críticas por la trascendencia de su alta magistratura antaño ejercida. Pero eso no quiere decir que el debate no sea pertinente y quizá urgente. Los periodistas tienen razón cuando reclaman y presumen de su papel en una democracia sana, pero no cuando pretenden ser un cuerpo ajeno, elevado, no sometido también a la crítica democrática.

El debate se ha abierto no obstante, es mérito del error paulino, muy a pesar de la resistencia corporativa de la prensa salida en tromba a los pocos segundos de producirse el desgraciado incidente. Ya se discute si se debe producir el debate desde dentro o no; de acuerdo, que empiecen ellos, si quieren y pueden, pero el debate es de todos. Es como si para hablar de la justicia hubiera que tener el grado de derecho, o el de medicina para otro sobre la salud. No les gusta, reaccionan mal ante las críticas, cuando de ellas hacen su profesión. No les gusta que Reuter Digital Report afirme que es la prensa española la de menos credibilidad en Europa.