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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Me gustaría no tener que escribir esto

Yo, que me dije que nunca escribiría sobre esto, aquí estoy. Sumergida entre mis contradicciones. Resulta que escribo cada quince días y, justo hoy, coincide con el día Mundial del Cáncer. Yo no padezco cáncer, pero sí que en los dos últimos años ha venido como una apisonadora por los míos. El cáncer me ha hecho desarrollar una tendencia algo estúpida y supersticiosa que, a veces, me sirve para justificar lo que en otras circunstancias no hubiese hecho. Y que tenga que escribir en un día como hoy, me lo he tomado como una señal.

En esta ocasión no voy a hablar de política (en parte). Porque cuando apareció el diagnóstico del cáncer, desarrollé un egoísmo que no reconocía en mí. En el sentido de que incluso dejé muchas cosas de lado porque, como desconoces la evolución, te centras en apurar el tiempo y todo gira alrededor de la enfermedad. Pero ocurre que cuando lo asumes y te quedas en esa corriente de aceptación-rechazo que es el cáncer, empiezas a dar espacio al mundo real. Comparas tu problema con los niños muertos en el mar, con los emigrantes que cruzan países, con la guerra, con la parte dura de la vida… y cambia tu perspectiva. Ya tiene que ser imbécil el ser humano, buscando problemas, conflictos y amenazas, cuando la naturaleza y la enfermedad se encargan por sí solas de hacerlo.

Después, como pasas horas en los hospitales, ves rostros de alzheimer, de hepatitis, de esclerosis, de enfermedades raras, de parálisis… Y te consuelas. El culmen ocurre cuando ves la oncología infantil. Todo son como pequeñas dosis de calmante, de que no estás sola y de que no eres la única. Y a pesar de todo eso, a los pocos días te levantas y vuelves a ser egoísta. Te centras en tu cáncer. En por qué a ellas no les ha pasado como a otros amigos que sí se salvaron de esta enfermedad. En por qué no siempre funcionan los tratamientos. Y ahí descubres que el cáncer no es una enfermedad. Que es diferente para cada persona.

Y aquí, sí que aparece la parte política. Porque te acuerdas de los recortes en investigación, de la ausencia de quimios alternativas, de las noticias con avances pero que no se aplican, de los investigadores que han dejado sus carreras.... Ves cómo los médicos y enfermeras trabajan con lo justo. Piensas qué sería del cáncer si en él se hubiese invertido todo lo que se ha lapidado con la corrupción o lo que se ha gastado en armamento. Está comprobado que las guerras son más rentables que la vida. Todo llega tarde. El diagnóstico. Las citas. Los tratamientos. Menos lo peor, todo llega tarde. Menos la noticia que te raja, que siempre aparece demasiado pronto. Yo recuerdo que me noté como una garganta árida y hueca, donde ni la respiración hace eco ni se siente. Después sólo queda aceptar y afrontar.

También descubres que el cáncer queda muy lejos de las sesiones de fotos que el marketing y la publicidad venden. Te escuece cuando insisten en lo de enfrentarse a la batalla y a la lucha, porque quienes mueren no ha sido por ser malos combatientes. Para mí, no hay batalla, ni lucha, ni guerra, ni sonrisas forzadas ni lazos. Sobre todo desprecio a quienes se los ponen por pura apariencia, por beneficios fiscales, mientras su conciencia apoya recortes y reservan la salvación a los ricos.

Después encuentras el discurso de quien da las gracias al cáncer. Nunca lo comprendí. Yo nunca agradezco ninguna enfermedad. Ni las anginas, ni las neumonías, ni las gripes, ni las hernias discales, ni las alergias alimentarias… No lo agradezco porque ya sabía antes dónde estaba la vida. Esas verdaderas prioridades que son las cosas pequeñas, porque las grandes nunca las tuve y no puedo añorarlas.

Con el cáncer no es que descubras cosas, sólo las pone en primera fila por si andas despistado, para que las vuelvas a ver. Sí se vive con otra intensidad. Como si hubiese siempre un aliento en la nuca que te recuerda que está ahí. Que, aunque desde el nacimiento la vida va a contrarreloj, ahora incluso escuchas las manecillas. Con esa enfermedad asumes que no siempre se cumple la ley de vida, que la familia no es siempre de sangre, que a quien no le importas, sobra. E incluso buscas recuerdos entre las migajas de la memoria por tal de revivir lo bueno.

Sin duda, hay un antes y un después. Sobre todo cuando las estadísticas no se cumplen. Cuando no estás en el 90% de salvación y te toca estar en el 10. No hay respuesta a los porqués. Te irritas y de nada sirve, porque hay tan poco investigado del cáncer que aún está lleno de interrogantes. Tampoco existe respuesta ante las miradas de desconcierto. Aprendes a vivir con que nadie te asegure nada y a controlar la angustia, aunque sea echándole un pulso cada jornada. El cáncer está en los te quieros, en los no me dejes y en los no te vayas, en los buenos días y en las buenas noches.

Yo creo que no volveré a ser feliz si todo termina con el fin que no quiero. A ver... ya sé que a todos les pasa, y ya me decía Maruja Torres hace unos meses que estas cosas no se superan, que te sobrepones. Y será eso. Incluso desde el diagnóstico han venido días de felicidad, pero distinta. Una felicidad con un poso agrio, con algo de rebelión. Vives siendo consciente del presente, pero también descubres que, a su manera, el enfermo va cerrando cosas con sutileza, por si llega un final. Cuando ordena todo o rompe papeles, cuando te avisa dónde ha guardado la ropa de verano, desvela el truco de las lentejas o del sistema de congelación. Junto a esas pequeñas lecciones, también ves diferentes los objetos y temes afrontarlos si se produce su ausencia. El mantel con su nombre. La taza de café. Las zapatillas. La rebeca amarilla. Un papel con su letra. O sus mensajes de audio del Whatsapp.

Hay días que me da miedo retomar mi vida y hacer como si el cáncer no existiese. Incluso no sé si de aquí a unos meses seguiré escribiendo o la enfermedad me dará un zarpazo que me deje sin palabras. Para mí el cáncer es abrazar a los que sí están, pero también echar mucho de menos. Y agarrarme muy fuerte. A veces es ridículo, porque me abrazo como los niños chicos cuando se agarran a las piernas de sus padres y no los sueltan. Pero a ratos no me avergüenza.

Me gustaría que viviese la enfermedad con dignidad. Que disfrute de lo que la vida le ha negado hasta ahora. Que venga un periodo de tregua, aunque sea pequeñín. Que mi precariedad no le angustie. No tengo dinero, pero me conformo a ratos porque mi riqueza está en los más de 730 besos que he conseguido en estos dos años.

Me gustaría saber qué va a pasar. Pero no lo sé. Me gustaría no tener que escribir esto. Pero lo he hecho. Me gustaría que no hubiese final. Pero sobre eso, no quiero escribir.

Yo, que me dije que nunca escribiría sobre esto, aquí estoy. Sumergida entre mis contradicciones. Resulta que escribo cada quince días y, justo hoy, coincide con el día Mundial del Cáncer. Yo no padezco cáncer, pero sí que en los dos últimos años ha venido como una apisonadora por los míos. El cáncer me ha hecho desarrollar una tendencia algo estúpida y supersticiosa que, a veces, me sirve para justificar lo que en otras circunstancias no hubiese hecho. Y que tenga que escribir en un día como hoy, me lo he tomado como una señal.

En esta ocasión no voy a hablar de política (en parte). Porque cuando apareció el diagnóstico del cáncer, desarrollé un egoísmo que no reconocía en mí. En el sentido de que incluso dejé muchas cosas de lado porque, como desconoces la evolución, te centras en apurar el tiempo y todo gira alrededor de la enfermedad. Pero ocurre que cuando lo asumes y te quedas en esa corriente de aceptación-rechazo que es el cáncer, empiezas a dar espacio al mundo real. Comparas tu problema con los niños muertos en el mar, con los emigrantes que cruzan países, con la guerra, con la parte dura de la vida… y cambia tu perspectiva. Ya tiene que ser imbécil el ser humano, buscando problemas, conflictos y amenazas, cuando la naturaleza y la enfermedad se encargan por sí solas de hacerlo.