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Revertir esta tristeza
El fracaso en la formación de Gobierno y sobre todo, los malos modos entre el PSOE y Unidas Podemos (UP) en el debate final han causado gran tristeza. La palabra aflora en la calle y los artículos de prensa. ¿Está todo perdido? ¿Es irreversible? Con miras al futuro, conviene recapitular.
España no es Portugal. Aunque les miremos con paternalismo, los lusos atesoran un patrimonio democrático envidiable: derrocaron al salazarismo con la Revolución de los Claveles donde el ejército eligió al pueblo mientras, en España, por heroica que fuera la clandestinidad anti-franquista, no anduvimos hacia la democracia hasta que el dictador murió en la cama. E incluso cinco años después, parte de la cúpula militar dio el golpe del 23F. Sin recordar no se entenderá por qué Portugal es República, mientras nuestra Transición organizó el Estado bajo la monarquía borbónica que reinstauró Franco, primando un turnismo PSOE-PP, apoyado en nacionalismos periféricos, donde el comunismo era el Pepito Grillo del que Pinocho pasa.
El joven tándem, González-Guerra, como en su Sevilla natal se sabe, salió de quintas filas de oposición para, lanzado por la socialdemocracia europea, desbancar al PCE de los veteranos Carrillo, Pasionaria y Alberti. Lideraron al país hacia avances educativos, sanitarios, sociales haciendo real la homologación como democracia occidental. Pero si el sistema, como se montó, hubiera satisfecho las necesidades ciudadanas, a González le habría seguido Aznar, a él Zapatero, Rajoy y ahora Sánchez sin más... Bueno, Susana Díaz era la elegida que hoy nos presidiría.
Hubo una razón por la que el 15M de 2011 la ciudadanía clamó “¡No nos representan!” al Gobierno más progresista, el de Rodríguez Zapatero. No fue la corrupción que en años de González, Aznar y Rajoy se sustanció. Sino la causa que ha hundido a la socialdemocracia europea: Grecia, Francia, Italia, Alemania… Tras la crisis-estafa financiera de 2008, el socialismo viene siendo incapaz de articular alternativa productiva y redistributiva al neoliberalismo para cumplir su ADN de generar satisfactorias condiciones de vida para la mayoría. Yendo al grano: incapaz de garantizar que la gente pueda vivir de su trabajo.
Dilema PSOE: pacto progresista o alianza bipartidista
La alegría progresista en España el 28A vino de la convicción de que, juntos, el PSOE más de izquierdas –del Sánchez que venció a Díaz, aunque hoy la refuerza en Andalucía- y Unidas Podemos harían historia en España. Y dado el desnortamiento europeo, la península ibérica sería motor de la UE al sumarnos a las políticas anti-austericidas del socialismo portugués que los comunistas apoyan desde fuera.
El bajón de votos a Podemos en municipales y europeas del 26M le quitó fuerza con la que negociar. Para el PSOE la tentación de debilitar al adversario de izquierda es grande (por eso halagan al errejonismo. Divide y vencerás). Pero, ¿ni el PSOE que ha sufrido el intento de exterminio del Ibex 35, este de Sánchez, Calvo, Lastra, Batet y Ábalos preferirá un acuerdo razonable con su izquierda al turnismo bipartidista?
Sánchez lanzó, en el debate de investidura el lunes, el guante de reformar el artículo 99 de la Constitución para que gobierne la lista más votada. Pablo Casado lo dejó pasar, pese a ser reclamación histórica del PP, temiendo beneficiar al PSOE a corto plazo. Pero en el segundo debate, el viernes, accedió con eso de:
Las bases socialistas fueron claras en Ferraz la noche electoral al corear: “¡Con Rivera, no!”. No se les pasó por la cabeza que su líder se apoyarse en Casado.
Conste que no tengo claro si Unidas Podemos es más útil a la gente dentro o fuera del gobierno del PSOE y lo que veo prioritario es acordar conquistas en un pacto. Conste que ese “whatsapp de un socialista de peso moral” que Pablo Iglesias citó en el estrado me parece una pataleta para dar celos que todo no adolescente debería haber superado.
Ahora bien, la desconfianza que el PSOE cosecha es fruto de la trayectoria esbozada que hoy se acrecienta tanto por las impúdicas presiones del poder económico-financiero-mediático que insiste en “La Gran Coalición”, como por la influencia sobre el presidente Sánchez de Iván Redondo. Un asesor cuyo primer paso para ganar es aparcar principios -de haberlos-, como prueba que antes fuera Rasputín de Monago y García-Albiol (PP). ¿Fue suyo el Limpiemos Badalona (de extranjeros)? Sería credencial digna de que le contratara Trump.
Con todo esta generación de políticos, que tanto acaba de entristecernos, casi nos trae el Gobierno más social de esta democracia. Lo han hecho porque votantes y simpatizantes les abocamos a ellos. Y porque ha vuelto un fascismo cuyo líder Santiago Abascal aludió el viernes al uso de la fuerza, bajo el techo que aún conserva disparos en el Congreso. Diputadas feministas, tejed sororidad ante la amenaza clarísima.
¿Vemos cómo luchan por la democracia en Hong Kong y Rusia? ¿Cómo los argelinos han echado al presidente títere? Nada que merezca la pena se logra sin esfuerzo. Vivimos el pulso entre un gran logro o retroceso. Y sí, la deriva global, es grave. Pero como prueba Vida privada, de la brillante Chen Ran, ni en una dictadura como la china se logra extirpar el anhelo de libertad y avance. Es nuestra esencia. Siempre trabajaremos por revertir la tristeza.
El fracaso en la formación de Gobierno y sobre todo, los malos modos entre el PSOE y Unidas Podemos (UP) en el debate final han causado gran tristeza. La palabra aflora en la calle y los artículos de prensa. ¿Está todo perdido? ¿Es irreversible? Con miras al futuro, conviene recapitular.
España no es Portugal. Aunque les miremos con paternalismo, los lusos atesoran un patrimonio democrático envidiable: derrocaron al salazarismo con la Revolución de los Claveles donde el ejército eligió al pueblo mientras, en España, por heroica que fuera la clandestinidad anti-franquista, no anduvimos hacia la democracia hasta que el dictador murió en la cama. E incluso cinco años después, parte de la cúpula militar dio el golpe del 23F. Sin recordar no se entenderá por qué Portugal es República, mientras nuestra Transición organizó el Estado bajo la monarquía borbónica que reinstauró Franco, primando un turnismo PSOE-PP, apoyado en nacionalismos periféricos, donde el comunismo era el Pepito Grillo del que Pinocho pasa.