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Iván Duque, la Gran Cruz de la vergüenza española
A finales del mes de abril por toda Colombia se vivieron enormes manifestaciones en respuesta a la reforma tributaria que pretendía el gobierno del actual presidente, el uribista Iván Duque. Si la crisis provocada por la pandemia ya estaba recayendo en buena medida en los sectores más desfavorecidos, la reforma de Duque buscaba castigarlos aún más, siempre en beneficio de los grandes poderes económicos. Sin duda, contaba con que el miedo al contagio frenara cualquier protesta masiva, pero se equivocó y la gente se echó a la calle. Cientos de ellos nunca lo contarán, y varios miles preferirán olvidarlo.
Como se sabe, la represión fue brutal, propia de un gobierno autoritario y despiadado. A principios de nuestro verano, las ONG de la zona ya contabilizaban alrededor de 550 desaparecidos, 51 homicidios y casi 4.700 casos de abusos policiales, datos que se han ido incrementando y que, probablemente, nunca conozcamos en toda su dimensión. Semejante carnicería solo fue posible gracias a una policía azuzada por las declaraciones incendiarias del propio Duque, que de ese modo devolvía a Colombia a sus peores décadas.
No en vano, algunos de esos “desaparecidos” comenzaron de repente a aparecer, o mejor dicho, a emerger: descuartizados, metidos en bolsas de plástico que flotaban en el río Cuaca, el segundo más importante del país. Hubo incluso cabezas que se encontraron dentro de sacos abandonados, y no faltan testimonios sobre las fosas comunes de algunas localidades.
En ese contexto, era previsible que el Gobierno de Iván Duque vetara el viaje de algunas de sus escritoras y escritores más representativos a la Feria del Libro de Madrid, que durante estos días se celebra con Colombia como país invitado. Esta medida, cuando menos, ha despertado la indignación de autores y libreros. Algo parecido acaba de suceder con el gobierno caudillista de Daniel Ortega en Nicaragua, que ha emprendido una persecución contra Sergio Ramírez, su escritor más internacional. La oleada de protestas en el mundo de la cultura del Estado español no se ha hecho esperar, lo que incluye a instituciones como la RAE.
Sin embargo, la semana pasada Iván Duque fue recibido en España con todos los honores por el Rey y el presidente del Gobierno. La infamia llega hasta tal punto que no se contentaron con agasajarlo, cuando aún están calientes los cuerpos de los manifestantes asesinados por protestar contra sus políticas. De paso, el Consejo de Ministros, con la oposición de UP, le condecoró con la Gran Cruz de Isabel la Católica. El rey no dudó en brindar a Duque una “calurosa bienvenida” y expresarle su “profunda alegría”, en su nombre y el de la reina. Si tienen estómago lo pueden ver en Youtube.
Esta columna es una botella lanzada al Atlántico, con la esperanza de que alguien la recoja en las orillas caribeñas de Colombia y así sepa que aquí, a este lado del mundo, en este país al que llaman España, muchas y muchos nos sentimos asqueados y avergonzados.
A finales del mes de abril por toda Colombia se vivieron enormes manifestaciones en respuesta a la reforma tributaria que pretendía el gobierno del actual presidente, el uribista Iván Duque. Si la crisis provocada por la pandemia ya estaba recayendo en buena medida en los sectores más desfavorecidos, la reforma de Duque buscaba castigarlos aún más, siempre en beneficio de los grandes poderes económicos. Sin duda, contaba con que el miedo al contagio frenara cualquier protesta masiva, pero se equivocó y la gente se echó a la calle. Cientos de ellos nunca lo contarán, y varios miles preferirán olvidarlo.
Como se sabe, la represión fue brutal, propia de un gobierno autoritario y despiadado. A principios de nuestro verano, las ONG de la zona ya contabilizaban alrededor de 550 desaparecidos, 51 homicidios y casi 4.700 casos de abusos policiales, datos que se han ido incrementando y que, probablemente, nunca conozcamos en toda su dimensión. Semejante carnicería solo fue posible gracias a una policía azuzada por las declaraciones incendiarias del propio Duque, que de ese modo devolvía a Colombia a sus peores décadas.