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Jóvenes
¿Qué pensarán? Uno, que está ya en la cuarentena, tiene que admitir sin ambages que le empieza a costar trabajo acercarse al modo y manera en que piensan los (más) jóvenes. Qué les mueve, qué les conmueve. Claro que tiene a su alrededor sobrinos y otros especímenes en esas edades acordeón: para según qué cosas o ámbitos estadísticos lo mismo alcanzan la treintena que se te quedan raspando la veintena, pero reconoce que evidentemente no es lo mismo. Qué va a ser lo mismo.
A uno le preocupan muchas cosas que están sucediendo, aunque sepa que no van a afectarle directamente a él, pero se teme que sí a ellos, y mucho. Sin embargo, a veces se le pasa por alto el detalle de estar mirando con prismáticos de los cuarenta y pico años las realidades de los veintitantos o los diecialgo. Y entonces es donde rechina la cosa.
Para evitarlo acude al magnífico y muy recomendable artículo Madrid, novena provincia de Andalucía, que hace escasos días publicaba en estas mismas páginas digitales de eldiario.es/andalucia la periodista, escritora, guionista y comunicadora en fin, María Iglesias, en el que se acerca a la realidad de nuestros jóvenes estudiantes e invita a la reflexión sobre la responsabilidad colectiva de ciertas disfuncionalidades en el sistema educativo que todos conocemos gracias al tan traído y llevado informe PISA.
Aún y así, uno sigue sin dar con la respuesta a la pregunta -¿qué pensarán?- e intenta encontrarla en el reciente estudio de Metroscopia. Y entonces se queda un poco helado al leer que un segmento poblacional como éste, con una tasa de paro del 55%, sigue pensando que el sistema actual es válido.
Y eso que un 83% de los encuestados opina que su país (España) no se preocupa por ellos, un 78% piensa que su país (España) no es innovador ni estimula su creatividad, rasgos definitorios de la juventud por otra parte, un 76% dice que su país (España) no tiene buenas perspectivas de futuro, un 70% cree que su país (España) no tiene claro su lugar en el mundo y un 66% está convencido de que en su país (España) van a vivir peor que sus padres.
Y con todo y con eso, siguen considerando a España su país. Eso sí, con reformas: el 82% está convencido de que su país, España, necesita “una segunda Transición que, con el mismo espíritu de pacto y concordia de la primera, modifique y actualice muchos de los aspectos del actual sistema político”.
Después de leer esto, a uno le asalta una doble sensación contradictoria: por un lado, piensa que hace falta una revolución, que estaría bien un zamarreo que nos recolocara en la buena senda (en la de verdad, no en la de crecimiento de las empresas del IBEX que tanto nos repite últimamente el Gobierno para justificar dos años de recortes ideológicos, de derechos, de vida en fin).
Pero por otra parte, y teniendo en cuenta nuestros patrios antecedentes cainitas, uno se para, se gira y se dice a sí mismo que no, que mejor esa actitud tan paciente y sensata que muestran los jóvenes según la encuesta de Metroscopia. A ver si la vamos a liar. Y entonces otra vez se para, se gira, y se replica uno a sí mismo que no hombre, que ya está bien. Que hay que salir a liarla, que los jóvenes no pueden resignarse así y tirar la toalla de ese modo. Y entre tanto ir y venir, entre tanto giro y giro, uno termina por preguntarse cuánto más van a ser capaces de tragar y, sobre todo, hasta cuándo van a seguir tragando. No se les vaya a hacer tarde.
¿Qué pensarán? Uno, que está ya en la cuarentena, tiene que admitir sin ambages que le empieza a costar trabajo acercarse al modo y manera en que piensan los (más) jóvenes. Qué les mueve, qué les conmueve. Claro que tiene a su alrededor sobrinos y otros especímenes en esas edades acordeón: para según qué cosas o ámbitos estadísticos lo mismo alcanzan la treintena que se te quedan raspando la veintena, pero reconoce que evidentemente no es lo mismo. Qué va a ser lo mismo.
A uno le preocupan muchas cosas que están sucediendo, aunque sepa que no van a afectarle directamente a él, pero se teme que sí a ellos, y mucho. Sin embargo, a veces se le pasa por alto el detalle de estar mirando con prismáticos de los cuarenta y pico años las realidades de los veintitantos o los diecialgo. Y entonces es donde rechina la cosa.