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Juventud al rescate

26 de noviembre de 2021 20:48 h

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Vivimos tiempos inquietantes. Con la pandemia reavivándose en Austria y Alemania, con la catástrofe climática sin freno, crisis económica y de empleo tales que la gente no tiene bienestar seguro siquiera en los rincones privilegiados del mundo. De ahí la angustia de los trabajadores gaditanos del metal. O la Gran Dimisión en EEUU. El presente es campo abonado para el reflorecimiento del mortífero fascismo. Lo vemos, con Vox, aquí en España, en mi Andalucía donde tantos tememos que en las autonómicas de 2022 el neofranquismo llegue al Gobierno (mientras el líder del PP, Pablo Casado, asiste a misas-homenaje al dictador). Lo vemos en la vecina Francia donde va tercero en las encuestas tras Macron y la ultraderechista Marinne Lepen un Éric Zemmour tan racista, machista y homófobo que a Lepen la hace moderada. Lo vemos en Chile donde tras el inspirador movimiento social para cambiar la Constitución de Pinochet el ultraconservador José A. Kast lidera los sondeos acusando a la izquierda de “terrorista” e irrumpe de tercero el populista antipolítico Franco Parisi.

Como el capitalismo, hegemónico desde la caída del Muro de Berlín, funciona concentrando riqueza en manos de cada vez menos gente de Occidente (elites de empresarios blancos, heterosexuales y de un cristianismo que espantaría a Cristo) a base de esquilmar los recursos y fuerza de trabajo al sur, es decir, a su gente, riadas humanas parten de puntos de África, Latinoamérica, Oriente hacia El Dorado inexistente del que nuestros propios hijos y sobrinos migran para llegar a Dublín, a Berlín, a Estocolmo. Siempre más arriba. No consideramos a la juventud española migrante sino expatriada, cuando no la ignoramos. Mientras nos alerta la continua llegada de pateras a Canarias, a la costa gaditana, al poniente almeriense, a Baleares e incluso al Canal de la Mancha donde han muerto ahogados, esta misma semana, 27 personas, entre ellas tres niños y una embarazada.

Es un horror tan grande que hermanos nuestros, en pleno siglo XXI, se ahoguen en el Mediterráneo, Atlántico, Egeo, Mar del Norte o Río Bravo, que se asfixien en los desiertos del Sáhara y Sonora, que se estrellen contra vallas, aquí en la Frontera sur o en la alambrada Este entre Polonia y Bielorrusia, o en el muro de Trump que Biden no acaba de quitar, es una vergüenza tal que esto siga ocurriendo aunque tras la segunda Guerra Mundial la humanidad se prometió “Nunca más” y creó la ONU y garantías como la Declaración Universal de Derechos Humanos, que resulta comprensible la profusión de imágenes, noticias, reportajes, entrevistas sobre la tragedia migratoria.

El sur es mucho más que un migrante tembloroso

Pero, alerta, cuidado. Hay un interés y una inercia para que reduzcamos a todo africano, latinoamericano, sirio, iraquí o afgano, a un tembloroso ser, de ojos llorosos, aún mojado y envuelto en la manta que les echamos antes de deportarlos.

La mayoría de marroquíes, argelinos, senegaleses, congoleños, habitantes de cualquier punto del aplastado sur sigue en sus países, lleva sus vidas, desempeña sus profesiones (vendedores de zoco, médicos de hospital, periodistas de redacción…) y aspira a vidas dignas y libres en su tierra. Aún desde el lúcido pesimismo no se rinden.

Yo acabo de vivirlo en el Festival Internacional de Cine y Memoria Común de Nador (Marruecos) y quiero compartir la emoción que me han transmitido las obras de realizadores marroquíes como el veinteañero Oussama Mouatamir, autor del premiado mejor cortometraje Hakkakch, toda una alegoría de la búsqueda la libertad en una sociedad opresiva a través de la metáfora de un chico que se empeña en comerse una naranja pelándola como le da la gana frente a “la forma correcta” que sus padres y su pueblo quieren imponerle, o la historia de sororidad entre tres jóvenes pacientes psiquiátricas y la enfermera a su cargo del largo de ficción Las mujeres del pabellón J, del director y actor Mohamed Nadif, que desafía los tabúes de los matrimonios forzados, la represión de la homosexualidad y la pederastia familiar, así como los largos documentales En tus ojos veo mi país, de Kamal Hachkar, sobre una joven pareja de músicos israelíes nietos e hijos de expulsados de Marruecos que tejen concordia al rescatar su raíz y La escuela de la esperanza, de Mohamed et Aboudi, sobre el ansia de educación de niños y niñas del Atlas.

Vecinos de la otra orilla sueñan con migrar a Europa en busca de trabajo y libertad. Pero saben, gracias a internet, que su opresión es obra de la alianza entre elites locales y las autoridades europeas que, encima de expoliarles, les cierran las puertas.

Más allá del festival, entre la gente, en las calles de esa Alhucemas que aún espera la liberación de los represaliados del Hirak, uno encuentra a jóvenes inquietos y talentosos como el poeta rifeño y profesor de literatura de veintiséis años Mohamed Youyou, elegante hispanohablante cuyos versos leeréis traducidos aquí. Sus anhelos e inquietudes, como los de tantos que estos días he encontrado, licenciados, estudiantes universitarios, trabajadores precarios y desempleados están sincronizados con los de su generación en todo el mundo.

Anhelo común de trabajo y libertad

He oído sus reflexiones latir al mismo ritmo que las de las tres jóvenes protagonistas del documental Dear future children del veinteañero director alemán Franz Böhm: la activista climática ugandesa Hilda Flavia Nakabuye, la chilena Rayen que lucha por una Constitución democrática, derechos sociales y el fin del uso de pelotas de goma que ha dejado a tantos tuertos, así como la disidente hongkonesa contra la represión china identificada como Pepper.

Cada contexto tiene particularidades. Y en el norte de Marruecos, tan cercano a nosotros geográfica, cultural e históricamente ahora mismo jóvenes y no tanto, aunque reconocen mejoras internas y una buena reacción oficial frente al Covid con la vacunación, están hartos de la injerencia europea, sobre todo francesa y ansiosos de alcanzar las libertades individuales que ven como realidades en las series y películas que siguen en las plataformas o constatan a través de las redes sociales. Hablantes amazigh y dariya, es decir, del bereber y árabe marroquí, prefieren el inglés, ¡y el español! al francés que se les impone como segundo idioma por ser la lengua del excolonizador que nunca se acaba de ir.

En los mismos días en que en Burkina Faso cientos de manifestantes bloquean un convoy militar francés acusándole de doble juego con el terrorismo yihadista para seguir manipulando y robando al país, la ciudadanía del norte de Marruecos, la gente rifeña, sospecha que es francesa la mano que mece la cuna de los últimos desencuentros diplomáticos entre España y Marruecos y Marruecos y Argelia, a raíz del Sáhara Occidental. “Divide y vencerás”, concluyen con distintos refranes, desde académicos a iletrados, mientras desean tender puentes, acortar distancias entre los pueblos de ambas orillas mediterráneas.

La distancia, más que menguar, desaparece cuando Buscando la película, dirigida por el español Enrique García-Vázquez (en equipo con Karu Borge, Sofía Corral y Lucía Lobato), premio al mejor documental y cinta llena de luz, revela el vértigo de la juventud española ante el abismo del mundo postCovid. El mismo miedo, la misma fragilidad, el mismo deseo de llegar a ser lo que uno es. Osadía frente al statu quo decadente y patético. Un fuego perpetuo y ubicuo, el de la juventud, la vida que se abre camino, que ya nos está salvando con su empeño de no bajar los brazos.

Vivimos tiempos inquietantes. Con la pandemia reavivándose en Austria y Alemania, con la catástrofe climática sin freno, crisis económica y de empleo tales que la gente no tiene bienestar seguro siquiera en los rincones privilegiados del mundo. De ahí la angustia de los trabajadores gaditanos del metal. O la Gran Dimisión en EEUU. El presente es campo abonado para el reflorecimiento del mortífero fascismo. Lo vemos, con Vox, aquí en España, en mi Andalucía donde tantos tememos que en las autonómicas de 2022 el neofranquismo llegue al Gobierno (mientras el líder del PP, Pablo Casado, asiste a misas-homenaje al dictador). Lo vemos en la vecina Francia donde va tercero en las encuestas tras Macron y la ultraderechista Marinne Lepen un Éric Zemmour tan racista, machista y homófobo que a Lepen la hace moderada. Lo vemos en Chile donde tras el inspirador movimiento social para cambiar la Constitución de Pinochet el ultraconservador José A. Kast lidera los sondeos acusando a la izquierda de “terrorista” e irrumpe de tercero el populista antipolítico Franco Parisi.

Como el capitalismo, hegemónico desde la caída del Muro de Berlín, funciona concentrando riqueza en manos de cada vez menos gente de Occidente (elites de empresarios blancos, heterosexuales y de un cristianismo que espantaría a Cristo) a base de esquilmar los recursos y fuerza de trabajo al sur, es decir, a su gente, riadas humanas parten de puntos de África, Latinoamérica, Oriente hacia El Dorado inexistente del que nuestros propios hijos y sobrinos migran para llegar a Dublín, a Berlín, a Estocolmo. Siempre más arriba. No consideramos a la juventud española migrante sino expatriada, cuando no la ignoramos. Mientras nos alerta la continua llegada de pateras a Canarias, a la costa gaditana, al poniente almeriense, a Baleares e incluso al Canal de la Mancha donde han muerto ahogados, esta misma semana, 27 personas, entre ellas tres niños y una embarazada.