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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

No era eso, Kichi

Empobrecer la política no enriquece la democracia. La política es la última garantía que le queda a quienes no les ampara ni la cuenta corriente ni el networking.

Por eso, a veces, los ciudadanos conscientes de su poder- hasta Donald Trump que se presenta a presidente- del poder de la política, ceden su soberanía a quienes con más ahínco dicen defenderla. Confían a los ciudadanos más activistas su última carta: la política. Less dan la vara de mando a los que tenían los megáfonos. Les dan el poder. Sus instrumentos, sus recursos, a los que presuponen les sumarán imaginación estos activistas.

Pero no. Y es entonces cuando la rabia, encarnada en esa académica palabra que es la desafección, se hace lágrima. Impotencia. Más allá de un mensaje de solidaridad se traslada uno de incapacidad.

No era eso, Kichi, no era eso. Los vecinos no ceden el poder para colocar a su Alcalde donde ya estaba, sino para elevarlo a donde ellos no llegan. Ir a convencer a funcionarios de base a una puerta no es. Colocarse en una puerta, no es. Puede que también, pero no es eso. Si uno se presenta a unas elecciones es porque sabe que desde la política se consiguen cosas, porque si no, para qué. O caso contrario, se queda uno en la actuación de grupo católico de barrio, asistencial, pero no igualitaria y de equidad.

Un Alcalde tiene poder. Un Alcalde llama, exige y reivindica al comisario, a la Junta, al juzgado, a los bancos. Un Alcalde imagina. Un Alcalde busca soluciones más allá de las que buscaría el padre de la parroquia de turno. A un Alcalde los ciudadanos lo votan para que se siente en los despachos donde se cambian las cosas, a los que ellos no llegan. Es un trabajo más gris, menos mediático pero más efectivo. Se dirá que es que hay que estar con la gente. Si, y con soluciones mejor. Al parecer algunos o no se enteran de su poder o no se lo creen. Las cosas se pueden cambiar. Toca ser Alcalde.

Empobrecer la política no enriquece la democracia. La política es la última garantía que le queda a quienes no les ampara ni la cuenta corriente ni el networking.

Por eso, a veces, los ciudadanos conscientes de su poder- hasta Donald Trump que se presenta a presidente- del poder de la política, ceden su soberanía a quienes con más ahínco dicen defenderla. Confían a los ciudadanos más activistas su última carta: la política. Less dan la vara de mando a los que tenían los megáfonos. Les dan el poder. Sus instrumentos, sus recursos, a los que presuponen les sumarán imaginación estos activistas.