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“Lux”: Cuenca Sandoval destripa los mecanismos psicológicos de la extrema derecha

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Lo primero que hacen las editoriales cuando una novela sale al mercado es buscarle un gancho para los lectores, una percha a la que se puedan colgar los medios generalistas y así atraer público. Esta es mi primera perogrullada. La segunda es la siguiente: en literatura resulta tan importante, si no más, el “cómo” que el “qué”, así que vayamos por partes a la hora de abordar Lux (Seix Barral), la última y extraordinaria novela del cordobés de adopción Mario Cuenca Sandoval.

El gancho, el “qué”, esa percha de la que colgar la atención del público, nos ha llegado de manera harto simplista. Lux nos muestra, hemos leído por ahí, una España de un futuro no muy lejano después de haber sido gobernada por un partido de extrema derecha ―que da título a la novela― liderado por el mesiánico Aliaga. Venga, ya tenemos el anzuelo, ese guiño a la actualidad reconocible. Pero no es verdad, claro que no. El lector que crea que se enfrenta a una suerte de ucronía, a alguna distopía más o menos al uso, saldrá felizmente decepcionado.

El verdadero asunto, el verdadero “qué” de esta novela, quizás la mejor de su autor, y lo dice alguien que ha leído toda su narrativa con admiración, es mucho más complejo: cuáles son los mecanismos psicológicos, por mucha y evidente que resulte su raigambre social, que permiten el auge de la extrema derecha. A mí me parece un empeño demasiado arriesgado, pero yo no soy Cuenca Sandoval. Y es que hace falta una mirada de largo alcance, de inusitada profundidad, una mirada compleja a la vez que sutil, donde nada resulte obvio, pero a la postre todo se nos haga evidente, inevitable. Hace falta, por seguir con el “cómo”, un autor que sepa dejar a la vista ―pero no demasiado― huellas, rastros, jirones y piezas de un puzzle compuesto de resquemor, personalidades que alimentan la bestialidad con su propia vulnerabilidad, personalidades heridas ni siquiera en lo más profundo, sino en su proyección exterior, pobreza intelectual disfrazada de boato y pompa. Hace falta ir más adentro, más adentro, meterse de lleno en lo que de íntimo esconde el clasismo, el odio del último al penúltimo; el desprecio, en definitiva, al semejante, a veces vestido de los ropajes, siempre demasiado impostados, del racismo, la homofobia, la xenofobia. Hace falta ir más allá del análisis sociológico, porque esto es literatura, para entender el sentimiento gregario de tantos pobres imbéciles a los que, sin embargo, jamás podremos compadecer porque, en suma, se convierten en matones, en la carne de cañón de los despiadados programas electorales que, a veces solo entrelíneas, redactan unos cuantos señoritos.

Aquí y ahora

La mirada de Cuenca Sandoval, insistamos, no es la mirada sobre esa España que podría llegar a ser, ese gancho simplificador, no. Se trata de la mirada sobre la España que es, porque solo con esta carta desde el futuro ―en eso consiste esta novela― comprendemos lo que hoy nos está ocurriendo: la caza al maricón, espoleada no solo por el discurso homófobo de la extrema derecha, sino por la complicidad de sus socios y la permisividad con una policía impune, siempre a gusto gracias a las medias tintas de nuestros ministros de interior; las judicaturas saliendo del armario fascista sin rubor ni complejos; el señalamiento a periodistas para que la horda domesticada los atemorice; el revisionismo de los consensos sobre el pasado; la educación como pastoreo de un rebaño dócil y, siempre, la patria por delante, esa “sugestión de masas”. La violencia, en definitiva, la violencia sin más, institucionalizada, sostenida en una manada de votantes, cada uno con su psique ridícula, pero comprensible, a cuestas. Y aquí me paro, porque hay tanto que es mejor que ustedes lo descubran.

Ese “cómo”, ya lo he mencionado, toma aquí la forma de una larga carta, un monólogo de casi cuatrocientas páginas que nunca pierde la tensión, la fiebre, un torrente tempestuoso que, lejos de bifurcarse en meandros, nos ahoga en su clarividencia. El remitente es alguien que vivió de cerca la fundación del partido Lux y convivió con él hasta sus últimas, lógicas pero nauseabundas, consecuencias. ¿A quién va dirigida esa carta? Lo fácil es decir que a todos nosotros, a esta sociedad que hoy se saca de la chistera problemas que creíamos superados. Pero nada en Lux es fácil, así que mejor me reservo la intriga para que ustedes lean la novela.

Y una última cosa: dicen los claims, esas frases que adornan las fajas de los libros a modo de reclamos, no sé cuantos elogios sobre la prosa impecable y portentosa de Cuenca Sandoval. Sin que sirva de precedente: es cierto.

Lo primero que hacen las editoriales cuando una novela sale al mercado es buscarle un gancho para los lectores, una percha a la que se puedan colgar los medios generalistas y así atraer público. Esta es mi primera perogrullada. La segunda es la siguiente: en literatura resulta tan importante, si no más, el “cómo” que el “qué”, así que vayamos por partes a la hora de abordar Lux (Seix Barral), la última y extraordinaria novela del cordobés de adopción Mario Cuenca Sandoval.

El gancho, el “qué”, esa percha de la que colgar la atención del público, nos ha llegado de manera harto simplista. Lux nos muestra, hemos leído por ahí, una España de un futuro no muy lejano después de haber sido gobernada por un partido de extrema derecha ―que da título a la novela― liderado por el mesiánico Aliaga. Venga, ya tenemos el anzuelo, ese guiño a la actualidad reconocible. Pero no es verdad, claro que no. El lector que crea que se enfrenta a una suerte de ucronía, a alguna distopía más o menos al uso, saldrá felizmente decepcionado.