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Málaga ya no es una ciudad, pero el sábado comenzaremos a recuperarla

25 de junio de 2024 20:44 h

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Si una ciudad es un conjunto estable de población en un entorno urbano en el que interactúa y del que obtiene los recursos necesarios para el desarrollo de su vida y de la sociabilidad, Málaga dejó de serlo hace tiempo. Basta un paseo por el centro para comprobarlo. Y da igual el día de la semana o el mes.

Atravesar las calles peatonales de la almendra histórica supone esquivar densas masas de turistas que se apelotonan a todas horas en terrazas invasivas, comercios (muchas veces efímeros) destinados únicamente al consumo de esas hordas (bisuterías, suvenires, heladerías, pastelerías cuquis, etc.). A codazos uno se abre paso entre tiarrones descamisados, nutridas despedidas de solteras, británicos beodos y grupos guiados que, por si fuera poco, acaban de establecer una nueva moda: detenerse en mitad de la atestada vía publica y, a la orden de su guía, arrancarse con un baile conjunto en plan flahsmob. Luego, uno se escapa hacia las calles recientemente semipeatonalizadas, en las que el tráfico está supuestamente restringido y, en cualquier caso, limitado a los 20 km por hora. Y entonces descubre otra nueva moda: los cochazos descapotables de alquiler con los que algunos de esos turistas aceleran en esas calles o deciden hacer cabriolas con potentes motocicletas. No importa, tienen barra libre. Y todo ello, en efecto, cualquier día de la semana. De hecho, los lunes son trágicos, jornada habitual en la que desembarcan los miles de cruceristas que llegan al puerto.

Recordemos que en la provincia 100.000 personas ya sufren cortes cotidianos de agua, a la vez que ven cómo ese mismo agua se la llevan unos campos de golf que chupan el equivalente a la de 33.000 vecinas. Mientras, cada turista consume entre 300 y 700 litros al día, muy por encima de los 133 de un habitante medio.

La situación es dramática en todos los aspectos, no solo el medioambiental. El modelo del gobierno municipal de Francisco de la Torre ha impulsado de manera inmisericorde las viviendas turísticas por encima de cualquier derecho. De hecho, Málaga es la tercera ciudad de España con más pisos turísticos, solo superada por municipios mucho mayores, como Madrid y Barcelona, y con tantos apartamentos de este tipo como en toda la provincia de Sevilla. Los abusos laborales y los incumplimientos de normativas se han extendido hasta límites insoportables. La expulsión salvaje de los vecinos que todo ello ha provocado, y de la que De la Torres es perfectamente consciente, supone una alarma social acuciante en Málaga. La vivienda se ha convertido en el objeto más deseado, con el mayor precio de alquiler de toda Andalucía. Ahí están los datos: las familias malagueñas destinan de media cerca de un 38 % de sus ingresos a la vivienda. Así las cosas, no es de extrañar que casi el 75 % de los alzamientos de toda la provincia se deban a impagos por alquiler.

Fuentes de ambas administraciones, que no puedo revelar, aseguran que desde el gobierno municipal se tiene intención de seguir abriendo más mercados. A su vez, desde la Junta de Andalucía no se parará la promoción de Málaga hasta que se alcancen los 30 millones de pasajeros anuales en el aeropuerto, unos 7 millones más que en el ejercicio anterior

Frente a todos estos datos, que el Sindicato de Inquilinas de Málaga recopiló hace poco en rueda de prensa, ni el Ayuntamiento ni la Junta hacen nada. Al contrario, agravan la situación. Fuentes de ambas administraciones, que no puedo revelar, aseguran que desde el gobierno municipal se tiene intención de seguir abriendo más mercados. A su vez, desde la Junta de Andalucía no se parará la promoción de Málaga hasta que se alcancen los 30 millones de pasajeros anuales en el aeropuerto, unos 7 millones más que en el ejercicio anterior. Y además con cachondeo: ahí está el edificio donde tenía su sede Málaga Acoge y que la Junta, en pleno genocidio de Gaza, ha vendido a un fondo israelí para que construya más viviendas turísticas y, de paso, realojar a la ONG expulsada en otro local de… la calle Palestina.

Por eso suena a chiste la propuesta del alcalde de no conceder nuevas licencias para viviendas turísticas en el centro histórico, donde ya no cabe un alfiler. Ni siquiera es capaz de sacar una sola medida que reduzca el problema. Ni una sola. Esa cortina de humo,tan lejos de medidas como las anunciadas en Barcelona, es lo único que se le ha ocurrido para salir al paso de la que se prevé como una manifestación de las que marcan un antes y un después. Bajo el lema “Málaga para vivir, no para sobrevivir”, el Sindicato de Inquilinas ha convocado para este sábado en Málaga una manifestación a la que ya se han sumado otros municipios del país.

El modelo extractivista sin límite que ha impulsado De la Torre, siguiendo el de otras regiones, se ceba, como se lee en el manifiesto, “en la explotación de nuestra existencia y vidas en común: nuestros cuerpos, nuestros barrios, nuestras ciudades, territorios y ecosistemas”. Y en Málaga eso es ya una verdad que atraviesa la cotidianidad de la gran mayoría de la población. Por eso, estoy seguro de que este sábado supondrá el inicio del fin y que Málaga volverá a ser una ciudad, es decir, un lugar en el que vivir, no simplemente sobrevivir.

Si una ciudad es un conjunto estable de población en un entorno urbano en el que interactúa y del que obtiene los recursos necesarios para el desarrollo de su vida y de la sociabilidad, Málaga dejó de serlo hace tiempo. Basta un paseo por el centro para comprobarlo. Y da igual el día de la semana o el mes.

Atravesar las calles peatonales de la almendra histórica supone esquivar densas masas de turistas que se apelotonan a todas horas en terrazas invasivas, comercios (muchas veces efímeros) destinados únicamente al consumo de esas hordas (bisuterías, suvenires, heladerías, pastelerías cuquis, etc.). A codazos uno se abre paso entre tiarrones descamisados, nutridas despedidas de solteras, británicos beodos y grupos guiados que, por si fuera poco, acaban de establecer una nueva moda: detenerse en mitad de la atestada vía publica y, a la orden de su guía, arrancarse con un baile conjunto en plan flahsmob. Luego, uno se escapa hacia las calles recientemente semipeatonalizadas, en las que el tráfico está supuestamente restringido y, en cualquier caso, limitado a los 20 km por hora. Y entonces descubre otra nueva moda: los cochazos descapotables de alquiler con los que algunos de esos turistas aceleran en esas calles o deciden hacer cabriolas con potentes motocicletas. No importa, tienen barra libre. Y todo ello, en efecto, cualquier día de la semana. De hecho, los lunes son trágicos, jornada habitual en la que desembarcan los miles de cruceristas que llegan al puerto.