Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

Malditos jóvenes

0

Pero, ¿qué piensa usted de los jóvenes? Como diría Chesterton, no lo sé, no los conozco a todos. Ahí está la muchachada, protestan mis coetáneos, la que solo gasta libros de papel de fumar, la que no piensa, la del voto bronca, la que elige a los chuflas de Telegram o a los de las pomporrutas imperiales: me niego a llamarles fascistas porque hasta Benito Musolini tenía una impronta social que les falta a esos supuestos ácratas del neoliberalismo que ahora ya son trending topic en el Parlamento Europeo y en los sondeos de las elecciones francesas, olalá. 

Que la generación Z o la Alfa se rapa a lo sking head, a lo marine o a lo rapero, que se tatúa hasta el prepucio, que bebe tusi y que flipa con las marchas de Semana Santa. Lo mismo nos decían: ¿dónde íbamos aquellos peludos con canciones en guachisnais, porros de griffa y horrendos pantalones de campana? Sigmund Freud enunció muchas pamplinas pero acertó de lleno en lo de matar al padre. Sólo que, entonces como ahora, siempre solemos matar a disgustos a papá y a mamá. 

Los mocitos y las mocitas no leen, les acusamos, como si nosotros siguiéramos leyendo. Tardan tanto en independizarse que no van a poder sufragar nuestras pensiones, como si la culpa la tuvieran ellos en lugar de un sistema que no garantiza nuestras prestaciones ni su posibilidad de ser laboral o personalmente adultos. 

Queridos compis de las excursiones del Imserso, abuelos cebolletas, felices prejubilados: está muy bien recordar cómo corríamos delante de los grises, pero ellos corren todavía delante de la policía armada del paro eterno y de los alquileres caros, o guardan los diplomas de sus másteres donde nosotros escondíamos las octavillas recién manchadas por las vietnamitas

¿De dónde vienen esos jóvenes sin más rebeldía que el hastío, sin mas causa que un pasatiempo? De oficios precarios, si es que tienen otro oficio que no sea el de la botellona. De barrios sin espíritu de barrio, entre el lumpen y los alojamientos turísticos, donde ya hace mucho transcurrían la primera infancia a la que se le prohibió jugar a la pelota, por lo que tuvo que guarecerse a la sombra de una Nintendo o como quiera que se llamase su videopantalla de moda. O les encerramos en una burbuja de cristal, que repentinamente se quebró sin que pueda arreglarla Javi el de Carglass: aquí hubo un contrato social que se rompió, ellos aprobaban el curso y nosotros tendríamos que haber aprobado leyes que, más temprano que tarde, les permitiese ser personas, sin ser rehenes de un fondo buitre o carne de cañón en los ejércitos de la mano de obra barata. 

Queridos compis de las excursiones del Imserso, abuelos cebolletas, felices prejubilados: está muy bien recordar cómo corríamos delante de los grises, pero ellos corren todavía delante de la policía armada del paro eterno y de los alquileres caros, o guardan los diplomas de sus másteres donde nosotros escondíamos las octavillas recién manchadas por las vietnamitas. ¿Éramos todos muchachos airados en aquel tiempo, viajamos en la excursión de fin de curso al Mayo francés, salíamos multitudinariamente a cantar no nos moverán antes de que emitieran Verano Azul?  

El dictador, os recuerdo, murió en la cama, como están muriendo a su vez las ilusiones de quienes, al contrario que nuestra generación, intuyen que no van a poder salir nunca del suburbio en donde la diversidad se disputa recíprocamente los restos de basura de la desesperación; sin darse cuenta de que, unas y otros, comparten la condición de residuos de un tiempo y de un país que les ha timado con la idea de que el éxito es democrático y el fracaso es un pecado. 

Por no hablar de quienes no van a poder jamás emanciparse de los chalés acosados que compraron sus viejos, que fueron más ricos –relativamente ricos-- que sus abuelos y que su prole. La clase media está siendo devorada por los reyes de Juego de Tronos mientras piensa que la culpa de todo la tienen los dragones. 

¿Por qué se empeñan en seguir a los youtubers o a los influencers? Porque les entienden. Para oír algunas tertulias, a veces necesitaríamos cursar un grado medio. Para entender a un diputado, un diccionario de sanscrito como el que utilizábamos para descifrar los discursos de los antiguos procuradores en Cortes. Y el BOE, lo juro, no puede hacer demasiado frente al pajarraco del antiguo Twitter

Carece la chavalería, decimos, de fe o de ideología. Sin embargo, cabe preguntarnos dónde está la nuestra. Jóvenes eran las juventudes del 15M, las que soñaban con asaltar los cielos antes de que los cielos les asaltasen. Como a ti, como a mí, compañero del metal, compañera de fatigas. La adolescencia ha cambiado las paredes de las pintadas por las del tik tok, el postureo de los pubs por el de Instagran. Pero no somos tan diferentes. A nuestra utopía también la derrotaron. ¿O es que se parece acaso a lo que hoy vivimos, en España, en Europa, en medio mundo? La reforma agraria la hicieron los fondos europeos, no los jornaleros. Los bancos son quienes ahora nos gritan “la bolsa o la vida”. Las directivas de la Unión supuestamente solidaria blindan las fronteras pero otorgan visado vip a una globalización mercantil que nos esquilma pero que, al mismo tiempo, nos entretiene. La inmensa mayoría de los Menas no son golfos. La mayoría inmensa de los canis no son puntos de los narcos. 

¿Nos olvidamos del ecologismo que no luce canas, de las acampadas por cualquier sueño que crean de justicia, del pan suyo de cada día aunque sea fijo discontinuo, de la militancia en el mileurismo, de las pancartas violetas? También ahí está la selección sub-21 de nuestras universidades o de la Formación Profesional, la generación más preparada y peor recompensada. La del macroconcierto y la del micropiso. 

¿Por qué se empeñan en seguir a los youtubers o a los influencers? Porque les entienden. Para oír algunas tertulias, a veces necesitaríamos cursar un grado medio. Para entender a un diputado, un diccionario de sanscrito como el que utilizábamos para descifrar los discursos de los antiguos procuradores en Cortes. Y el BOE, lo juro, no puede hacer demasiado frente al pajarraco del antiguo Twitter. 

Que han sustituido, malditos jóvenes, el póster del Ché Guevara por el del General Mola mola, justo en el mismo cuarto en el que nosotros pusimos el de Mario Conde, cuando jugamos a ser yuppies. Que están votando, nos alarma, a gente impresentable, a cantamañanas, a carteristas del sufragio, a zorrocotrocos medievales. Quien también esté libre de tonterías en el noble deporte de votar a gilipollas, que arroje la primera papeleta. Hay una diferencia, eso sí: los nuestros presumían de demócratas. Los suyos, de totalitarios. Ojalá tampoco cumplan la mayor parte de sus promesas.

Pero, ¿qué piensa usted de los jóvenes? Como diría Chesterton, no lo sé, no los conozco a todos. Ahí está la muchachada, protestan mis coetáneos, la que solo gasta libros de papel de fumar, la que no piensa, la del voto bronca, la que elige a los chuflas de Telegram o a los de las pomporrutas imperiales: me niego a llamarles fascistas porque hasta Benito Musolini tenía una impronta social que les falta a esos supuestos ácratas del neoliberalismo que ahora ya son trending topic en el Parlamento Europeo y en los sondeos de las elecciones francesas, olalá. 

Que la generación Z o la Alfa se rapa a lo sking head, a lo marine o a lo rapero, que se tatúa hasta el prepucio, que bebe tusi y que flipa con las marchas de Semana Santa. Lo mismo nos decían: ¿dónde íbamos aquellos peludos con canciones en guachisnais, porros de griffa y horrendos pantalones de campana? Sigmund Freud enunció muchas pamplinas pero acertó de lleno en lo de matar al padre. Sólo que, entonces como ahora, siempre solemos matar a disgustos a papá y a mamá.