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La mentira, síntoma del Ur-Franquismo eterno

El candidato del PP a la presidencia, Alberto Núñez Feijóo, a su llegada al programa 'Cara a Cara. El Debate', en Atresmedia

Javier Aroca

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Emilio Romero, periodista venerado por la corporación, dejó dicho que “la derecha gobierna para doscientas familias y eso no da para votos suficientes, por eso, para ganar unas elecciones, la derecha tiene que mentir”.

Romero sabía de lo que hablaba, era periodista y falangista y había ocupado puestos relevantes en la prensa del Movimiento. Sabía, por tanto, cómo debía operar la derecha y cómo el periodismo. Es decir, para esa coalición de intereses hace falta una prensa que mienta y arrope la mentira.

Esta coalición ha quedado muy al descubierto en el debate entre presidenciables que pasará a la historia del mal periodismo o periodismo burdo. El debate no fue sino la culminación de una legislatura entera llena de mentiras y bulos, fragmentos de bombas de racimo contra la verdad, “con ánimo de engañar”, como definió la mentira Agustín de Hipona, santo para los cristianos que tienen, por cierto, prohibido mentir.

¿Cuándo decidimos que los debates eran del periodismo, sin control democrático, y no un derecho de la ciudadanía?"

Podríamos decir que ha sido una pertinaz lluvia fina, pero es demasiado poético para el daño a la democracia. El cara a cara fue eso, el colofón, la apoteosis. Y visto lo visto, unos días más tarde en otro debate en la RTVE, se pueden comprobar las contradicciones e intenciones, primero, del candidato Feijóo, en fuga de la televisión pública; simultáneamente, de los organizadores, un debate de sastrería, de agradaores. Y para el postureo de uno o dos, sedientos de audiencia y notoriedad. Regocijados en la creencia de su papel mesiánico en la democracia. 

Por lo que se vio, hubiera sido mejor un —solo uno— árbitro de ajedrez y una respuesta institucional correctora de las mentiras vertidas, corrosivas, no ya por el resultado del debate, sino por la manipulación de la voluntad popular mediante la mentira.

Quizá la dolorosa evidencia o algo de vergüenza torera ha permitido que, tiempo después, se haya podido observar una cierta autocrítica en la profesión, poca, más bien apología corporativa y las habituales danzas y cortejos de las cuchipandis. Y ello porque en la corporación ha anidado la especie de que la libertad de expresión es suya así como los debates, un caso claro de falta de lectura del artículo 20 de la Constitución española que establece el derecho constitucional a recibir información veraz. Pero, ¿cuándo decidimos que los debates eran del periodismo, sin control democrático, y no un derecho de la ciudadanía? En la defensa corporativa, se ha llegado a decir que son los no periodistas los que han tenido la osadía de criticarlos. El colmo de la arrogancia.

No podemos como demócratas entregar los intereses democráticos a quienes solo pelean por la audiencia o por agradar a sus acreedores"

La RTVE nos ha dado una pista. Que la televisión es una buena herramienta de difusión política, por supuesto. Madison y Monroe, los inventores de esto, lo hubieran deseado, pero nunca hubieran privado a los electores de su control. No podemos como demócratas entregar los intereses democráticos a quienes solo pelean por la audiencia o por agradar a sus acreedores. Una televisión pública, con buenos profesionales que contrasten, unos debates regidos por una institución independiente, moderados por quien sepa moderar, que no tiene por qué ser periodista.

Citaba a Romero para destacar su profesión de periodista, pero también su militancia falangista. Porque hemos utilizado el término ultramarino de trumpismo —que colonizó el periodismo dócil— para definir este nuevo estilo político, pero no nos es nuevo. Si acaso arraiga bien en España, como francotrumpismonarcotrumpismo, según la zona, o como plutotrumpismo en todas.

Y aquí acudo a Umberto Eco y su Los 14 síntomas del Ur-Fascismo eterno. Porque el nuestro es genuino, sí, pero pariente; la mentira es el síntoma principal de la manera de hacer política, léase a Romero, del Ur-Franquismo eterno. Se podría decir que el franquismo es cosa del pasado, pero no. Los síntomas de aquel están en el programa, praxis y proceder del PP de ahora. En todo caso, como dejó dicho también, Primo Levi, “cada época tiene su propio fascismo”, y éste que ya está entre nosotros, tiene las mismas características y se basa igualmente en la mentira. 

En democracia las mentiras se pueden volver como un bumerán

Pero no debe triunfar el desánimo sino el estímulo de volver a la hazaña, a la aventura de vivir en democracia. Hay una generación que venció al franquismo póstumo y lo hizo también contra la mentira de la prensa del Movimiento, no extinguida sino de cuerpo presente, presente en otros medios que de pronto se convirtieron en demócratas. Sabiendo, además, que los intereses privados son poderosos.

De Shakespeare sabemos que “en el teatro somos nosotros los que vemos lo que sucede, los que somos seducidos. Somos hechizados una y otra vez por las atrocidades del malvado, por su indiferencia ante la decencia humana, por las mentiras que parecen resultar eficaces, aunque nadie las crea”

En todo caso, mandamos, en democracia las mentiras se pueden volver como un bumerán. Mi sueño es que la ciudadanía democrática se sepa defender. Con mentiras no hay democracia.

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