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La prisión de los nacionalismos
Ya no hay duda, la política andaluza se ha contagiado. Por mucho que Ciudadanos se empeñe en disimularlo, la extrema derecha acaba de entrar de lleno en la política española de la mano del ex juez Francisco Serrano, líder de Vox en Andalucía. Su influencia va ya más allá de su capacidad para imponer su presencia en la Mesa del Parlamento andaluz, o para condicionar la acción de gobierno de un posible pacto entre el PP y Ciudadanos en Andalucía. Vox ya condiciona los discursos de todo los partidos españoles, sean estos de derechas o de izquierdas.
La política española ya no se entiende, como hasta ahora, sin la extrema derecha. La sombra de Vox ya oscurece las inminentes campañas electorales locales, autonómicas, generales y europeas. Nada de lo que ocurra en Andalucía en los próximos días y semanas en las negociaciones para conformar un nuevo Gobierno del Parlamento y de la Junta podrá entenderse sin Vox, que también compite para buscar su lugar junto al sol en la cascada de elecciones que se nos viene encima.
De ahí el espectáculo de la lucha postelectoral de los partidos con mensajes cada vez más radicalizados, que encierra a Andalucía, y por ende a España, en la misma cárcel en la que el auge de los nacionalismos ha encerrado a democracias antes tan alabadas como las de Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Alemania...
Así pues, parece ahora ingenuo, sino arrogante, haber pretendido que la sociedad andaluza, con su larga historia de mestizaje, iba a evitar entrar en la prisión política en que se ha convertido el resurgir nacionalista del siglo XXI. Unos nacionalismos (ya sean éstos estatales, regionales, étnicos, o de clase) que transforman el debate en discusión y enfrentamiento, convirtiéndose así en una condena que impide la acción política, que incapacita a sus víctimas encerrándolas en un único pensamiento espiral del que parece imposible escapar.
El ejemplo de Almería
Los árboles de la visceralidad y el radicalismo alimentan un rencor que acaba por impedir ver la realidad de una sociedad totalmente alejada del bosque que pintan sus agoreros detractores. Valga como ejemplo Almería, esa provincia asustada con la “invasión” de “las hordas africanas” que ha olvidado como era y vivía hace apenas tres décadas. En 1981, once de cada cien almerienses era analfabeto, casi duplicando la media española que aún era de un elevadísimo seis por ciento (el dato se refiere a los que se declararon como tales en la elaboración del censo de ese año. Atendiendo al analfabetismo funcional, se considera que la media española era entonces del 25%).
Pero la generación de la violenta Guerra Civil ya ha desaparecido y, ley de vida, de la siguiente generación de la oscura y hambrienta posguerra cada vez quedan menos testigos y protagonistas. Parece que ni una ni otra ha sido capaz de impregnar sus vivencias, su memoria, en las mentes de sus descendientes. Unas nuevas generaciones que vuelven a abrazar las mismas falacias (ahora rebautizadas fake news) que condujeron a sus abuelos y bisabuelos al desastre de la guerra.
Unas nuevas generaciones, que pasan de las urnas que tantas vidas costó legalizar, o que acuden a ellas azuzadas por políticos nefastos, e iletrados en muchos casos, que en lugar de la palabra razonada, gustan de usar la traicionera navaja para imponer sus condiciones. Sí, es cierto, Andalucía ya no es la de aquella década de los años ochenta. Tampoco España. Pero en muchos aspectos parece estar deseando volver a aquellos tiempos en los que el país se envolvía en sus banderas.
En 1982, recién fracasado el golpe de Tejero, cuando el acceso a la Comunidad Económica Europea aún era un sueño para un país pobre anclado en su violento pasado, un desesperanzado Luis Buñuel acababa sus memorias “Mi último suspiro”, publicadas ese año, diciendo: “Nos rodean la debilidad, el terror y la morbosidad. ¿De dónde surgirán los tesoros de bondad e inteligencia que podrán salvarnos algún día”. Entonces, contradiciendo el pesimismo del cineasta, surgieron líderes españoles y europeos que supieron estar a la altura de las enormes exigencias del momento. Pero surgieron, sobre todo, por un pueblo español, como se decía entonces, que también supo reconocerlos y apoyarlos y al mismo tiempo ser exigente con ellos. A la ciudadanía española, como se dice hoy, es a quien en realidad nos toca ahora buscar y encontrar esos “tesoros de bondad e inteligencia” que nos salven de la oscuridad que nos envuelve.
Ya no hay duda, la política andaluza se ha contagiado. Por mucho que Ciudadanos se empeñe en disimularlo, la extrema derecha acaba de entrar de lleno en la política española de la mano del ex juez Francisco Serrano, líder de Vox en Andalucía. Su influencia va ya más allá de su capacidad para imponer su presencia en la Mesa del Parlamento andaluz, o para condicionar la acción de gobierno de un posible pacto entre el PP y Ciudadanos en Andalucía. Vox ya condiciona los discursos de todo los partidos españoles, sean estos de derechas o de izquierdas.
La política española ya no se entiende, como hasta ahora, sin la extrema derecha. La sombra de Vox ya oscurece las inminentes campañas electorales locales, autonómicas, generales y europeas. Nada de lo que ocurra en Andalucía en los próximos días y semanas en las negociaciones para conformar un nuevo Gobierno del Parlamento y de la Junta podrá entenderse sin Vox, que también compite para buscar su lugar junto al sol en la cascada de elecciones que se nos viene encima.