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¿De verdad es necesario un Día del Orgullo?

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Esta pregunta la he escuchado recientemente de forma reiterada, y mi respuesta es que sí es necesario un Día del Orgullo. Para explicar mi postura debo mirar atrás, para entender cuál fue el motivo de su surgimiento y en qué momento, en mi opinión, dejará de tener sentido celebrarlo. Su origen está en Estados Unidos, cuando en 1969 las relaciones no heterosexuales estaban consideradas una actividad ilegal, a excepción del estado de Illinois. Si una persona era detenida por este motivo se le podía acusar por “crímenes contra la naturaleza”, prostitución o comportamiento lascivo. La diferencia sexual significaba estar estigmatizado en todos los aspectos, no sólo legales, si no familiares, sociales o laborales. Si tu nombre se publicaba en el periódico por tu orientación sexual se justificaba la expulsión del trabajo. Además, las personas homosexuales no podían ejercer profesiones como por ejemplo la medicina, o simplemente bailar juntos.

La semilla de este día germina en la noche del 28 de junio de 1969, en el bar Stonewall Inn, situado en Greenwich Village, Nueva York. Este era un punto de reunión para la comunidad LGTBIQ+ de la ciudad. Durante todo el año, se habían realizado redadas, intensificadas porque era año electoral, y ese día llegaron seis policías a desalojar el local, con más de 200 personas dentro. Estando todos en la calle, uno de los asistentes se resistió a entrar en el coche policial, y comenzaron los forcejeos, entonces los clientes comenzaron a arrojarles monedas y botellas, y los agentes del orden tuvieron que refugiarse en el local. En los días sucesivos se vivieron disturbios en diferentes manifestaciones, en las que de forma expresa reivindicaban sus derechos. Un año después se celebró la primera marcha en New York. 

Sin duda, medio siglo después de estos acontecimientos, los progresos en los derechos del movimiento LGTBI+ a nivel mundial son indudables. No obstante, un tercio de los estados del mundo todavía criminalizan el sexo consentido entre personas del mismo género, según un informe de ILGA World, y en Uganda es un delito expresar que eres gay. La forma de penalización en todos ellos es la cárcel, y según un informe de Amnistía Internacional, en 12 países la homosexualidad puede ser castigada con pena de muerte. La buena noticia, es que en muchos países no existe una discriminación legal del colectivo LGTBI+, por ejemplo, el caso de España. 

Cuando el comportamiento no heterosexual deje de ser tema de conversación, entonces creo que podremos decir que no tiene sentido el Día del Orgullo

Sin embargo, mi defensa de un día reivindicativo del orgullo se centra en mi percepción de que es necesario seguir trabajando para que la diversidad sea aceptada en todos los ámbitos de la vida cotidiana, de forma que no tenga sentido hacerla explícita. En las conversaciones privadas se sigue escuchando comentarios como “yo no tengo ningún problema con que un familiar sea homosexual, pero prefiero que no me toque”, empleando ese término para hacer referencia a la “mala suerte” que supone que una persona pertenezca al colectivo LGTBIQ+. En esa afirmación se esconde todo tipo de consideraciones que sitúan a la diversidad sexual como una enfermedad, un defecto, o una desviación de lo que es lo adecuado. 

Otra frase que yo he escuchado es que “no me importan que sean homosexuales, pero que no se besen en público”. De nuevo, el sí, pero no. Las muestras de afecto entre las personas a mí me generan mucha ternura, los abrazos y los besos son las muestras de afecto consustanciales a la naturaleza humana. Los límites entre el afecto y la sexualidad están condicionados por muchos aspectos, pero, en todo caso, los comportamientos afectivos considerados adecuados los deben ser para todos, sin distinción.

Si una muestra de cariño es normal en una pareja hetero lo es también en cualquier tipo de relación.  El tercer aspecto que demostraría que ya no tiene sentido el Día del Orgullo es aquel momento en que nos parezca extraño que alguien explicite cuál es el género de su pareja. Supongo que alguna vez, en cualquier conversación, se ha colado la necesidad de especificar la orientación sexual de algún conocido mediante la pregunta “¿sabes que esta persona es homosexual?”.

Sin duda, cuando el comportamiento no heterosexual deje de ser tema de conversación, entonces creo que podremos decir que no tiene sentido el día del orgullo. Mientras tanto, bienvenido sea para recordarnos que la diversidad sexual, a fecha de hoy, no se vive en la sociedad con toda normalidad. Por tanto, es tarea de todos trabajar para facilitar que todas las personas puedan tener una vida plena, independientemente de su orientación sexual. Dar amor nunca ha hecho daño a nadie, el odio y la discriminación sí. 

Esta pregunta la he escuchado recientemente de forma reiterada, y mi respuesta es que sí es necesario un Día del Orgullo. Para explicar mi postura debo mirar atrás, para entender cuál fue el motivo de su surgimiento y en qué momento, en mi opinión, dejará de tener sentido celebrarlo. Su origen está en Estados Unidos, cuando en 1969 las relaciones no heterosexuales estaban consideradas una actividad ilegal, a excepción del estado de Illinois. Si una persona era detenida por este motivo se le podía acusar por “crímenes contra la naturaleza”, prostitución o comportamiento lascivo. La diferencia sexual significaba estar estigmatizado en todos los aspectos, no sólo legales, si no familiares, sociales o laborales. Si tu nombre se publicaba en el periódico por tu orientación sexual se justificaba la expulsión del trabajo. Además, las personas homosexuales no podían ejercer profesiones como por ejemplo la medicina, o simplemente bailar juntos.

La semilla de este día germina en la noche del 28 de junio de 1969, en el bar Stonewall Inn, situado en Greenwich Village, Nueva York. Este era un punto de reunión para la comunidad LGTBIQ+ de la ciudad. Durante todo el año, se habían realizado redadas, intensificadas porque era año electoral, y ese día llegaron seis policías a desalojar el local, con más de 200 personas dentro. Estando todos en la calle, uno de los asistentes se resistió a entrar en el coche policial, y comenzaron los forcejeos, entonces los clientes comenzaron a arrojarles monedas y botellas, y los agentes del orden tuvieron que refugiarse en el local. En los días sucesivos se vivieron disturbios en diferentes manifestaciones, en las que de forma expresa reivindicaban sus derechos. Un año después se celebró la primera marcha en New York.