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Nervios en San Telmo
Si en algo brilla el Gobierno de Juan Manuel Moreno Bonilla es en el trabajo de cocina de la proyección electoral de su presidente. En poco más de tres años, de ser un político al filo del desahucio --en la víspera de los comicios andaluces de 2018 su partido le andaba buscando el relevo-- a convertirse en un modelo de triunfador, referente nacional frente al exasperado Pablo Casado, y al mismo nivel que Núñez Feijóo, con cuatro mayorías absolutas. Ahí es nada. Es cierto que hasta ahora Moreno lo único que ha ganado son sondeos, pero es el primero en casi todos, y precisamente estas encuestas, un raudal nunca visto (algunas sin ni siquiera ficha técnica), son las que han ayudado a fijar esa imagen victoriosa que flota en las tertulias y en la opinión publicada, e incluso en los cuarteles de sus adversarios, en los que también penetra y hace mella esta novísima manera de la política moderna de moldear tendencias y difundir propaganda. Sin duda, un logro; aunque el mayor éxito, a mi juicio, es la creación de Juanma, el personaje. Un hombre moderado, sensato y cercano, incapaz de congeniar con los extremos, pese a que la alianza de estos años con Vox y su propia gestión lo desmientan.
Sin el estorbo de un presupuesto que obligara a recortar durante un año de comicios, como muy didácticamente explicó Juan Marín a los otros 20 parlamentarios de su grupo en el audio que se hizo público sobre la pantomima de la negociación de las cuentas, la idea era adelantar elecciones una vez pasadas las coloridas fiestas de la primavera, con la Covid de capa caída, el dinamismo económico en efervescencia y el ánimo pletórico de los ciudadanos. Las cosas no han ocurrido exactamente así. Es lo que tiene la política, y la vida en general, que los proyectos se desmoronan y acaban en el suelo, hechos añicos como el cántaro de la lechera del cuento. Hay nervios. Entre los suyos algunos deslizan ya que al presidente se le está pasando el arroz, que ha dejado escapar varios trenes para llamar a las urnas, y que si no se apresura la tendencia podría iniciar un camino descendente, sobre todo si se ratifica, como parece, la candidatura de Macarena Olona. El inconveniente es que no encuentra motivos para convocar con urgencia, al menos, que sean verosímiles tras repetir como un estribillo que agotaría el mandato por el futuro de Andalucía y blablablá. La disparatada excusa de la pinza artificiosa de Vox y PSOE para acogotarle sin piedad ha convencido en exclusiva a los hinchas mediáticos, y ni eso, porque los hechos han ido confirmando lo contrario y se han visto obligados a matizar y recular.
Los sanitarios están exhaustos y han comenzado a movilizarse, hartos de jugar al escondite con los responsables del SAS, quienes no cuentan con ellos en los improvisados planes que van extrayendo de su chistera
La sanidad pública es un desbarajuste. Aquí no valen los eslóganes ni la herencia recibida después de casi una legislatura y las transferencias de fondos extraordinarios. Cuando la realidad se padece en persona da igual lo que diga la versión oficial. Los ciudadanos no obedecen la doctrina marxiana (de los Hermanos Marx) de creer lo que le cuentan las autoridades en lugar de lo que ven sus propios ojos. Eres tú o alguien de tu entorno quien lo experimenta. Teléfonos que nadie coge, máquinas que te invitan a empezar de cero, espera de llamadas que no suenan, colas interminables, tratamientos crónicos abandonados a su suerte, operaciones canceladas. Tampoco son muy fiables los bailes de cifras y los estadillos que pasea el consejero de Salud. Quienes llevamos varios lustros observando a los políticos, fuera y dentro del engranaje, sabemos lo interpretables que son las estadísticas; en manos resabiadas, auténticas arenas movedizas. Aunque a bote pronto resulte extraño, de la misma fuente de información (suele suceder así) es posible sostener una postura y la opuesta, según los datos y la secuencia temporal que se escojan; si no sale con una, se replantea hasta hallar el porcentaje apropiado.
Los sanitarios están exhaustos y han comenzado a movilizarse, hartos de jugar al escondite con los responsables del SAS, quienes no cuentan con ellos en los improvisados planes que van extrayendo de su chistera, cuyos desenlaces se traducen en sonados fiascos. El intento atropellado de Moreno de congeniarse con los sindicatos para añadir a su hoja de servicios una foto más de político templado y conciliador ha derrapado igualmente. Además de en los asuntos de salud, la Junta los ha esquinado en la negociación del decreto ley de simplificación administrativa, que modificó de un plumazo 80 leyes autonómicas concernientes al urbanismo, el medioambiente y al empleo. En San Telmo se palpa la inquietud. Las encuestas acaban de despeñarse estrepitosamente en Portugal, como ocurrió con Susana Díaz, y antes con Javier Arenas, y un largo etcétera. El buenagente Juanma, el John Wayne que representa el bien sin ambages, últimamente sale más veces denunciando confabulaciones, con el ceño fruncido e irritado, de lo que aconseja su bonito traje de moderado y sereno. A ver si con los nervios va a cargarse lo mejor que atesora: el personaje de Juanma, su gran baza.
Si en algo brilla el Gobierno de Juan Manuel Moreno Bonilla es en el trabajo de cocina de la proyección electoral de su presidente. En poco más de tres años, de ser un político al filo del desahucio --en la víspera de los comicios andaluces de 2018 su partido le andaba buscando el relevo-- a convertirse en un modelo de triunfador, referente nacional frente al exasperado Pablo Casado, y al mismo nivel que Núñez Feijóo, con cuatro mayorías absolutas. Ahí es nada. Es cierto que hasta ahora Moreno lo único que ha ganado son sondeos, pero es el primero en casi todos, y precisamente estas encuestas, un raudal nunca visto (algunas sin ni siquiera ficha técnica), son las que han ayudado a fijar esa imagen victoriosa que flota en las tertulias y en la opinión publicada, e incluso en los cuarteles de sus adversarios, en los que también penetra y hace mella esta novísima manera de la política moderna de moldear tendencias y difundir propaganda. Sin duda, un logro; aunque el mayor éxito, a mi juicio, es la creación de Juanma, el personaje. Un hombre moderado, sensato y cercano, incapaz de congeniar con los extremos, pese a que la alianza de estos años con Vox y su propia gestión lo desmientan.
Sin el estorbo de un presupuesto que obligara a recortar durante un año de comicios, como muy didácticamente explicó Juan Marín a los otros 20 parlamentarios de su grupo en el audio que se hizo público sobre la pantomima de la negociación de las cuentas, la idea era adelantar elecciones una vez pasadas las coloridas fiestas de la primavera, con la Covid de capa caída, el dinamismo económico en efervescencia y el ánimo pletórico de los ciudadanos. Las cosas no han ocurrido exactamente así. Es lo que tiene la política, y la vida en general, que los proyectos se desmoronan y acaban en el suelo, hechos añicos como el cántaro de la lechera del cuento. Hay nervios. Entre los suyos algunos deslizan ya que al presidente se le está pasando el arroz, que ha dejado escapar varios trenes para llamar a las urnas, y que si no se apresura la tendencia podría iniciar un camino descendente, sobre todo si se ratifica, como parece, la candidatura de Macarena Olona. El inconveniente es que no encuentra motivos para convocar con urgencia, al menos, que sean verosímiles tras repetir como un estribillo que agotaría el mandato por el futuro de Andalucía y blablablá. La disparatada excusa de la pinza artificiosa de Vox y PSOE para acogotarle sin piedad ha convencido en exclusiva a los hinchas mediáticos, y ni eso, porque los hechos han ido confirmando lo contrario y se han visto obligados a matizar y recular.