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Los niños de Borbón

Javier Aroca

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En la tortuosa historia de la monarquía inglesa, los puritanos monárquicos acuñaron aquello de que había que matar al rey para salvar al rey. En su pensamiento lo importante era la permanencia del cuerpo político, la monarquía, que era encarnada sucesivamente por cuerpos naturales. Hoy en día, es solo una metáfora sangrienta y los ingleses actuales hasta valoran los beneficios turísticos y de merchandising que tiene su monarquía, sus eventos y boato. Los reyes y reinas siempre han tenido muy presente su trágica experiencia y en sus sueños se les aparece Oliver Cromwell como recordatorio.

Los que quisieron que el paso desde la dictadura a la democracia fuera la restauración de la monarquía han aprendido de esta experiencia insular. La idea fue de Francisco Franco, a cada uno su mérito. Lo importante es el cuerpo político, y si hay que matar al rey para salvar al rey, pues, se mata. Metafóricamente, desde luego, una suerte de muerte civil u ostrakismos, aunque tampoco se pueden permitir los puritanos hispánicos que la tendencia reputacional natural en los borbones les arruine su apuesta, entiéndase por Juan Carlos y ya, también, por algunos de sus nietos.

La nobleza de Estado, en todas sus vertientes, gubernamental, económica, funcionarial, política, judicial, mediática, está movilizada en este empeño. ¿Por qué les molesta tanto que el rey honorífico -así, porque él lo quiso- esté en España?

Los naturales y viajeros del lugar debaten con apasionamiento televisado si es bueno que esté por allí porque es bueno para el turismo y para ponerlos en el mapa. La Casa Real se desentiende y al Gobierno no se le entiende.

Estos días, Juan Carlos está en un pueblo gallego, y lo único últimamente apasionante que he leído al respecto es si la Academia, que está para esas cosas y para las almóndigas, recomienda Sanxenxo o Sangenjo. Los naturales y viajeros del lugar debaten con apasionamiento televisado si es bueno que esté por allí porque es bueno para el turismo y para ponerlos en el mapa. La Casa Real se desentiende y al Gobierno no se le entiende.

Lo cierto es que el anterior jefe de Estado puede venir y circular por España y la UE cuando le da la gana, es ciudadano de la Unión. No tiene cuentas pendientes con la justicia en España, con Hacienda es otra cosa, es miembro de la Familia Real y tiene tratamiento de majestad; además, aunque en la lógica constitucional esto no opere, es, mal que le pese a su hijo, el jefe familiar del linaje, es decir, ostenta la potestas familiar. Por lo demás, Juan Carlos, que abdicó cuando quiso y como quiso, al dictado -una chapuza sostiene la opinión mayoritaria de la doctrina jurídica-, es tan solo un exiliado fiscal. 

¿Entonces? Pues eso, es un desprestigio para la institución, la Corona, que tiene la intención de permanecer, y sus vasallos, los de vocación y los de oportunidad, ven en la figura decadente del anterior monarca una amenaza, contradictoria también con el plus de ejemplaridad que se presume de los reyes y sus familias.

Uno tiene la sensación de que disfrutan de una eterna niñez y, por eso, a su inviolabilidad, de 'iure' o de 'facto', añaden la inimputabilidad de los incapaces. No se enteran de lo que hacen y, además, no quieren, enterarse.

Familia, eso. Los monárquicos no han encontrado aún en España una solución para con los miembros de la realeza que no reinan; solo puede uno. En la literatura monárquica se conoce la institución del apanage, es decir, buscarles algo, pero en todas las improvisaciones y chapuzas de la institución nadie lo ha previsto, de manera que no sabemos qué hacer con los Borbones. Que, además, entre sus virtudes confesadas no figura la propensión a trabajar en ocupaciones útiles.  

Y así, pasamos los días preocupados por un señor octogenario sin que conste la más mínima preocupación por parte del afectado, que incluso ha verbalizado en público su nulo interés en dar explicaciones, no digo en pedir perdón, que tampoco, y, si acaso, sería en un pasillo entre los aplausos del vasallaje. Tampoco parece haber interés alguno en que los ciudadanos no vasallos sepamos cuánto nos cuestan ni estas exhibiciones ni las de sus nietos, por cierto. 

Sus partidarios dicen que Juan Carlos no debe nada. El manto protector de la exagerada protección más allá de la Constitución de su inviolabilidad no hace viable pensamiento alguno que nos lleve a pensar que la monarquía es plenamente democrática. Pero hay algo más, observando su discurrir y el de sus nietos, uno tiene la sensación de que disfrutan de una eterna niñez y, por eso, a su inviolabilidad, de iure o de facto, añaden la inimputabilidad de los incapaces. No se enteran de lo que hacen y, además, no quieren, enterarse.

Como se preguntaba William Shakespeare que tanto dedicó en su obra a la monarquía: ¿En qué circunstancias revelan de repente su fragilidad esas instituciones tan preciadas, aparentemente bien arraigadas e inquebrantables?¿Por qué una gran cantidad de individuos aceptan ser engañados a sabiendas?

En la tortuosa historia de la monarquía inglesa, los puritanos monárquicos acuñaron aquello de que había que matar al rey para salvar al rey. En su pensamiento lo importante era la permanencia del cuerpo político, la monarquía, que era encarnada sucesivamente por cuerpos naturales. Hoy en día, es solo una metáfora sangrienta y los ingleses actuales hasta valoran los beneficios turísticos y de merchandising que tiene su monarquía, sus eventos y boato. Los reyes y reinas siempre han tenido muy presente su trágica experiencia y en sus sueños se les aparece Oliver Cromwell como recordatorio.

Los que quisieron que el paso desde la dictadura a la democracia fuera la restauración de la monarquía han aprendido de esta experiencia insular. La idea fue de Francisco Franco, a cada uno su mérito. Lo importante es el cuerpo político, y si hay que matar al rey para salvar al rey, pues, se mata. Metafóricamente, desde luego, una suerte de muerte civil u ostrakismos, aunque tampoco se pueden permitir los puritanos hispánicos que la tendencia reputacional natural en los borbones les arruine su apuesta, entiéndase por Juan Carlos y ya, también, por algunos de sus nietos.