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Un Nobel para Lorca o un Lorca para el Nobel

Federico García Lorca ya cuenta con el Nobel de Física, aunque no encontremos su cuerpo sin vida, porque brinda vida a todos los cuerpos y a todas las almas. Su poesía cayó como la manzana de Newton, como una evidencia natural, como si antes de cumplir 38 años, ya nos hubiera demostrado que la ley de sus palabras era verdadera, como nunca se han producido observaciones repetidas que las contradigan. Y es universal, porque sus versos pueden aplicarse en cualquier lugar del universo y en cualquier lenguaje. Sus obras son simples porque, en escena, se expresan en términos de una sola ecuación matemática y siempre ofrecen un resultado exacto: el de la emoción y la belleza.

Sus libros son absolutos, porque nada en el universo parece afectarles, salvo la muerte a mano armada. Y estables. Esto es, su mensaje no ha cambiado desde que lo descubrimos. Su memoria es omnipotente, porque todo el universo cumple con su recuerdo y conserva la magnitud de su genio.

Con frecuencia, su mundo expresa simetrías con el espacio y el tiempo, romances como lluvia de benévolas, sonetos de amor oscuro como la noche polar, yermas sin desierto, auroras de Nueva York, con luces de La Habana y de Andalucía. Federico es cuántico y por lo tanto irreversible, como el propio tiempo lo es.

También se le atribuye el Nobel de Fisiología o el de Medicina, porque nos enseñó a mover o a conmover los corazones, a procurar que los sentidos galopasen, a contener en un puño la sangre de las bodas, a curar el mal de amor con un trasplante de flores.

Todos recordamos cuando recogió el premio Nobel de la Paz, porque alguna vez dijo que él siempre estaría con aquellos que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega, pero también afirmó que “no hay un verdadero poeta que no sea revolucionario”, pero su revolución disparaba justicia y no consignas.

Nobel de la Paz porque su propio cuerpo sirvió como escudo para que la dictadura tuviera algo más de cuidado con su amigo enemigo Miguel Hernández, aunque a él también terminaran muriéndolo como acertó a gritar Vicente Alexiandre. Nobel de la Paz, porque zarandeó con rabia y con ternura a las gentes de la ciudad que vivían en la más pobre y triste de las fantasías, cuando todo lo que hacían no era más que buscar caminos para no enterarse de nada:  “Cuando suena el viento, para no entender lo que dice, tocáis la pianola; para no ver el inmenso torrente de lágrimas que nos rodea, cubrís de encajes las ventanas; para poder dormir tranquilos y acallar el perenne grillo de la conciencia, inventáis las casas de caridad”.

Nobel de la Paz porque también presagió que los trabajadores permanecían “encadenados por un sistema económico cruel al que pronto habría que cortar el cuello”. El mismo sistema que usó al fascismo como mano armada. Y el mismo que condenó a la extranjería a chinos, armenios, rusos, alemanes o moriscos.

Federico ya tiene el premio Nobel de Literatura. No escribió narraciones como Gabo o como Mario Vargas Llosa pero su vida fue una gran novela. No compuso canciones como Bob Dylan pero cantó las que le enseñaron las criadas de la Vega granadina o las que bailó a su piano La Argentinita. Resulta encomiable que ahora reclamen el Nobel para ese andaluz universal e invencible que vivía con el balcón abierto; pero más falta le haría al Premio Nobel que le dieran el Premio García Lorca.

Federico García Lorca ya cuenta con el Nobel de Física, aunque no encontremos su cuerpo sin vida, porque brinda vida a todos los cuerpos y a todas las almas. Su poesía cayó como la manzana de Newton, como una evidencia natural, como si antes de cumplir 38 años, ya nos hubiera demostrado que la ley de sus palabras era verdadera, como nunca se han producido observaciones repetidas que las contradigan. Y es universal, porque sus versos pueden aplicarse en cualquier lugar del universo y en cualquier lenguaje. Sus obras son simples porque, en escena, se expresan en términos de una sola ecuación matemática y siempre ofrecen un resultado exacto: el de la emoción y la belleza.

Sus libros son absolutos, porque nada en el universo parece afectarles, salvo la muerte a mano armada. Y estables. Esto es, su mensaje no ha cambiado desde que lo descubrimos. Su memoria es omnipotente, porque todo el universo cumple con su recuerdo y conserva la magnitud de su genio.