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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Paciencia ajena

Estamos sometidos a la presión de dos polos opuestos: aceleración vertiginosa frente a parálisis. Vivimos un no parar, potenciado por móviles que nos tiranizan como el reloj al conejo de Alicia. La meta a la que volamos es incierta. Quizá ni exista. Como los oasis que ven los perdidos del desierto. O los empleos que debían aguardarnos. Espejismos. Lo sabemos. Aún así, corremos. 

Esta manía inducida, esta patología individual tiene su equivalente social. Pasan muchas cosas, las 24 horas, los siete días de la semana. ¡Este verano, igual que en Navidades, la realidad política nacional está que arde! ¡Y no hablemos de la internacional! Pero no acaba de pasar nada. Reina la pachorra, la cachaza, un vacío letal.

En el plano nacional, tras nuestro año más electoral, seguimos sin Gobierno y con perspectiva de repetir por tercera vez las generales. 

En el internacional, hace ya tiempo que no nos conmovemos con los refugiados porque el pacto UE-Turquía ha desviado la ruta del peligroso Egeo al criminal Mediterráneo central. Ahí es más difícil el trabajo de rescatadores y prensa. Faltan imágenes de los ahogados diarios. Muertos que no vemos, corazón anestesiado.

Sí nos estremecemos, con toda justificación, ante cada atentado terrorista, sea de miembro del ISIS o loco solitario. Condenamos a boca llena intentonas golpistas como la de Turquía y, aún con la boca pequeña, el contragolpe del presidente Erdogán, nuestro portero de discoteca en el umbral de Oriente Próximo. Según datos del Gobierno turco, 13.000 personas han sido detenidas y 60.000 funcionarios, entre ellos jueces y profesores, despedidos, así como 2.300 entidades privadas (colegios, clínicas y asociaciones) cerradas. 

Pregunta Aimar Bretos (SER) a Christiana Figueres, candidata a presidir la ONU: “¿Le preocupa la ausencia de garantías democráticas en la respuesta que está dando el Gobierno (turco) al golpe con una tremenda limpieza política y social?”. 

Contesta ella (04.29-05.05): “Sí, hay que tener paciencia y esperar a que se aclaren ahí los nublados del día. Por supuesto que el haber restablecido los resultados que habían sido electos democráticamente en Turquía era importante, pero igualmente  importante es ahora respetar los derechos humanos con respecto a todas las personas (balbuceo) que están siendo ahora (balcuceos y mueca de ”¿Cómo llamarlas?“) determinadas como responsables del posible golpe”. 

Elocuente. La paciencia es el antídoto a las peligrosas amenazas que ya nos desafían.

Paciencia, víctimas de guerras que nosotros empezamos en Afganistán, Siria e Irak. Paciencia, masacrados por el ISIS en Oriente y Occidente, igual que damnificados por Al Qaeda en Madrid o Las Torres Gemelas. Paciencia mientras nuestros aliados saudíes y empresas europeas como la cementera Lafarge financian a los terroristas. Paciencia, condenados a malvivir en campos de refugiados de Gaza, Líbano, Jordania, Alemania... Paciencia, saharauis, que sólo lleváis cuarenta años en el desierto esperando que Naciones Unidas cumpla sus resoluciones. Paciencia, víctimas africanas de los abusos sexuales del personal de la ONU, que Christiana Figueres reconoce. Esa paciencia se receta “a las personas determinadas como responsables del posible golpe” en Turquía. 

Periodistas presos

Desde ayer, entre los represaliados, se cuentan 42 periodistas detenidos. También a ellos se les pedirá paciencia como si no existiera el precedente de los 34 colegas que ya se pudrían entre rejas antes del 15 de julio, por ejercer la libertad de prensa. El listado actualizado por la Federación Europea de Periodistas la víspera del golpe se  mueve entre Åžerife Oruç, el que lleva menos en prisión, desde el 5 de julio, y Hatice Duman, el más veterado de los arrestados, por su encierro desde el 1 de Abril de 2003, ¡hace 4.864 días, 13 años! 

En la franja media, con sólo 584 días preso (desde diciembre de 2014), está Hidayet Karaca, ejecutivo de televisión que, en febrero de 2015, logró enviar a The Guardian una carta abierta en la que hacía “un llamamiento desde prisión: la libertad de prensa está bajo seria amenaza y el sistema democrático suspendido en Turquía”.

Democracia secuestrada era el título que daba ayer Antonio Navalón a su llamamiento a los líderes mundiales para que reaccionen antes de que sea tarde. 

“Pese al desolador panorama, jamás he perdido mi fe en la democracia”, escribió Hidayet Karaca desde su celda número 6, bloque A5, de la cárcel Silivri. “Sé que pago el precio de defender aquello en lo que creo. Quizá es el precio a pagar por la libertad, los derechos y la democracia. Los medios tienen la responsabilidad de informar (...) Tengo la conciencia tranquila por haber dado lo mejor de mi capacidad profesional, en el servicio del interés público. He cumplido con mi trabajo y lo seguiré haciendo mientras pueda”. 

Vosotros, condenados al sufrimiento, la tortura, la cárcel y la muerte, que son las realidades que esconde el eufemismo “paciencia”, honráis por vuestra dignidad a nuestra especie. En cambio, los dirigentes flemáticos que enmascaráis vuestra irresponsable negligencia con llamamientos a la paciencia ajena, encarnáis nuestra vergüenza.

Estamos sometidos a la presión de dos polos opuestos: aceleración vertiginosa frente a parálisis. Vivimos un no parar, potenciado por móviles que nos tiranizan como el reloj al conejo de Alicia. La meta a la que volamos es incierta. Quizá ni exista. Como los oasis que ven los perdidos del desierto. O los empleos que debían aguardarnos. Espejismos. Lo sabemos. Aún así, corremos. 

Esta manía inducida, esta patología individual tiene su equivalente social. Pasan muchas cosas, las 24 horas, los siete días de la semana. ¡Este verano, igual que en Navidades, la realidad política nacional está que arde! ¡Y no hablemos de la internacional! Pero no acaba de pasar nada. Reina la pachorra, la cachaza, un vacío letal.