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Un país decente

Pedro Sánchez

Javier Aroca

El Gobierno está estudiando sacar el cuerpo del dictador Franco del Valle de los Caídos. Mientras, los barcos con más de seiscientas personas a punto de morir en aguas mediterráneas han llegado a Valencia. Una urgencia humanitaria. El Gobierno español se ha situado muy por encima de la media ética de una Europa sin moral ni vergüenza y forzado, de camino, a que las instituciones de la Unión se muevan. También ha propiciado que tengamos más clara, si cabe, la foto de la ultraderecha europea, incluida la peninsular.

El ministro de Interior está empeñado en eliminar las concertinas de las fronteras de Ceuta y Melilla, y estudia la remoción de la condecoración inconstitucional y antidemocrática a un torturador franquista, Billy El Niño, algo que el anterior ministro Zoido, novio de la muerte, había negado en sede parlamentaria. Se restaura la sanidad universal, nuestros mayores no pagaran dos veces por sus medicinas. No, no es la foto de un Gobierno frankestein; es la foto de un Gobierno decente.

Sánchez se ha reunido con Iglesias; en su agenda, lo posible, es decir, lo que se pueda hacer con la mayoría que representan, insuficiente aritméticamente pero suficientemente legítima y cívica para intentarlo. No sería bueno responder a los desperfectos del Gobierno de Rajoy con una ilusión imposible que más tarde conduzca a la frustración. Sánchez hablará con Urkullu, con Torra, espero que luego con Díaz, Puig... Hablar, dialogar.

El Gobierno ya ha conseguido algo muy importante: empezar a coser el desencuentro incomprensible entre las izquierdas; y algo más: ha puesto a la vista, no sólo la descomposición de la derecha, sino la visibilidad de su propia cara. Unos, desconcertados todos por haber sido despojados de forma constitucional de su idea patrimonial y parasitaria del poder, intentan una derecha liberal; otros, seguir como siempre; otros, definitivamente, por fin, han abrazado, sin disfraz, su verdadera faz ultraderechista. Es un derecho de los consumidores el etiquetado real, sin engaño, de la oferta política.

Ciudadanos, transfundido de la sangría popular, sin aguja de marear, está de gira prometiendo una España extraconstitucional, extravagante, autoritaria y monocolor, rompedora de lo conseguido hasta ahora con mucho esfuerzo. Su propuesta del 3% de umbral electoral es eso: dejar a muchos ciudadanos del Estado sin representación parlamentaria. Ahondar en la brecha. Rivera es un separador, atizador del nacional populismo, vende su España como vendería, de pueblo en pueblo, crecepelo o el remedio definitivo para la eterna juventud. Siendo constitucionalista, en régimen de autodeclaración, le vendría bien un viaje iniciático por las Españas de los dos hemisferios, de todas las razas, de la Constitución de Cádiz.

El nuevo Gobierno no lo podrá hacer todo, no tiene mayoría , mejor no engañar. Pero lo que está haciendo, de momento, no son solo gestos; si así fuera, ¿por qué no lo hicieron antes sus predecesores? En todo caso, los gestos y símbolos construyen, arman, dignifican. La España defectiva, el fascismo difuso se hacía insoportable. Y duele. Duele porque la decencia tiene como consecuencia inmediata destapar las vergüenzas de la indecencia, y esto afecta tanto al Gobierno y gobiernos que le precedieron como a los elementos más acomodados en el inmovilismo de la propia formación política de Sánchez, muchos de cuyos dirigentes históricos han venido dando en los últimos tiempos muestras de desvergüenza y descaro incompatibles con su presencia en un partido dicho de izquierdas.

La decencia, además, es contagiosa. Espero que más que la indecencia. La segunda ha llegado a contaminar a todas las instituciones del Estado, empezando por la monarquía, hasta infestar a todos los poderes, (de manera preocupante al judicial) y un ramillete amplio de sus órganos y organismos. Y lo peor es que hasta a la propia ciudadanía ya había empezado a conceder que la indecencia era consustancial con la propia naturaleza del Estado y de la mismísima democracia.

La decencia se valora. España, en pocos días, ha mejorado su imagen en el mundo y mucha gente, sin bandera ni pulsera, se siente más patriota y más orgullosa de pertenecer a un país sin necesidad de arengas, himnos y excesos nacionalistas. Y, decía, contagia. Ha llegado incluso a los medios de comunicación, a uno privado de momento; se espera que llegue pronto también a las televisiones y radios públicas. Contagia tanto que ha llegado a la mismísima selección nacional de fútbol, al fútbol, si hacía falta. Que no pare.

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